Cuesta pensar que una persona puede vivir plácidamente, después de asesinar de un tiro en la nuca a cientos de hombres, mujeres y niños. Cuesta pensar que además Dios dé larga vida a semejante desecho humano, pleno de maldad, crueldad y falta de humanidad. Cuesta digerir la falta de esfuerzos y capacidad de los países democráticos para perseguir a estos asesinos de niños, mujeres y hombres. Depredadores de sueños perdidos, de ilusiones tiradas en fosas. Cuesta entender cómo estas ideas repugnantes tienen seguidores en países democráticos y que éstos anden sueltos y prestos a enaltecer el nazismo, el racismo y la violencia.
La semana pasada murió a los cien de edad, en su domicilio en Italia, Erich Priebke, criminal de guerra nazi y ex oficial de las SS, condenado en 1998 a cadena perpetua por su participación el 24 de marzo de 1944 en el asesinato de 260 presos políticos y 75 judíos. Falleció sin arrepentirse de los crímenes y defendiendo el nacionalsocialismo que tanto terror, sufrimientos y tantas muertes causó. Murió feliz, porque no le faltaron adictos al régimen del terror que en el día de su cumpleaños desfilaron ante su domicilio saludando a lo nazi a este desecho humano, mientras el anciano criminal saludaba desde la ventana como muestra de gratitud y camaradería.
La aparición de grupos neonazis o lo que es lo mismo, la visualización de este tipo de movimientos nos debe llevar a la reflexión de que algo mal estamos haciendo. La falta de ejemplo de los grupos políticos democráticos, donde día sí, día no, aparecen casos de corrupción, provoca en las sociedades democráticas un descontento y una falta de compromiso social del que se alimentan estos grupos. Las últimas elecciones en Francia nos deben hacer reflexionar sobre el auge de los grupos extremistas en Europa y muestran con claridad el descontento que venimos relatando.
Unos movimientos que se alimentan del racismo y buscan en el descontento social su base y fuente de ingresos económicos deben ser combatidos con el ejemplo de honestidad de nuestros políticos, jueces, policías y leyes más severas que eliminen del panorama la exhibición publica de símbolos, banderas e ideologías que tanto daño causaron a millones de seres humanos en el mundo.
Podemos pensar que estos grupos no lograrán juntar más que a un pequeño grupo de insensatos, alocados y violentos, pero ellos piensan que llegarán a mucho más. Podemos pensar que a nosotros no nos afecta, porque no somos judíos -enemigos ideológicos de estos energúmenos- tampoco moros, negros, ni musulmanes -otros enemigos ideológicos- ni gitanos, ni extranjeros pobres viviendo en un barrio del extrarradio de cualquier ciudad. Podemos pensar que no se meterán con nosotros, pero los que estamos comprometidos con los derechos humanos, con la libertad de expresión y libre pensamiento, es decir, gente como usted o como la AUGC, como sus hijos y los nuestros, todos los que pensamos así, también estamos en peligro, porque el nazismo y los movimientos afines tratan de eliminar todo lo que representa la democracia.
Mientras tanto, tendremos que hacer leyes más duras para luchar contra estos movimientos violentos; para acabar con los corruptos, porque con su comportamiento alimentan a estos depredadores de la libertad, generan apatía en la política a nuestros jóvenes y esta falta de compromiso social puede acabar con la democracia y lo que ella representa.
Debemos alimentar la democracia porque pueden acabar con ella, porque pueden acabar con todos nosotros.
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