Nossair buscaba una familia y la encontró en Ceuta hace seis meses, cuando Mar y su esposo descubrieron en un competición deportiva, casi por casualidad, a aquel joven que había burlado la frontera años atrás escapando de un entorno familiar desfavorable.
Le acogieron en su domicilio y el proceso de integración fue tan intenso que hoy sus progenitores adoptivos hablan de él como un “tercer hijo”. Hasta ahí, la historia caminaba hacia un final feliz, pero la burocracia y la legislación se han encargado de dejarlo en suspenso. Ha cumplido 18 años y en un instante todo se ha complicado a su alrededor.
Nacido en Marruecos y acogido durante tres años en el centro de menores ‘La Esperanza’, Nossair tuvo que abandonar en enero las instalaciones al alcanzar la mayoría de edad. Descartado el regreso por los escasos recursos económicos de su madre y un padre que se desentendió de él en su infancia, comenzó un deambular por las calles que le llevó incluso a dormir en bancos. Un mes después, en febrero, su suerte cambiaría. El marido de Mar se topó con él en un campeonato de campo a través y, tras consultar a su esposa, no dudaron en arroparlo con un simple “te vienes a casa”. Lograron empadronarlo en su domicilio y la expedición de un permiso provisional de residencia. Su vida acababa de dar un giro de 180 grados, de la calle a todo un hogar.
Todo marchaba sobre ruedas hasta que, hace semanas, la Administración llamó a su puerta. Y lo hizo para comunicar a la familia de acogida de Nossair que al no contar con la nacionalidad española ni estar legalmente adoptado no se le renovará el permiso de residencia. O sí, pero siempre que cumpla un requisito imprescindible: la presentación de un contrato de trabajo de al menos 40 horas semanas, por un periodo mínimo de un año y por una cantidad equiparable, al menos, al salario mínimo interprofesional. Es, según el Estado, la única forma de acreditar que es “independiente económicamente” y que “no es una carga” para quienes ya le consideran parte de la unidad familiar.
Es justo en ese punto donde arranca la batalla de Mar. Ha llamado a todas las puertas para intentar explicar que las piezas del puzzle encajan: la familia le quiere como hijo y él quiere continuar, por encima de todo, con sus nuevos progenitores. Pero la Administración replica que no es posible sin contar con el preceptivo contrato. No ha encontrado solución en el Consulado español en Marruecos al intentar tramitar un visado por estudios, ni tampoco en Extranjería. “Me dan un no rotundo”, lamenta Mar. Incluso se ha ofrecido para rubricar, ante notario, que se harán cargo de forma indefinida de todos sus gastos, pero la respuesta no varía.
El reloj juega ahora en contra, ya que su documentación legal vence el 9 de agosto. “Está muy asustado, porque con nosotros ahora lo tiene todo y tiene miedo de volver a la calle. No entendemos nada: ¿cómo no nos dejan que siga con nosotros, en un entorno familiar? ¿Por qué no quieren que tenga un futuro? ¿Quieren abocarlo a que sea delincuente o algo parecido?”, se cuestiona Mar, que solo encuentra argumentos para justificar la continuidad de Nossair a su lado. Le define como “un chico excelente, todo un atleta, que ahora no para de llorar” ante los nubarrones sobre su futuro. “Mi madre, que ahora es ya su abuela, le adora. Mis dos hijos también. Si incluso duerme en la habitación de Cristian... Es uno más, es ya mi hijo. De casa no va a salir. Tenemos que encontrar la fórmula para que se quede con nosotros, que siga”, reclama.
Mar, acompañada por sus más allegados, recogerá hoy firmas en la Plaza de los Reyes, a las 20:00, por Nossair y contra una legislación que considera con más letras que alma. “Queremos darle estudios, una vida como la de nuestros otros dos hijos. Le queremos. Esto no tiene sentido”, lamenta.