Opinión

"Nuestra" heroína olvidada

Una calamidad que acontece en nuestra ciudad es el gran desconocimiento que tiene la mayoría ciudadana sobre los hitos que ocurrieron en Ceuta. Sin embargo, presenta un recorrido histórico muy rico, incluyendo personajes relevantes que residieron entre sus murallas. Esta importancia podría explicarse, fundamentalmente, por su privilegiada situación geoestratégica, con acceso al mar y en el norte de África.

Sintetizar en unas breves líneas la historia de Ceuta sería un esfuerzo ingente e inútil, ya que quedaría incompleto a todas luces.

Respecto a los orígenes, tenemos el yacimiento de Benzú, cuyos restos testimonian varios útiles que fueron usados por nuestros antepasados en labores cotidianas como la pesca. Después, llegaron los fenicios, importante pueblo comercial que nos puso en contacto con numerosos asentimientos del Mediterráneo trayéndonos sus principales divinidades, su escritura, además de productos que no poseíamos dadas las características peculiares de nuestro entorno.

Tras ellos, les siguieron los griegos, cartagineses y romanos, que ya fueron modelando la idiosincrasia local y cambiando costumbres, como en los ritos funerarios, tal y como podemos ver en la basílica paleocristiana de finales del imperio romano de Occidente. Como ocurrió con Hispania, fue dominada por los visigodos hasta la llegada de los musulmanes, autores de construcciones tan notables como la puerta califal, los baños árabes, las murallas merinidas o los escasos restos de la madrasa al-Yadida (situada frente al ayuntamiento y objeto de una reciente musealización junto al convento trinitario construido sobre sus restos).

La hegemonía musulmana finalizó con la conquista portuguesa en 1415, cambiando de manos lusas a españolas en 1560, ya con Felipe II. En 1716, se afianzará Felipe V de Borbón como rey de España y será varios siglos después donde podemos situar a esta heroína que vivió en nuestra Ciudad.

La obra representa a la heroína española Agustina de Aragó, de Juan Galvez (hacia 1810).

En 1808, Napoleón invadió España y la contestación popular dio lugar a la llamada Guerra de Independencia que duró cuatro años. Durante el asedio de Zaragoza, ya muertos casi todos los defensores de la puerta llamada del Portillo, Agustina Raimunda María Saragossa Domènech tomó la mecha de manos de un artillero herido y disparó un cañonazo sobre las tropas francesas que se dirigían a la entrada. Dice la leyenda que los asaltantes franceses, temiendo una emboscada, se batieron en retirada, y nuevos defensores acudieron a tapar el boquete, defendiéndose la ciudad una vez más. Había nacido el mito de Agustina de Aragón o La Artillera. Posteriormente, el general Palafox la felicitó y concedió el distintivo de subteniente con el uso de los escudos de distinción con el lema de cada uno de ellos: “Defensora de Zaragoza” y “Recompensa del valor y patriotismo”. Más tarde conseguiría sucesivamente los galones de Sargento y de Subteniente.

Recorrió gran parte de España como animadora de los ejércitos, donde su gesta se había hecho muy conocida. Participó en múltiples combates, incluido el asedio francés a Tarragona. Su carrera militar concluyó en la Batalla de Vitoria, con las fuerzas del general Morillo.

A mediados del siglo XIX, su hija Carlota se casó con un militar destinado en Ceuta, por lo que se mudó a esta ciudad, a la que Agustina comenzó a viajar con frecuencia, hasta que en 1853 estableció definitivamente su residencia en ella.

Su fallecimiento está perfectamente documentado en el archivo histórico de la iglesia de los Remedios, en cuyo libro de defunciones dice así: “En la fidelísima ciudad y plaza de Ceuta el día 29 del mes de mayo de 1857 murió de una afección pulmonar en la casa de su morada y comunión de nuestra Santa Madre Iglesia, de edad de sesenta y un años, Dña. Agustina Zaragoza y Domenech (…). Su cadáver fue sepultado hoy día siguiente al expresado de su muerte, en el cementerio de Santa Catalina extramuros de esta ciudad (…)”.

Su residencia estaba en la que antiguamente se conocía como “Casa Grande” ubicada en la actual calle Real, en el mismo lugar donde está el edificio que actualmente alberga Primor. De hecho, los transeúntes pueden ver una placa encima de dicho comercio que fue colocada en 1913 así como un azulejo ilustrado conmemorativo donde se recuerda que allí residió durante casi un lustro.

Hasta 1870 no fueron trasladados sus restos a Zaragoza, descansando primero en la Basílica del Pilar y, desde el 14 de junio de 1908, en la capilla de la Anunciación de la Iglesia de Nuestra Señora del Portillo.

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