Si algo nos ha enseñado el año que acabamos de despedir es que todo puede cambiar de un día para otro. Nadie sospechaba hace un año lo que se nos vendría encima a mediados de marzo. Instalados en la rutina, los cambios repentinos y los hechos traumáticos nos dejaron sin aliento. Creo que nos va a costar olvidar la fatídica primavera del año 2020. Una espantosa sombra cubrió la tierra dejando a su paso angustia y muerte. El miedo a un virus desconocido nos obligó a permanecer, encerrados en nuestras casas, pendientes de unas noticias y unas imágenes que nos dejaban helados el corazón. De repente, el futuro se ennegreció y nos vimos atrapados en un horrible presente que no parecía tener fin. Cuando a principios de mayo se relajaron las medidas de confinamiento y pudimos salir a la calle, tomamos consciencia de que la naturaleza había sentido un alivio pasajero de la presión que la humanidad ejerce sobre ella. Los pájaros recuperaron sus nidos en los árboles urbanos, los delfines se acercaban a la playa y hasta algunos animales salvajes se atrevieron a explorar el desconocido y peligroso mundo de los seres humanos.
Una explosión de vitalidad sacudió a la tierra y a muchos seres humanos que ante el acecho de la muerte volvieron a recuperar el sentido de la vida. La humanidad había perdido la capacidad de asombro frente al gran milagro que es la vida, la naturaleza y el cosmos, pero, en aquellos días de mayo, muchos volvieron a apreciar cosas tan sencillas como la curvatura del horizonte, el azul del cielo, el color de las flores, el tacto de los árboles, el calor del sol o el frescor de la brisa marina. Los senderos y caminos que rodean el Monte Hacho se llenaron de tanta gente que las autoridades se vieron obligadas a ordenar el intenso tráfico humano. Según pasaban los días y las medidas siguieron relajándose la presencia de personas en la naturaleza fue disminuyendo algo. No obstante, incluso pasados bastantes meses desde el pico de la pandemia, los domingos el campo suele estar lleno de gente. Hay muchas familias que buscan en la naturaleza un lugar donde respirar aire puro sin la molesta mascarilla. También los hay que prefieren hacer deporte, ya sea corriendo o en bicicleta de montaña. Estas formas sanas de disfrutar de la naturaleza han coincidido en el escaso espacio de Ceuta con otras modalidades de “ocio”, como la caza y las motos de campo. La nula presencia de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en la naturaleza durante los fines de semana se ha hecho notar causando un profundo malestar entre la mayoría de los ceutíes que buscamos un rato de esparcimiento en la naturaleza sin el miedo a recibir un disparo accidental o ser arrollados por una moto.
En términos generales, la presencia de más ceutíes en el campo es una buena noticia. Es bueno que nuestros niños, y en general toda la población, recupere la costumbre de pasar algunas horas en pleno contacto con la naturaleza. En mis tiempos, era frecuente que la pandilla de amigos de nuestros padres se juntara en el campo para que nosotros jugáramos y exploráramos la naturaleza animados por la curiosidad innata de los niños. En estas salidas al campo aprendimos muchas cosas sobre la naturaleza y también a amarla y respetarla. No se puede amar a aquello que se desconoce, por esta razón es necesario que nuestros niños y jóvenes conozcan de primera mano a la naturaleza ceutí. Por desgracia, pasamos demasiado tiempo encerrados entre cuatro paredes, ya sea en la escuela, el trabajo o la casa. Este enclaustramiento se ha visto agravado debido a la crisis de la COVID-19 y debido a ello la salida al campo se ha convertido casi en una necesidad vital. Quizás estamos ante una nueva oportunidad para transmitir a nuestros niños y jóvenes el amor por la naturaleza y las criaturas que la habitan.
Hay que reconocer el desigual poder de atracción que para muchos, sobre todo para los niños y jóvenes, tiene la naturaleza frente a poderosos instrumentos tecnológicos como los smartphones, las tablets o las videoconsolas. Cuesta mucho sacarlos del mundo virtual de las redes sociales y los videojuegos para mostrarles las maravillas del mundo real, pero la merece la pena hacer el esfuerzo de intentarlo. La naturaleza nos aporta salud física y mental, además de ser el lugar idóneo para ejercitar nuestros sentidos y desarrollar sentimientos de aprecio por la vida. No hay mejor escuela que el campo o el mar. Estos sentimientos pueden elevarse a la categoría de emociones cuando uno descubre la dimensión trascendente de la naturaleza. La mayoría de los grandes místicos han encontrado en el entorno natural una puerta que les ha conducido a otras dimensiones de la realidad. Sobrepuesta a la imagen habitual de Ceuta es posible captar con los sentidos sutiles a la Ceuta imaginal. En este mundo intermedio el lenguaje que se habla es el de los símbolos y está habitado por seres míticos. Los árboles son la residencia de Hadríades y los arroyos de las Náyades. Con el suficiente tiempo y confianza se va dibujando la imagen del paraíso perdido que es Ceuta. Todos los lugares lo son si se observan con los ojos de fuego. No obstante, no deja de ser cierto que cada sitio tiene su propia personalidad y es una labor importante la de resaltarla y difundirla para que no se vea aplastada bajo el inmenso peso de la globalización uniformadora.
Cada día las ciudades se parecen más en su aspecto exterior. Vayamos a donde vayamos nos encontramos los mismos tipos de pavimentos, el mismo mobiliario urbano y los mismos edificios estereotipados. Algo similar ocurre con el paisaje humano. Los medios de comunicación, y ahora internet, han logrado unos altos niveles de mecanicismo, automatismo y uniformidad en las costumbres, el pensamiento y el comportamiento humano. De esta manera avanzamos hacia unas sociedades constituidas por seres insensibles hacia el sufrimiento ajeno, totalmente alejados de cualquier forma de trascendencia, ignorantes de los símbolos y ritos de su propia cultura; y carentes de la capacidad de imaginar y de hacer efectivos sus anhelos y sueños. Frente a esta mayoría de personas atrapadas en el mito de la máquina observamos con esperanza el surgimiento de un grupo creciente de seres humanos con una mayor amplitud de miras y dotados de la suficiente ambición espiritual e intelectual. Este empuje a la trascendencia les anima a explorar su mundo interior y entrar en contacto con el espíritu de las profundidades. No es nada fácil ni exento de peligro adentrarse en las aguas del inconsciente personal y colectivo. La primera prueba que debemos superar es enfrentarnos a nuestra sombra, que solemos proyectar en los demás. Es una fase dolorosa que en la alquimia denominaban nigredo. El hombre, como escribió Thoreau en uno de sus poemas, “es el diablo, la fuente de todo mal”. Una afirmación que es necesario matizar para decir que también puede ser fuente de bondad, sabiduría y belleza.
Reconocer la existencia de la maldad es el primer paso para hacerle frente y mantenerla a raya. Nos acecha a cada instante y se aprovecha de la debilidad de nuestros sentimientos más puros y bondadosos. Una de las tácticas favoritas del mal para ganar adeptos es sembrar el miedo en el corazón de los hombres y las mujeres. Sentimos miedo a expresar nuestros sentimientos y a pensar y actuar de forma diferente a lo que se considera lo lógico y habitual. Para vencer a este temor infundado desde fuera es necesario armarse de valor y andar con paso decisivo por la senda del autoconocimiento. En este proceso, que C.G. Jung denominó la individuación, podemos contar con la colaboración de fuerzas profundas que nos guían por el camino y nos ayudan a superar las pruebas que debemos superar para alcanzar nuestra meta. Ésta no es otra que llegar a ser lo que somos y así cumplir con nuestra misión. La invitación a recorrer el “camino del héroe o heroína”, siguiendo la terminología empleada por el gran mitólogo Joseph Campbell, se nos presenta a todos alguna vez en el transcurso de nuestra vida, aunque son muchos quienes la rechazan. Para aquellos que deciden seguir adelante, y traspasan con valentía el umbral que separa el mundo ordinario del mágico, se enfrentarán a todo tipo de pruebas y enemigos, aunque también harán grandes amigos. Tarde o temprano se verá abocado a una prueba definitiva que marcará el resto de su vida. Si consigue superarla obtendrá su recompensa y podrá compartirla con los demás.
La pandemia de la COVID-19 ha sido una llamada a toda la humanidad para que abandone el mundo del desarrollismo que está acabando con la naturaleza y la propia condición humana para adentrarse en el Nuevo Mundo de la consciencia integral. Las anteriores formas de consciencia que han marcado el devenir de la humanidad -la arcaica, la mágica, la mítica y la mental- tienen que reintegrarse para dar lugar a la consciencia integral o holística. Cada una de ellas aporta al ser humano elementos indispensables para la supervivencia de la tierra y de la propia humanidad.