Días atrás leía una entrevista que le hacían a Joaquín Leguina en un programa de televisión, en donde le preguntaban su opinión acerca del líder del Partido Popular, Pablo Casado. Lo que respondía el veterano político socialista era que se le veía mucha gana de ir a la Moncloa, pero que el camino que había escogido de enfrentamiento con Ayuso, le iba a restar posibilidades. Pero que consideraba que era una buena persona.
Más adelante, el mismo presentador le preguntó su opinión sobre el líder de la extrema derecha Santiago Abascal. Su respuesta fue que también era muy buena persona y que, el simple hecho del sufrimiento que le habían infligido grupos de canallas nacionalistas vascos, a él y a su familia, era motivo suficiente para solidarizarse con él sin más contemplaciones. Y añadió. No sé si esto me va a costar que me expulsen del Partido o no. Ya tengo un expediente de expulsión abierto por algo similar.
Mi sorpresa no fue por las declaraciones del político. La edad y el deseo de recuperar el protagonismo que un día tuvieron, suelen hacer estragos en la mente de estas personas. Lo que no entendía era cómo aún no lo habían expulsado del Partido Socialista. Preguntaré. Es decir, a una persona que tiene como principio político básico de su actuación el propagar el odio a los emigrantes, menores y mayores, la persecución a los homosexuales, negar la violencia machista, derogar las leyes de memoria histórica o la desaparición del callejero de nombres de ilustres políticos republicanos; y que, él y su grupo, se han instalado en la ofensa permanente y la provocación a políticos de la izquierda, hay que tratar con benevolencia, comprensión y hasta solidaridad, por el “daño” que le hicieron los abertzales vascos. Es como si le debiésemos tener una especial comprensión y cariño a la figura de Hitler, porque de niño vivía atormentado por sus pesadillas y los constantes maltratos físicos y psicológicos de su padre. Patético.
Pero hay otras situaciones y personajes a los que se le ocurren cosas graciosas. Es el caso del alcalde de mi pueblo, que en el último pleno, a propósito de la denegación de llevar al mismo una moción presentada por un concejal de la oposición, referente a la proliferación de construcciones ilegales en zonas agrícolas, amparadas en que eran para guardar aperos de labranza, nos decían que era porque previamente tenían que estudiar cómo iba a afectarles la nueva y “revolucionaria” legislación urbanística de Andalucía, que, gracias a Moreno Bonilla, nos iba a permitir situarnos al nivel de las más avanzadas de Europa, pues, al permitir construcciones independientes en zonas no urbanizables, sin necesidad de estudios de detalle ni planes parciales, iban a conseguir frenar la especulación y el descontrol. Es decir, para que no haya construcciones ilegales, la solución es legalizarlas todas. Es lo que pretende con las que hay en el municipio.
También ha resultado muy llamativa la iniciativa legislativa de la derecha y la extrema derecha en Andalucía con la que pretenden impulsar una Ley de Concordia, que derogaría la Ley de Memoria Histórica porque, según ellos, fomenta la discordia. Para llegar ahí, previamente han ido vaciando de contenido la anterior, hasta dejar de ejecutar más del 80% de los 1,7 millones de euros con los que estaba dotada la misma. Es decir, frente a la defensa de los derechos humanos, la libertad, la justicia y la reparación, que representaba la Ley de Memoria Histórica de Andalucía, para así reparar el daño causado a miles de familias de muertos y represaliados de la dictadura franquista, el Sr. Moreno Bonilla ofrece una ley que solo busca agradar precisamente a los herederos del franquismo. Pero, se le llama Ley de Concordia.
Como se ve, las ocurrencias pueden atribuirse tanto a políticos de la izquierda, como de la derecha, estén jubilados o en activo. Quizás es una forma de llamar la atención o de provocar un titular de prensa. Pero hay que tener cuidado con las mismas y con su permisividad. En la época de la postverdad, en la que cualquier mentira vale para alcanzar el poder, no levantar líneas rojas a las mismas, nos puede salir muy caro. A mi me cuesta mucho solidarizarme con un líder de la extrema derecha, que no dudaría en exterminarme por mis ideas. Una cosa es condenar la violencia, incluso contra miembros que la fomentan y aceptan, y otra muy distinta contribuir a lavar su imagen. Al monstruo no hay que alimentarlo.
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