Entablé conversación con una persona con un problema evidente con el alcohol. Pero nunca creí que este acercamiento hacia un pobre diablo pudiera dar un pequeño ápice para escribir este artículo.
“Yo nunca quise ser un hombre marcado. Sí, has escuchado bien. Un esquinero que busca tomar una cerveza y otra, y las que me pueda agenciar. Las que mis colegas me ofrecen y las que gracias a mis habilidades puedo yo tener por mí mismo.
Tengo mi paguita de jubilado. Pero no por gusto. He pasado una leucemia y aunque sigo tomando tratamiento especial que me dan en el hospital, aquí estoy gracias a mi fuerza. A la naturaleza que me dieron mis padres. No todo el mundo puede salir de este monstruo. Yo he tenido suerte y también mucha fe. Ya que la fe mueve montañas. He ido a muchas sesiones de quimioterapia y otras cosas que me resultaron provechosas. Pero puedo contarlo. Que es lo prioritario.
¿Por qué estoy así?
Sé que me lo dirás tarde o temprano.
No te preocupes, no me oculto de nadie. Ya que no es un pecado mortal lo que te voy a contar.
Yo estoy casado. La verdad que fui muy feliz.
Trabajaba para los míos y nunca les faltaba de nada.
Pero tuve una desgracia. A mi mujer le diagnosticaron un cáncer. Ella era una bellísima persona. Pero le tocó. No la lotería de Navidad, sino el tener que padecer una enfermedad tan dañina. La pobre se me fue en poco tiempo. Me dejó a dos niños. Yo aunque quería estar con ellos no los veía ni en pintura. La madre de ella se los quedó. Y yo los veía una vez cada vez que ella quería.
Yo estaba desesperado. Sabía que quería ayudar pero yo no podía soportar esta presión. Caí la verdad en una depresión que fue para mi suegra mucho mejor. La justicia vio el cielo abierto y se los dejó a ella. Y yo, siendo su padre, no tenía derecho a nada.
No sé a cada uno lo que le podía producir. A mí engancharme en lo peor de lo peor. En la droga. Quería evadirme de toda la presión. Y fue mi solución. Muy equivocada, ahora os lo digo. Pero en esos momentos no comprendía. Solo pensaba en mí.
Ahora me doy golpes de pecho por la desafortunada decisión que tuve.
Y ahora viene lo bueno.
Cuando mis hijos tenían unos añitos: el grande 16 y el chico 13, se me apareció mi mujer en un sueño.
Estaba preciosa. Bien arreglada. Con un pelo rizado como a mí me gustaba y el color rubio. Sus ojos azules resaltaban. Era pura belleza.
Empezó a llorar. Yo, como pude, le conforté y siguió narrando la historia.
Y me dijo con esa cara que ponía de seriedad, si ya podía de dejar de hacer el tonto con las agujas y el porro, así como con las pastillas (pirulas, caramelos), ya que había perdido a lo que más queríamos, a nuestros hijos.
Me tocó muchísimo la patata. Y más cuando me dijo que podía tener algo malo yo. No lo sabía y fue mi ayuda para ir al médico y confirmar lo que me dijo mi mujer.
Estoy muy agradecido a esta aparición que me abrió los ojos y captar el mensaje: buscar una vida ordenada e intentar el acercamiento a mis hijos.
Fueron dos frentes abiertos. Pero pude ser vencedor en ambas batallas.
Doy gracias a Dios por darme una nueva oportunidad que fue aprovechado por mí.
De vez en cuando me tomo mis cervecitas, pero solo eso ya que soy consciente de todo lo que pasado.
Y estoy muy orgulloso de los análisis que me hacen de control en el hospital mi psicólogo, donde doy negativo en todas las drogas existentes.
Muchas gracias por la cerveza que me has invitado.