El ingreso mínimo vital (IMV) no va a solucionar la vida de Pedro y Eduardo, pero sí que les permitiría arrancar de nuevo tras los duros meses de confinamiento causados por la pandemia del coronavirus. Los dos son padres, buscan trabajo y se han acogido a esta ayuda aprobada en el Congreso de los Diputados el pasado 10 de junio sin votos en contra. Fue entonces cuando empezaron a escuchar de esta medida económica que ya han solicitado.
“Me parece muy bien el ingreso mínimo vital pero creo que han tardado mucho. Yo sufro más por la gente que por mí, que yo al final he tenido a mis padres ahí que han estado luchando y en el día a día. Hay gente que está peor que yo, que están desesperados. No tendrán ni para un cartón de leche”, lamenta Pedro R.U., vigilante de seguridad los dos últimos años y en búsqueda de empleo actualmente.
Para Eduardo R.R., la noticia supuso una “alegría” que les ayudaría a su mujer y a él a “tirar” y hacer “cábalas” para llegar a fin de mes pero, por fin, “no pedir ayuda a nadie”.
La familia ha sido un pilar fundamental para ambos. Más allá de lo sanitario, algunas escenas de esta crisis recuerdan a las que se vieron durante la crisis económica de 2008: “Colas”. Así define Pedro lo que se encontró al llegar al edificio de las centrales sindicales, que desde que se activó el mecanismo para solicitar el IMV, decidieron poner en marcha un servicio de orientación para ayudar a los vecinos a tramitar correctamente esta ayuda. En su caso y en el de Eduardo, UGT se encargó de sus casos.
El boca a boca fue esencial para que se decidieran a ir hasta los sindicatos para cumplimentar el papeleo de la prestación. En el interior del edificio, varios vecinos esperan en los bancos del vestíbulo a ser atendidos en el Servicio de Orientación Profesional de Empleo y Autoempleo (OPEA). Desde UGT reconocen que la actividad está siendo bastante alta desde que comenzasen, con una media de 50 personas al día que pasan por las mesas donde los técnicos revisan caso por caso. “Se conceden las citas a cada hora, para así tener tiempo a revisar bien todo el papeleo”, comentan desde el sindicato. A pesar de que las oficinas del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) abrieron el pasado martes, eso no ha provocado una bajada en la actividad.
En CCOO ocurre otro tanto de lo mismo: cinco técnicos que gestionan cada caso y que atienden a 14 personas al día. Este viernes, algunas hablaban con los trabajadores del sindicato sobre si la prestación que habían cobrado eran los puntos o el IMV, si era lo mismo. Aún no queda claro de qué forma se cobra o cuál es el concepto que se indica en el pago.
“Vino el tema este en marzo”, comienza Pedro R.U., de 34 años, para explicar la expansión del coronavirus, que le dejó en la estacada con un trabajo asegurado en Sevilla para el pasado marzo. Comenzó el confinamiento y la escena diaria para llegar a fin de mes hasta la actualidad: “Ahorrando lo máximo en comer, administrándose la comida, yendo a casa de mi madre para que me diera algún tupper de algo con mucho cuidado para no contagiarle yo a ella ni ella a mí. Y así, tirando como podía uno”.
En todo este tiempo han sobrevivido en la familia, compuesta por Pedro, su mujer y el hijo de ambos de tres años y medio, con lo que le quedaba de paro a la mujer: alrededor de 385 euros al mes durante cuatro meses. Traducido en tiempo: “A los 12 días ya no tienes nada. ¿Qué te quedan, 20 o 40 euros? Lo que queda lo aprovechas para 10 euros en la gasolina, y lo poco que queda para una barrita de pan diaria, más un euro para la leche del niño… pensando así”.
Él agotó su paro en agosto del año pasado, justo cuando le salió otro trabajo de nueve meses de duración en el oficio al que se dedica desde hace más de dos años: es vigilante de seguridad. Con esa sensación de vivir al día, de hacer “malabares” desde marzo. Con el fin de aprovisionarse de lo que más pudiera durar para gastar lo menos posible, las compras contenían “arroz en cantidades grandes, 15 o 20 kilos de patatas por tres euros y medio, comprando leche para el niño y quitándote tú de comer para dárselo a él”. Una lista de la compra que le pone “los pelos de punta” cada vez que la recuerda.
A la comida se le suman los pagos de cada mes: lleva dos sin pagar la casa. “Sin pagar tampoco ni agua ni luz y me han dicho que van a aguantar hasta que nos den las pagas. Y eso es dinero de dos meses que debo. Ahora te pagan 700 y pico euros, creo que me van a dar. Son 300 euros que debo entre dos meses de luz y agua”. El IMV para Pedro antes que nada servirá para no pensar tanto.
Pero le vienen otras preguntas: “¿Si sueltas eso cuánto te queda? Unos 200 y pico euros. Haz una compra de 60 euros para el crío, para ti, un poquito más a lo mejor. Y te quedas sin nada. Y están acumulados los dos meses atrás que no hemos pagado. Las personas que se han quedado en paro estos meses atrás hay que pagarlo ahora. Y eso no lo va a pagar nadie. Lo tienes que pagar tú de tu bolsillo. Tres meses nos hemos acumulado. Más luz, agua, casa, algo que hayas pedido a un amigo… Te pones a sumar y es una locura”.
Por eso distrae la mente “con el crío, jugando con él. Leyendo y haciendo deporte”, explica. Mientras sigue buscando un trabajo de vigilante que no llega. “Estamos todos que nadie te quiere contratar. Tienes que tener padrino para estar en el sitio en condiciones”, desliza.
Antes de acudir a UGT, probó suerte con Cáritas y con Cruz Blanca, la ONG del barrio en el que vive: el Príncipe. “Sí, hay muchas familias en mi situación también en mi barrio. Me he quitado de mí para darle de comer a chavales de otras personas. A uno le di galletas, magdalenas, leche...”, recuerda.
“Mi padre decía que esto es hacer una guerra sin hacer la guerra. Y hay que aguantar todo lo que venga”, zanja Pedro.
Tres años lleva en el paro de manera intermitente Eduardo R.R., de 41 años, aunque confía que la mala racha se acabe: este mismo viernes fue a una entrevista de trabajo de la que espera respuesta. En los años anteriores, ha estado trabajando “como mucho” dos o tres por año. Una situación que se ha complicado más con la pandemia para los cuatro que son en casa: su mujer, su hijo mayor de edad y su hija, menor. A él ya le han asegurado que le conceden el IMV.
A la casa llegan a entrar el paro de Eduardo, casi 500 euros, más los 430 de su mujer, que les dan para pagar alquiler, luz y agua. “Para pagar teléfono y comida, nos apoyamos en la familia. Yo en mi madre, mi mujer en la suya y también nos ayudan mis hermanos, que nos echan una mano o nos compran comida para la familia”, relata.
Se desmarca de uno de los argumentos que suelen utilizar los contrarios a esta prestación, a la que llaman “paguita” para aquellos que no mueven un dedo. “En mi caso no es una ‘paguita’, en mi caso es que he tenido la mala suerte de que me he quedado parado. Ojalá me entre un trabajo antes porque lo que más ganas tengo es de trabajar, no de estar cobrando una ayuda la verdad. No me da vergüenza decirlo pero es así”.
Por eso, reconoce que “si Dios quiere” en julio comenzaría a trabajar. “He estado buscando trabajo como un loco”, asegura, al igual que apunta a su edad como uno de los problemas para encontrarlo antes. “Uno tiene ya 40 y parece que no vale para nada”.
“Somos los que más ganas tenemos de trabajar, y podemos trabajar todavía”. Mientras espera la llamada para trabajar, Eduardo está a la espera de cobrar en los próximos días el IMV.
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