La ofuscación es una alteración del estado de ánimo en el que la cólera prevalece sobre la razón. La confusión niega la objetividad, obstruye la capacidad de análisis y sólo deja espacio a la reacción virulenta generada en las entrañas. Es exactamente la situación en la que se encuentra la Delegación del Gobierno en relación con el problema de la frontera.
Una actitud siempre a la defensiva, a veces altanera, ha ido hilvanando un discurso político cada vez más alejado de la realidad, cuyo desenlace final ha sido señalar culpables a a diestro y siniestro sin asumir la menor responsabilidad. La Delegación del Gobierno se siente injustamente acosada y maltratada. Piensa que el aluvión de críticas, que llueven desde los sectores más diversos, sólo obedece a intenciones malignas de sus promotores. Asociaciones empresariales, sindicatos de los cuerpos u fuerzas del estado, partidos políticos, asociaciones vecinales, medios de comunicación (salvo los galardonados) y ciudadanos en general, están, según su particular visión del asunto, contra la Delegación del Gobierno sin motivo alguno.
El Delegado del Gobierno debería someterse, a sí mismo, a un proceso de meditación para averiguar por qué ha llegado es esta situación. Y desde luego, empezar a tomar decisiones para corregir lo que en este momento es una deriva muy preocupante. Lo primero que tendría que analizar es la idoneidad de las personas que tiene ocupadas en gestionar su peculiar política de frontera. Quizá por aquí empiecen los problemas. Si en lugar de asesores tiene personas que influyen desde el prejuicio y la sinrazón, los resultados no pueden ser muy satisfactorios. Si partimos de la hipótesis de que “todo lo que pase de la Plaza de África hasta la frontera no incumbe más que a los vecinos de aquel “remoto” lugar”, a lo que sólo falta añadir un subliminal “que se jodan!” (muy propio del PP), difícilmente pueden acertar en las decisiones.
El Delegado del Gobierno tiene que tomar conciencia de la auténtica magnitud del problema. La zona comprendida por la frontera y sus aledaños se ha convertido en una trampa diabólica que perjudica de manera muy directa a miles de personas, pero que además, perturba el normal funcionamiento de la Ciudad (a lo que es preciso añadir los daños producidos en determinados sectores productivos claves). El sufrido caos habitual, puntualmente deviene en espanto.
La respuesta de la Delegación del Gobierno ante esta lamentable realidad es blindarse tras dos argumentos que, en sí mismos, son incontestables. Es cierto que se trata de un problema muy complejo que no se puede resolver definitivamente de manera inmediata; y en el que la necesidad de “acuerdo con Marruecos” dificulta enormemente la toma de decisiones. Lo que sucede es que la conclusión de estas premisas no es, “por lo tanto, no se puede hacer más de los que se hace”. Es en este punto en el que yerra la Delegación del Gobierno. La ciudadanía, aunque con matices diferenciados y ejemplos de todo tipo, suele entender las situaciones. Todo el mundo comprende y comparte la dificultad de arreglar lo que allí acontece diariamente; lo que nadie puede entender (ni aceptar), es la pasividad con la que se afronta. La desidia elevada a categoría política. Lo que nadie puede comprender es que en un momento de colapso circulatorio apoteósico, no aparezca por allí ni un solo agente de la autoridad. Es un sentimiento de absoluto abandono.
En esta Ciudad hemos visto manifestaciones de personas de probada trayectoria pacífica (no más de cien) rodeadas de cerca de treinta efectivos policiales.
No se sabe bien de donde salían; pero estaban. En las colas de la frontera nunca hay nadie. La crítica ciudadana a la Delegación del Gobierno se fundamenta en que no existe una proporción adecuada entre la dimensión del conflicto y la respuesta gubernamental. En aquella zona debe haber, de manera permanente, una dotación policial suficiente para garantizar un cierto orden (dentro de las posibilidades) y una más rápida y mejor solución de los atascos. Además de estas medidas paliativas, es preciso abordar con mayor convicción algunas alternativas políticas que mejoren la situación a corto plazo.
En concreto se trata de negociar la apertura de un segundo paso fronterizo, y un acuerdo con Marruecos más flexible y estable, que permia organizar el funcionamiento de la frontera desde la racionalidad. Encerrado en la Delegación del Gobierno, ofuscado, y disparando contra todo lo que se mueva, difícilmente pueden mejorar las cosas.
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