El día estaba al caer y para muchos que todavía lo contemplaban distanciado en el tiempo por no digerirlo aún, llegó: Donald Trump (1946-78 años) asume las riendas de los Estados Unidos de América. Ahora, un nuevo panorama se cierne y según el punto de vista, se redefine el contexto global cargado de un sinfín de incertidumbres.
La recalada del cuadragésimo séptimo presidente imprime el comienzo de una era abrumada de fluctuaciones y enfoques en los que posicionarse, tanto en la parcela política como económica. Mientras Washington D.C. se erige en el corazón de la política global, a miles de kilómetros de distancia, al sur de la Bahía de San Francisco en California, en el valle de Santa Clara, las miradas convergen en el núcleo jadeante de compañías emergentes e innovación tecnológica como Google, Apple, Amazon, Testa o Meta, examinan las primeras decisiones disipadas, consecuentes de que la actuación de Trump será irrevocable en una dirección que asegura agitar los cimientos de la regulación tecnológica, las políticas migratorias y el comercio internacional.
En tanto, sin quitar la más mínima trascendencia a los conflictos emergentes acechados en el horizonte, la política exterior de Trump se enfila con las atracciones de la agenda republicana en las disyuntivas más prominentes: aislacionismo y proteccionismo, que podrían inducir a mutilar de un plumazo su participación en organizaciones internacionales y acuerdos multilaterales. De manera, que dada la imprevisibilidad e indeterminación de su campaña electoral, su segunda presidencia posee la carga explosiva suficiente como para causar una catarsis geopolítica.
Dicho esto, la llegada de Trump al Despacho Oval entraña la tonificación alarmante de un grupo de poder económico y político que apremia una supremacía fundamentada en un patrón nacionalista-proteccionista. Este círculo aborda un engendro que armoniza el proteccionismo económico con el mando estratégico de tecnologías emergentes y los recursos materiales críticos para su posterior amplificación.
Digamos, que su hoja de ruta contradice claramente los raciocinios globalistas que en los últimos trechos, han demandado tejer un orden internacional basado en la cooperación multilateral, los derechos humanos y los objetivos de desarrollo sostenible, de cara al cual, las indicaciones sobre su chasco para confeccionar una sociedad global más igualitaria, con menos pobreza y más justicia y solidaridad, ha instalado las arengas de animadversión y soflamas populistas que desde otras órbitas del poder económico, se manifiestan como antisistema y son extremadas con la vara de medir en relación a las necesidades y dificultades imperantes.
Con este telón de fondo, el trazado nacionalista de Trump exige robustecer la omnipotencia jerárquica de Estados Unidos en sectores capitales de las nuevas tecnologías. Llámense, la industria aeroespacial, la inteligencia artificial, la esfera energética, la computación cuántica y cómo no, la quinta generación de las telefonías móviles (redes 5G). Adelantándome a lo que seguidamente justificaré, estas tecnologías son calificadas como los ingenios del poder en el siglo XXI. Y aquí está el matiz principal de esta disertación: su posesión comporta ir por delante en la punta de lanza de esa competición estratégica en términos diplomáticos, económicos y militares.
“Trump, vaticina una política exterior definida por el pragmatismo desgarrador y un vislumbre geopolítico medido taxativamente en la competitividad con China, así como una contrarrevolución moderada que asegura reconfigurar el espectro político occidental”
A la par, este grupo ambiciona manejar como pez en el agua los recursos naturales esenciales para la evolución tecnológica, como el cobalto, el litio y las tierras raras. La reciente propulsión de Estados Unidos para avalar el abastecimiento de estos materiales, por medio de alianzas bilaterales e imposición geopolítica sobre naciones productoras, endurece la presunción de su dominio global.
De este modo, mientras la oratoria de Trump se intoxica a más no poder en “hacer a América grande de nuevo”, el trasfondo destapa una maniobra previsora que junta nacionalismo económico con afanes globales de poder tecnológico.
La apuesta de este grupo contrarresta absolutamente con el razonamiento multilateralista de las últimas décadas, en el que el memorándum se ha encaminado en cuestiones como la lucha contra el cambio climático o la alternativa hacia una matriz energética más sostenible. Sin inmiscuir, los derechos humanos. No obstante, la reaparición de Trump auspicia una marcha atrás en estas agendas.
La grandilocuencia racista con apostillas machistas para fidelizar a parte del electorado hostil al progresismo y explícitamente contra los derechos humanos, proyecta un razonamiento que privilegia el poder económico y político sobre los recelos éticos y ambientales. Esto no sólo enflaquece las energías para afrontar el cambio climático, sino que además mina la legitimidad de los organismos multilaterales que quieren emprender un orden internacional asentado en la cooperación y la justicia social.
El caso de Estados Unidos Mexicanos, por poner un ejemplo, constata esta realidad, debiendo desafiar retos específicos ante esta posición dañina. La evasiva de Trump reproduciendo a los migrantes mexicanos como una intimidación en potencia para la seguridad y la economía americana, se asesta con las palabras segregacionistas sembradas por las derechas europeas. De hecho, en estados como Italia, Hungría o Polonia, estas tendencias forjan políticas antiinmigrantes que aparte de quebrantar los derechos humanos, desgastan el tejido social.
Ciñéndome nuevamente en México, este énfasis no sólo acalora las tensiones diplomáticas en curso, sino que igualmente posee derivaciones inmediatas sobre la seguridad nacional y economía. La permisible imposición de mayores limitaciones comerciales y arancelarias, ponen en peligro a los sectores económicos que, a su vez, son los puntales básicos para la economía nacional.
Conjuntamente, las políticas migratorias correosas no sólo criminalizan todavía más si cabe, a los individuos migrantes mexicanos y de otras procedencias, podrían inclusive problematizar los flujos remesas.
El hipotético giro con Trump y el afianzamiento de los grupos de mayor peso y corte nacionalista en Estados Unidos, pulsan un duelo visible para el orden global liberal. Este rumbo atemoriza las mejoras conseguidas en derechos humanos y sostenibilidad, retocando los vínculos internacionales bajo una argumentación propiamente de superioridad y exclusión.
No cabe duda, que este marco implica balanceos de índole políticos y económicos que precisan de destrezas consistentes y una actitud consciente en defensa de la cooperación multilateral y los derechos humanos. La solvencia para combatir estos desafíos definirá las coyunturas para transitar en un entorno geopolítico perceptiblemente enrevesado y dividido.
Llegados a este punto, la misma jornada de su investidura y sin perder un ápice de tiempo, Trump se lanzó en su plan con una sucesión de decretos y derogaciones de medidas que atañen al statu quo, tanto dentro como fuera de Estados Unidos que originan sobresalto. Desde la retirada de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta el destierro absoluto de políticas que escudan a la población LGBTIQ+ o la eventualidad nacional en los límites fronterizos con México.
Sin ir más lejos, tras enarbolar su triunfo en las urnas como una reconquista, se estrenó con un relato en el que afirmó que sus próximos cuatro años reportarán una “era dorada” para el país y terminarán con la “decadencia” suscitada en administraciones precedentes. Decía literalmente en su discurso de investidura fajado por las autoridades y personas más poderosas y ricas: “Estados Unidos reclamará su lugar que le corresponde como la nación más grande, más poderosa y más respetada de la Tierra, inspirando la sorpresa y admiración del mundo entero”.
Tanto al comienzo como a la conclusión de su discurso aludió que con su llegada al poder, se abre para Estados Unidos algo que por activa y pasiva, repitió en varios instantes con sinónimos como el “Día de la Liberación” o la “restauración” como nación.
Trump afirmó junto a esposa Melania Trump (1970-54 años), su familia y el protagonismo ineludible del magnate Elon Reeve Musk (1971-53 años): “Nos alzaremos valientes, viviremos orgullosos y soñaremos a lo grande, y nada se va a poner en nuestro camino porque somos estadounidenses. El futuro es nuestro y nuestra edad dorada ha comenzado. Durante años, el establishment radical y corrupto ha extraído el poder y la riqueza de nuestros ciudadanos, mientras los pilares de nuestra sociedad yacían rotos y en total abandono”, asestó en uno de sus parágrafos más foscos contra “un gobierno que no puede ni gestionar una simple crisis. La decadencia de Estados Unidos se ha acabado”, condenó.
Y como piedra de toque de ese nuevo restablecimiento del lugar de Estados Unidos que a su criterio le corresponde en el planeta, divulgó a bombo y platillo que declarará “una emergencia nacional en la frontera sur” con México y la primicia de un proceso “para devolver a millones de extranjeros criminales a los lugares de los que vinieron”.
En sus frases utilizó expresiones calcadas de los mítines de su campaña política, en la que la retórica perversa y diabólica de los inmigrantes como delincuentes y enfermos mentales estuvo en una balanza reclamante. “Vamos a reinstaurar la política de ‘Quédate en México’, pondré fin a la práctica de detener y liberar y enviaré tropas a la frontera sur para repeler la desastrosa invasión de nuestro país”.
A su vez, Trump explicó que recurrirá a la ‘Ley de Enemigos Extranjeros de 1798’, al objeto de estrechar a las bandas criminales extranjeras. De igual forma, avanzó que declarará a los cárteles mexicanos de la droga como “organizaciones terroristas, renombrar el Golfo de México como Golfo de Estados Unidos y retomar el Canal de Panamá a Estados Unidos”.
En el ámbito económico puso el acento en emitir una emergencia nacional para avivar la aprobación de explotaciones energéticas, catapultar las políticas verdes y concluir con los subsidios a los vehículos eléctricos. “Iniciaré de inmediato la reforma de nuestro sistema de impuestos y comercial para proteger a los trabajadores y familias estadounidenses. En lugar de gravar a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, vamos a imponer aranceles e impuestos a países extranjeros”.
El discurso igualmente ocupó su página refulgente por la peliaguda relación de Trump con el Departamento de Justicia, apuntando que ha sido “utilizado como un arma de manera viciosa y violenta”. Su alegación aparece tras ser investigado durante el Gobierno de Joe Biden (1942-82 años), por su papel en el Asalto al Capitolio (6/I/2021). Un sistema de justicia que lo desacreditó y que lo ha convertido en el primer presidente encausado en jurar el cargo.
Por lo demás, Trump anuló la orden del pasado 14/I/2025, con la que el entonces presidente, Biden, quitó a Cuba del cuadro estadounidense de estados inspiradores del terrorismo. Ello, para favorecer la puesta en libertad de diversos reclusos como parte de un proceso que operaba con la intervención del Vaticano. Amén, que ese mismo día Cuba comunicó la puesta en libertad de cientos de individuos condenados por diversos delitos. Al igual que había inhabilitado la disposición de los ciudadanos norteamericanos de demandar en juzgados de Estados Unidos el embargo de sus bienes en Cuba y levantó algunas sanciones financieras.
Hay que recordar al respecto, que la inclusión de Cuba en el listado en los primeros días de 2021, era una de las últimas medidas que decidió Trump antes de abandonar la presidencia en su primer mandato. Tampoco se ha quedado atrás extinguiendo órdenes ejecutivas que habían impulsado la diversidad, equidad e inclusión (DEI) y estimulado los derechos de las personas LGBTIQ+ y las minorías raciales.
Momentos después de aceptar el cargo, Trump anuló nada más y nada menos, que setenta y ocho órdenes ejecutivas firmadas por su antecesor en la presidencia, incluidas al menos una docena de medidas de apoyo a la equidad racial y de lucha contra la discriminación de homosexuales y transexuales.
Estas políticas conjeturan un espaldarazo con relación a la Administración de Biden, que por entonces otorgaba preferencia a la superposición de legislaciones de diversidad en el Gobierno Federal. El nuevo presidente contrarrestó tajantemente dos órdenes que Biden firmó en su primer día como mandatario: la primera, respaldaba la equidad racial para las comunidades desamparadas; y la segunda, lidiaba el trato desfavorable o de desprecio en la identidad de género y la orientación sexual.
Trump exponía en su discurso de investidura: “Esta semana pondré fin a la política gubernamental de intentar diseñar socialmente la raza y el género en todos los aspectos de la vida pública y privada. Forjaremos una sociedad daltónica y basada en el mérito (…). A partir de hoy, la política oficial del Gobierno de Estados Unidos será que solo hay dos géneros, masculino y femenino”. Con ello, daba el pistoletazo a rescindir radicalmente otras órdenes consignadas a ayudar a nativos americanos, afroamericanos y asiáticos e isleños del Pacífico.
“Dada la imprevisibilidad e indeterminación de su campaña electoral, su segunda presidencia posee la carga explosiva suficiente como para causar una catarsis geopolítica”
En base a lo desgranado en estas líneas, la vuelta de Trump constituye un punto de inflexión tanto en la política internacional como en la vertiente ideológica global. Y es que la victoria incuestionable del candidato republicano que le concede el control absoluto sobre ambas Cámaras del Congreso, vaticina una política exterior definida por el pragmatismo desgarrador y un vislumbre geopolítico medido taxativamente en la competitividad con China, así como una contrarrevolución moderada que asegura reconfigurar el espectro político occidental. Primero, en la palestra internacional, este nuevo período se distingue por un acercamiento realista a conflictos como la guerra ruso-ucraniana, de la que se cumple su tercer año en curso (24/II/2022).
El fiasco de la ofensiva ucraniana para contrarrestar al ejército ruso, ha puesto en jaque las acotaciones del apoyo ofrecido por Europa. Aunque da la sensación de que Trump parece estar por la labor de reconocer este escenario estratégico, sería desacertado descifrar este pragmatismo como un envite prorruso. La dirección americana observa este conflicto dentro de una composición geopolítica más difusa, donde el contrincante indiscutible no es Moscú, sino Pekín. En este aspecto se analiza desde la visual de Trump, un traspié táctico comprometido en la gestión de Biden, habiendo convertido a Rusia en el principal agresor y cercarlo en el aislamiento, lo que curiosamente ha acarreado aproximarlo más al gigante asiático.
La pugna en la competitividad con China se despliega como el foco articulador de la política exterior norteamericana. Este paisaje da a entender los cambios que en un principio pueden parecer desordenados, desde el interés por Groenlandia hasta el apego recalcitrante por el Canal de Panamá.
El aliciente por Groenlandia que en estos últimos días ha provocado tiranteces entre Dinamarca y Estados Unidos, ni mucho menos es por una simple pretensión terrestre. Esta enorme isla ártica significa un punto estratégico capital en la rivalidad con China por el dominio de los itinerarios marítimos polares y la embocadura a recursos naturales críticos, de los que actualmente existe una gran demanda. Por eso, en el meollo del Ártico, Groenlandia es la flor y nata de una contienda geopolítica reservada.
Como es sabido, el Ártico y la isla acumulan infinitos recursos naturales, se hallan en medio de una intrincada trama de incitaciones y donde China aflora como un cómplice de creciente alcance, trenzando una estratagema que engloba desde la contribución científica, hasta los nexos políticos y económicos. Lo cierto es que mientras el derretimiento glaciar delata otros medios de explotación, Groenlandia aguarda su anhelo de independencia de Dinamarca, su antigua potencia colonial, en un instante en que la configuración internacional no podría estar más convulsionada.
La progresiva aparición china en el tablero entumecido por el hielo, aunque no aliente rotundamente la autonomía groenlandesa, ceba furtivamente estos deseos, tramando intranquilidad tanto en Dinamarca, que advierte intimidado su histórica pertenencia sobre la isla, como en Estados Unidos, receloso de malograr su posición estratégica en la zona. En otras palabras: China conserva sus cartas bajo la manga, meditando tanto su coalición con Rusia, como la viabilidad de conquistar prestigio en Groenlandia, en su alarde por determinar un empaque de calado en el Ártico.
Una deducción comparable se acomoda al reavivado interés por el Canal de Panamá. El ascendente protagonismo de China en la conducción de este vaso comunicante imprescindible del comercio global, obsesiona a Washington. Trump ha expresado que las elevadas cuantías de tránsito gravados a las flotas americanas, presumen un quebranto estratégico que debe subsanarse. Lo que le inspira a una operable inspección más directa en los formalismos del canal.
Y segundo, en la arena interna la etapa de Trump orquesta mucho más que un vaivén en la política exterior. Su mandato propone desatar una profunda contrarrevolución conservadora que mezcla el nacionalismo arraigado con componentes del tecno populismo innovador. Este vuelco se mueve con aliados acaudalados, como el empresario, inversor y activista político conservador, Elon Reeve Musk, cuya posesión de Twitter, ahora X, personifica la analogía entre el imperio tecnológico y el tradicionalismo cultural.
La batalla contra la llamada cultura ‘woke’, irrumpirá con fuerza. Trump se ha empeñado en desmontar lo que apoda como ‘adoctrinamiento de género’. Esta arremetida cultural seguramente supondrá recortes manifiestos en financiamiento para eventos de diversidad e inclusión, así como la carga sobre entidades educativas que organicen lo que los conservadores califican de ‘ideología progresista radical’. Una buena demostración de esta certeza ilustrativa es el molde figurín de Víktor Orbán (1963-61 años).
Al igual que el dirigente húngaro, Trump intenta esgrimir al máximo el poder del Estado, para empujar valores nacionalistas y arremeter contra lo que observa como el auge cultural progresista en el universo artístico, las universidades y los medios de comunicación. Este pulso encierra el robustecimiento de medios de comunicación conservadores y la plasmación de organismos culturales superpuestos que siembren una descriptiva tradicionalista.
Ni que decir tiene que América Latina ocupa una situación inconfundible en este prisma ideológico y geopolítico. La demarcación se divisará esencialmente vadeando el trazo de la competencia con China, junto con las congojas sobre inmigración y narcotráfico. El paulatino influjo económico chino en el territorio, desenmascarado por fuertes inversiones en infraestructura y pactos comerciales, escenifica un desafío en toda regla a la influencia norteamericana en su patio trasero y al que Trump no queda indiferente.
Paralelamente, la reconfiguración de la Alianza Atlántica (OTAN) igualmente notará cambios notorios. El plano objetivo de los engarces internacionales de Trump sustrae una orientación más transnacional hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte, por lo que es fácil que inste a mayores contribuciones financieras de los aliados y ponga en dificultad el deber de defensa mutua.
Y en Oriente Medio permanecerá avalando a Israel, aunque ha señalado su afán de finiquitar cuanto antes el rompecabezas en Gaza. Su primer logro ha sido la tregua alcanzada y la liberación de rehenes. Otro de los exponentes de esta ecuación será su rango de máxima presión contra Irán, que según y cómo, aumentará, lo que reproduciría más tensiones territoriales. Finalmente, en cuanto a la política comercial hacia China, mayormente agresiva, ha anticipado subidas importantes en los aranceles a las importaciones, recurriendo a todas las fórmulas servibles para disminuir la valía económica de Pekín, que indiscutiblemente trastornaría las cadenas de suministro e incluso forzaría a posicionarse en la rivalidad entre ambos.
En definitiva, todavía está por tantear, o si acaso, precisar, hasta qué grado de incandescencia de fuego cruzado será turbulenta la década que tenemos por delante, como se desenvolverá la nueva arquitectura geopolítica mundial y quién llevará la voz cantante.