Está claro que también nosotros los ancianos, a veces nos asustamos con lo que está pasando. Pero, en mi opinión, es importante que distingamos los temores razonables y controlados, de los otros miedos paralizantes de quienes están permanentemente asustados, de quienes, ante el menor cambio, sienten un desmedido pavor.
Es normal que, conscientes de nuestra fragilidad, experimentemos temor a las enfermedades y a la muerte. Es explicable que sintamos desconfianza por los cambios que nos obligan a variar nuestras costumbres y a cometer errores.
Pero deberíamos buscar procedimientos para controlar esos temores irracionales y para evitar que se conviertan en unos miedos paralizantes que nos impidan alcanzar, mantener y aumentar nuestro bienestar. En el fondo, el miedo esa preocupación, ese estremecimiento incontrolado por lo que todavía no ha pasado y quizás nunca pasará, es el vértigo originado por la oscuridad ante el abismo de lo extraño, de lo insólito y de lo desconocido y que sólo se alivia por la presencia reconfortante, estimulante y consoladora de las personas próximas, de los seres queridos, de los familiares y de los amigos.
Querido profesor: me interpela su último párrafo, principalmente, porque de el extraigo la conclusión de que, hay un ejercicio de maldad en la implementación de un miedo inducido y mediático, quizás "sintético" por parte de quienes lo ejecutan y que llega en alguno casos a ser incontrolable para algunas personas al quedar ensartados a través de sus fracturas personales y que solo son compensados como bien indica con el apoyo del entorno familiar y social.
Agradecido nuevamente: Nando.