Opinión

No solo es el Príncipe

El presidente de la asociación de vecinos del Príncipe, ‘Kamal’, ha advertido de la situación en que se encuentra la barriada y de la pérdida de seguridad que se está produciendo. No cuenta nada que no sepamos, pero sí que insiste en una tozuda realidad a la que parece que no queremos ponerle solución: la barriada se va perdiendo, la fractura se hace mayor y no llegan las acciones que tienen como finalidad salvarla. Porque sí, ya se trata de eso, de salvar el barrio y salvar a aquellos vecinos que quieren vivir tranquilos y no con miedo. Pero no pueden porque tampoco se hace algo por cambiar esta situación más allá de acciones puntuales.
Hemos pasado de puntillas por algo tan grave como que disparen a la Policía. También porque les arrojen artefactos caseros explosivos. O porque ya sea a diario cuando queman contenedores, coches y se organizan emboscadas. No se aborda esta situación con la gravedad que tiene y así la bola se hace mayor. Asusta la pasividad de todos, ¿dónde están las reacciones sociales y políticas ante lo sucedido?, ¿le parece normal a la clase política que hayan disparado a unos policías nacionales que estaban de servicio? No lo entiendo. Parece que estemos vacunados ante el espanto.
Hay quienes, por contra, aprovechan para matar moscas a cañonazos ofreciendo recetas que no hacen más que incrementar los radicalismos. Les gusta navegar en aguas revueltas, vender un discurso fácil cuando ni siquiera tienen idea de lo que sucede en el Príncipe. Buscan su propio beneficio, no lo olviden. Y para ello ‘venden’ odio, enfrentamiento, salvapatrias en sobres sorpresa... No se fíen.
A este barrio, al del Príncipe, se le sumó hace tiempo el del Recinto. Allí la situación también se ha convertido en extraña. Nada es como antes ni tampoco se hace algo para que la normalidad sea lo que impere. Sorprende y mucho ese cruce de brazos mientras que este descalabro avanza.
¿Es difícil buscar soluciones? No. Solo hay que tener un interés real en materializarlas en acciones concretas. Hoy por hoy se habla, con toda la razón, de barrios perdidos, de barrios en los que los vecinos de siempre no se reconocen, de barrios en los que hay miedo, de barrios en los que de manera injusta se acusa a los vecinos de colaboradores cuando ellos también son víctimas.
Pasar de puntillas ante asuntos que suponen una quiebra en la convivencia tiene sus consecuencias y no son precisamente buenas. De todos nosotros depende que se reconduzca una situación que hemos evitado para que no nos llamaran alarmistas. Siempre estamos igual, mirando más hacia la galería que hacia nosotros mismos.

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