Opinión

No seamos lo que quieran hacer de nosotros

La frase encierra una advertencia que en cuanto se reflexiona nos pone en alerta, avisa de un inminente peligro.
Ser lo que otro quiera que seamos causa horror, el más profundo sentimiento de miedo, y se siente así porque torcer o violentar la voluntad es atentar contra la primera causa de la vida que es la propia voluntad de vivir, el motor que nos impulsa; sólo el pensarlo produce escalofrío, temor y temblor... aterra.
No sólo es una tragedia atentar contra la vida sino también hacerlo contra el curso de la misma. Es tan preciada la vida humana porque la naturaleza la ha dotado de valiosísimas capacidades, sin parangón con los demás seres (es el gran privilegio, el enorme tesoro); entre ellas la inteligencia, el pensar, la razón, la imaginación, la expresión (el lenguaje) y una muy singular y muy refinada que es la capacidad de la perfección. Nacemos imperfectos, sin la totalidad de las facultades intelectivas ni los medios para expresarlas. Los demás animales no poseen la capacidad de la perfección; ningún animal ha evolucionado de manera notablemente inteligente.
Es la perfección esa capacidad, sólo humana, que nos permite el desarrollo de las cualidades hasta el absoluto, de un sinfín de facultades; eso es un privilegio único, y atentar contra el desarrollo es hacerlo contra la vida misma.
Sólo nacemos con el “ser”, el existir, situación primera y previa a la de humano completo; sólo se tiene el cuerpo: hombre o mujer. En el justo instante de nacer sólo somos posibilidad, potencialidad, solamente somos una parte de lo que podemos y debemos ser; la otra parte, la que nos completa, es ese empujón que nos pone en la cabeza del pelotón desde donde seremos capaces de ver la meta con claridad (no desde dentro del pelotón y menos estando en la cola, se pueden tomar decisiones); desde ahí empezamos a decidir qué queremos ser, cuáles son los atributos que tenemos que adquirir que son los que nos definirán: la individuación que nos señalará como personas singulares y que nos proveerá de un “YO” único en la especie y en el mundo.
Todas esas posibilidades, todas esas potencialidades constituyen un derecho que se llama DERECHO NATURAL, que es donde se postulan los derechos fundamentales y determinados por la naturaleza, que son universales, anteriores, superiores e independientes a cualquier otro derecho escrito (derecho positivo) derivado de cualquier Constitución, o al derecho consuetudinario (el de las costumbres).
Este DERECHO NATURAL es el que en la actualidad está recogido y resumido en La Carta Internacional de Derechos Humanos, consensuada por la inmensa mayoría de las naciones del mundo.
Ese Derecho Natural, aún sin estar escrito, ya garantizaba todo lo necesario para permitir un “camino” lo más feliz posible.
En la naturaleza, los animales, excepto el humano, las leyes, escritas o no, no las entienden, son las de la propia naturaleza y son acatadas con rigor, sin más; y el que disiente, inmediatamente perece. El humano, por su compleja evolución ha adquirido facultades que por no estar homogeneizadas crean discrepancias, lo que dificulta la generalidad de la perfección.
Siendo la perfección el refinamiento de las cualidades adquiridas y deseables, el humano lo consigue a través de la experiencia y sus consecuencias, de la acumulación de conocimiento, que es su saber; un saber que no se somete a ninguna autoridad, a ninguna norma exterior, sino al motivo que surge de la vida interior de su personalidad. No admitimos doctrinas obsoletas, válidas en otros tiempos que atenacen nuestra evolución mental. Cada uno es hijo de su tiempo y exige, desde su naturaleza, el derecho a todas las experiencias y a todas las vivencias personales, sin restricciones en el desarrollo del conocimiento universal. Como dijo el poeta,”el camino se hace al andar”.
Partamos del principio de que la vida es acción, y que la premisa para la acción es la libertad, porque es necesidad de la voluntad. No sólo actuamos de acuerdo a como somos, que lo hacemos; también somos de acuerdo a como actuamos. La acción genera ser. El hombre deviene (evoluciona) de acuerdo a lo que hace. Así, lo que se quiere ser depende de la voluntad de serlo y del conocimiento (del saber) que se adquiere mediante el entendimiento; entendimiento que es el taller donde están las herramientas por las que asimilamos, por las que incorporamos ese conocimiento a la conciencia, y que es posible exclusivamente a través del lenguaje, de las palabras, de ese “LOGOS” milenario que hace posible expresar los sentimientos y las ideas. Somos seres lingüísticos y por ello somos los seres que somos y por lo que comprendemos los fenómenos de la realidad. Por el lenguaje alteramos el curso de las cosas, creamos realidades y modelamos el futuro. Es el lenguaje el mayor tesoro de las facultades humanas. Hasta ahora (siglo XXI) sólo podremos saber (aprender, entender) lo contenido en ese logos, que es lo que marca el límite del conocimiento. Para ir más allá habría que inventar otro logos porque las palabras de ahora se nos quedarían cortas……Es la expresión la más necesaria y anhelada de las libertades.
Otro límite insalvable, para cada generación, es la temporalidad: la vida humana es la que es; dura lo que dura, y se acaba, y en ese espacio de vitalidad hay que desarrollar todas las capacidades y adquirir las facultades posibles en el grado máximo, hasta el absoluto, para gozo propio y para dejarlo como herencia. Dependiendo de un desarrollo y perfección más amplios, habría posibilidad a mayor conocimiento, que nos permitiría opciones más diversas, que nos parecieran más convincentes, más esperanzadoras.
Sólo ocurrió entre los humanos: desde la más remota antigüedad, a los más débiles, a los menos dotados, a aquellos que no supieron o no pudieron tener acceso a las virtudes, aunque no fueron deseables, la naturaleza, siempre magnánima, corrigiendo su propio error, les dotó para su supervivencia de la facultad de la astucia (habilidad para obtener beneficio mediante el engaño). Pues, siempre ha habido miserables de esta calaña por naturaleza, y lo peor son los advenedizos que siempre se han subido al carro (la filosofía del mínimo esfuerzo); aunque en algunas épocas, a esos aprovechados no se les permitió el acceso al poder ni a la constitución de las leyes (derecho positivo). A esa premisa se llamó NOLENTIBUS DATUR, que expresaba la no conveniencia de otorgar el poder a aquellos inútiles y malintencionados que lo ambicionaran, puesto que el que lo ambiciona lo hace para sus propios intereses y no para el de los ciudadanos.
El poder cuando se dejó de ejercer por liderazgo, siempre se ha obtenido por la astucia o por la violencia. No es caso aparte es el de la monarquía, que fue la forma más innoble y falaz de conseguir el poder, porque para ello no hay que acreditar ningún mérito. En origen fue una praxis de origen oriental, que con astucia se otorgó como un don divino (algunos monarcas, incluso, llegaron a creérselo, originándose regias estirpes y longevas dinastías), y como no podía ser de otra manera, de lo más irracional, y por tanto sólo admitido bajo la ignorancia y la pasión humanas, aunque las más de las veces la herencia a la monarquía se precipitó por la astucia o la violencia(la historia está plagada de traiciones, parricidios y fratricidios sin número) y otras por una “rara” sublimación, entendiendo por “sublimación” el hecho de pasar de un estado previo a uno definitivo sin el proceso intermedio que correspondiera. En física molecular es pasar directamente del estado sólido al gaseoso, sin pasar por el estado líquido que es lo más frecuente en la naturaleza y lo que corresponde.(como ejemplo, la sublimación del alcanfor). En la actualidad la monarquía supone un anacronismo incoherente (las dos cosas). Pero la “naturaleza” sigue siendo caprichosa. Incluso en nuestro presente se sale del guión.
Contra la violencia se responde, primero con la resistencia e inmediatamente con el contraataque, pero ya no nos educan para la guerra…… sólo a resistir. Y para luchar contra la astucia, hay que hacerlo desde el conocimiento, y para ello hay que desembarazarse del velo que supone la ignorancia.
El SISTEMA, que “astutamente” nos gobierna y nos dirige, es tan perverso que no nos saca de la ignorancia; nos distrae con la rutina cotidiana: la televisión, los chismorreos, las modas, los deportes, el alcohol y las drogas; hasta el punto, y ahí está el mayor riesgo, de mantener un sistema educativo obsoleto, sin prestigio en ningún nivel, privado de una enseñanza orientada al progreso, que evitase adoctrinamientos ancestrales sólo asequibles por la imaginación y el apasionamiento y ajenos a la razón.
El sistema, astuto, pretende conformar (formalizar, formatear) una sociedad, nunca mejor dicho, “conformista”; pero que se conforme con poco; sobre todo que se habitúe a pensar poco…..a saber poco. Es el manejable estado de rebaño.
Y admitir eso supone QUE SEAMOS LO QUE QUIERAN HACER DE NOSOTROS.

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