En el origen de nuestros pensamientos, dos fuerzas rivalizaron por extender sus dominios. De un lado, el caos, un fenómeno poderoso que no necesita de ninguna causa, ni de ninguna atención. Basta una conducta distraída para que imponga su ley; cuando la conexión es caótica, las ideas y los valores se diluyen en la sinrazón. Aparecen la inseguridad y la incoherencia, y esto debilita el caudal de salud psíquica.
Por otro lado, tan antiguo como el tiempo, el orden. A diferencia del caos, el orden necesita la acción de un ser creador, de un talento que vigile y clasifique nuestra experiencia, que inserte un sistema de valores, y establezca una pauta de comportamiento.
Mientras en el caos no hay nada necesario, en el orden surgió la necesidad de un agente conductor. Por lo tanto, el caos es el camino más fácil, pues solo le basta con relajar esta condición. A cambio, el orden exige un examen constante, si es que no queremos asistir a su extinción.
En este estado de cosas, los primeros pensadores teorizaron sobre la conducta que deben perseguir los seres humanos para que brille la estrella del orden, en espejo con las luces del firmamento.
Los padres de la filosofía estimaron que la Ética debe ser el conductor de la acción humana, por ser allí donde reside el mayor potencial de bienestar, de belleza y de armonía social.
El cultivo consciente de la virtud puede ser una tarea ardua, un difícil compromiso, pero también puede ser una acción satisfactoria: ya que estamos destinados a obrar y a elegir, ¿por qué no hacerlo en contraste con los principios de la Ética?
Este examen, o contraste, debe contar con una voluntad previa, con una especie de juramento que nos obligue a idealizar los caminos en ese viaje inacabado que es la vida, en esa búsqueda ancestral de la balanza del bien y del mal.
Dicho lo cual, celebro que en el nuevo plan de estudios que regirá en España se haya conservado la enseñanza de la Ética, de los valores que la sustentan, y si es que queremos adelantarnos a la punición de la ley.
La Ética es la mejor forma de preservar la libertad, y la manera más prudente de ejercer el control.
Como siempre digo, es de vital importancia que la juventud, sobre todo, conecte con la estirpe de los pensamientos, con ese cordón umbilical que es el conocimiento de las ideas. De no ser así, serán como argonautas que se separan de su nave y viajan a la deriva por las profundidades de la materia oscura, del caos.