No hay día que pase sin alguna novedad o medida del Gobierno sobre recortes, o aumentos de impuestos y tasas con el objeto de cuadrar unas cuentas que, de otra manera, provocarían la quiebra desordenada del Estado. Por supuesto que hay mucho que discutir sobre la eficacia de estas medidas y si son las correctas, pero también hay que reconocer que por primera vez en 8 años, se están tomando medidas para gobernar España.
Coger el timón de un barco que está medio hundido, en medio de una tempestad, no es tarea para melifluos, mucho más cuando los turiferarios de la progresía están dispuestos a prenderle fuego inmolándonos a todos en honor a no sé qué dioses.
Pero, a veces, el árbol no nos deja ver el bosque. Estamos centrados, obcecados, obsesionados e incluso temiendo las medidas que toma el Gobierno, dejando de lado lo que verdaderamente nos va a sacar de la crisis, la iniciativa social y privada, y la depuración de errores en las mismas.
Hasta la fecha, nadie ha reconocido que hemos vivido momentos con salarios hiperinflacionados , y no me refiero precisamente a los públicos que son los que ahora pagan el pato. Tampoco ningún accionista o corredor de bolsa ha entonado “mea culpa” por haber comprado, vendido y especulado con valores que solo eran humo, multiplicando por varios enteros el valor real de las acciones y además hacerlo con dinero que no se tenía. Ningún banco ha reformado su base legal para evitar que vuelva a pasar la crisis crediticia, ni puesto en valor real todos los activos inmobiliarios que poseen, convirtiéndose en verdaderos catalizadores del desastre continuado. Nadie ha reflexionado sobre la burbuja inmobiliaria que, sin lugar a dudas, ha sido posible porque muchos ciudadanos de a pie han pretendido especular con la compra de una vivienda. Viéndose ahora atrapados con hipotecas de imposible cumplimiento, sin querer hacer acopio de realidad y venderlas perdiendo dinero. Quizás, igual que los bancos, también quieran que las paguemos entre todos con nuestros impuestos.
Apenas escuché voces que protestaran porque las pensiones no contributivas subieran más que las contributivas, creando con esto injusticia social y una sociedad acomodada, donde el espíritu de sacrificio y emprendedor eran así castigados.
Fuera del ámbito sanitario, el silencio era casi absoluto a la hora de denunciar el colapso del sistema por la excesiva y caprichosa carta de servicios, la alta demanda de servicios que no eran necesarios y la injusta distribución del gasto farmacéutico.
En educación solo se hablaba del fracaso escolar, aprobando una retahíla de leyes que hasta la fecha no han dado sus frutos. Sin embargo, ningún padre o madre se planteaba la relación precio-calidad de enseñanza que recibían sus hijos. Llegando a propiciar una sobreabundancia de titulados académicos de baja aptitud. Provocando con esto un doble efecto: el propio de la escasa competencia y el rechazo al mercado laboral en el que hay que demostrar algo más que el título.
Y esto es solo la punta del iceberg. El resto deberemos reflexionarlo en el largo camino que queda, frente a nuestros menguantes ingresos y la esperanza de un futuro más justo, y por tanto mejor para nuestros hijos.