Opinión

Odio, odiar

Mis perras odian al barrendero. También al cartero y a los niños del vecino. Odian los petardos, a los etílicos fiesteros y a las chonis peloteras que gritan a las mil entonaciones. Odiar es un esfuerzo considerable. Si no que se lo digan a los protagonistas de los dramones decimonónicos. Ahora somos más últimas tentaciones o Adara en la casa de los secretos…Especuladores del victimismo televisivo.

No sé si se acuerdan- o tienen la edad- pero esto empezó con Patricia la que se ligó a Kiko Hernández, que fue acosada por Raquel que sufría el mismo drama que Dolores Vázquez en distinta época e inicio de situación. Me explico... Patricia era una chica linda, cándida y muy enamorada. Del tipo princesita cercana y populista que nos gusta. Se enamoró con retranca visual encerrada como Rapunzel, pero por Telecinco y las audiencias televisivas. Su príncipe no lo era tanto porque despotricaba de ella a mansalva, cosa por otro lado que lo hizo popular a nivel cotilleos hasta el día de hoy donde sigue postulando silla de colaborador en la misma cadena. No difamo, constato. Y por otra parte, aunque no lo envidio admito el tesón porque el formato se las trae. Supongo que en esto último estarán conmigo, hay formas más fáciles- al menos mentalmente- de ganar dinero.

A lo que íbamos. La princesa. El príncipe… ¿qué nos falta? …La bruja. Porque siempre tiene que haber una bruja si queremos que funcione la ecuación.

Y ahí entraba Raquel que no era precisamente una belleza al uso y cuya orientación sexual- atenuada en eso primeros grandes hermanos porque los tiempos no eran lo que ahora- tampoco era la más mayoritaria , ni muy bien recibida. Ahí verán la similitud con Dolores Vázquez en la seriedad, en la belleza diferente o en el perfil más bien seco y de frente.

La cosa es que la gente la empezó a odiar. Yo con ellos balando, a la una y a la otra. Raquel me ponía fina de mala hostia y Dolores Vázquez me parecía muy asesina. Luego el tiempo te da razones y te las quita, los odios se difuminan como los colores, como los enfados y como todo aquello que te parecía tan importante o tan insalvable.

La madurez, las arrugas, las canas o el hartazgo es lo que tiene que ya ves la vida de otra manera muy diferente. Lo mismo también juegan en ello un papel fundamental las hormonas. No estoy muy segura de esto último, porque en Física y química me quedé en los albores de los tiempos, así que ...

Puede ser que la jodida Química que a mí me costaba la vida entender, tenga relación con los amores, los odios, las filias y las fobias. La puñetera química que según algunos hace que alguien te lleve a la cama o al cementerio. También puede ser que somos animales criados a la teta de una pantalla de televisión que nos adoctrina y seca las pobres neuronas.

De todas formas, ya les digo que como odiar es un esfuerzo considerable y no estoy en épocas de dispendios mentales, no odio a nadie como mucho desprecio que a modo de ver de un amigo mío es infinitamente peor y más cruel. El odio es más como el cajón de mi abuela donde guarda sus tesoros perdidos, aquellos que le recordaba lo que fue y nunca llegaría a volver a ser y el desprecio- en cambio- se circunscribe a no volver a abrir aquel cajón aunque sepas perfectamente dónde está y cómo se acciona el mecanismo.

No lo abres porque sabes de sobra lo que hay dentro y que te dolerá verlo. El desprecio es ajado pañuelo de ácido puro que te niegas a amarrarte al cuello.

Mis perras no saben despreciar al barrendero, ni a los niños petarderos, ni a las chonis parlantes en siete lenguas viperinas, tampoco a los etílicos corredores de juergas de madrugaba.

El odio es mucho más socorrido, básico a más no poder, ladrido va y ladrido viene y luego a quedarse fina, tendida al sol del otoño, calentito por aquello del cambio climático y otras barbaridades humanas.

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