Hace algunas semanas publiqué una colaboración titulada Mogataces y Regulares. Hoy, al curiosear el blog que me dedica este diario, he encontrado, al pie de dicho artículo, un comentario de Lector, pidiéndome que si, al haber estado cerca del poder como diputado y senador por Ceuta, podría dar alguna explicación de por qué quienes nos han gobernado desde el final de la Guerra Civil hasta ahora han permitido que un gran número de personas procedentes de Marruecos se haya instalado en nuestra ciudad. Compleja y delicada pregunta, en verdad.
Aquí teníamos “los nuestros”, los descendientes de los mogataces, las familias de los militares de Regulares, y contados más, gente grata y honrada, buenos vecinos. Pero después de la independencia de Marruecos comenzó la llamada “marcha de la tortuga”. Nunca he logrado comprender las causas de tal tolerancia. Quizás haya una mezcla de desconocimiento acerca de lo que era y debió seguir siendo Ceuta, de recompensa por el régimen anterior a los servicios prestados en la contienda, de buenismo, de indecisión, de desconcierto, e incluso –intuyo– de búsqueda de una salida nada patriótica al “problema” de la soberanía. Todo ello adobado, además, con la evidente contradicción en que incurrimos los ceutíes, cuando a la vez que pedimos un severo control fronterizo, solicitamos, por razones económicas, la mayor manga ancha a la entrada de marroquíes.
Voy a relatar varias significativas anécdotas. Siendo comandante general y delegado del Gobierno el general Gutiérrez Mellado (en vida de Franco) una señora ceutí le expuso su preocupación ante la invasión que por aquel entonces ya empezaba a sufrirse, y la respuesta que obtuvo fue tajante: “A ver si os dais cuenta de que os tenéis que acostumbrar a convivir con ellos”. ¿Era, pues, una política preconcebida? Eso queda en el aire. Allá por 1981, como diputado, intenté trasladar a un ministro del Gabinete presidido entonces por Leopoldo Calvo Sotelo la misma preocupación, y me contestó: “¡Pues qué va a haber en Ceuta, sino moros!”. Por más que expliqué, me dio la sensación de que, como otros muchos, no llegó a creer cuanto le decía. En tal cerrazón reside el drama del desconocimiento sobre nuestra ciudad. Una anécdota más: mi esposa es zaragozana. Pues bien; cuando en un comercio de su ciudad natal supieron que su futuro marido era de Ceuta, le preguntaron con aprensión: “¿Es igual que nosotros?”. Siempre ha existido un erróneo estereotipo sobre la población ceutí, que va a acabar por convertirse en realidad a causa de una política timorata –intencionada o no, lo que está por ver– aunque opino que si alguien creyó que los nuevos ceutíes de origen marroquí apoyarían mayoritariamente una entrega al vecino país, erró de lleno –por fortuna– en sus cálculos..
Tanto en el Congreso de los Diputados como años después en el Senado intervine en varias ocasiones para tratar el tema. Como consta en el Diario de Sesiones, desde la tribuna de oradores del Palacio del Congreso, manifesté el día 8 de octubre de 1980, entre otras cosas, lo siguiente “Ciudades (Ceuta y Melilla) donde es cada vez más preciso, tengo que decirlo aquí sinceramente, un control exhaustivo de la entrada y permanencia de extranjeros, control que si se hubiera ejercido adecuadamente años atrás habría evitado muchos problemas”. “Estamos recogiendo los frutos, los amargos frutos, de una política anterior errónea y sin visión de futuro”. “Como ceutí, y como representante en esta intervención del Grupo Parlamentario Centrista, comparto con el señor Fraga su preocupación en cuanto a la necesidad de extremar las cautelas en orden a la concesión de la nacionalidad española”. “Porque entre los españoles nacionalizados... puede haber algunos que no son dignos de compartir la nacionalidad española”. Años después, oí a un alto representante del SUP explicar cómo había logrado, a base de insistencia, cumplir el mandato recibido desde la Delegación del Gobierno, en la segunda mitad de los 80 (época de las nacionalizaciones masivas) hasta vencer la resistencia de un significado promarroquí residente en Ceuta, para que aceptase el DNI. ¿A qué se debió tanto empeño? Por aquellas fechas mi mujer presenció en el Registro Civil el juramento de una marroquí, preceptivo para obtener la nacionalidad española, y al ver que necesitaba intérprete, manifestó su extrañeza, recordando la norma constitucional que exige a todos los españoles conocer el castellano. Mientras que la joven que hacía de intérprete la llamaba “racista” (¡cómo no!) el funcionario de turno le espetó: “Cállese, señora, esto es política”. ¿Qué política? ¿Por qué?
En sesión del pleno del Senado de 24 de octubre de 1995, aludiendo tanto a los subsaharianos como a los magrebíes que entraban ilegalmente en Ceuta, dije respecto a la anunciada colocación de una alambrada en la frontera: “La alambrada existió hace unos 25 años y fue totalmente destruida por una oleada de inmigrantes de origen marroquí que, curiosamente, están ahora asentados en Ceuta, conviven en Ceuta y gozan de la nacionalidad española”. “Nuestro cupo de admisión de inmigrantes está más que cubierto por muchos siglos”. Hablé de la necesidad de “garantizar” “la cobertura efectiva de la línea fronteriza terrestre” y pedí que, además, se destacasen unidades de la Guardia Civil del Mar para el control de nuestras costas, añadiendo después que “tanto el Senador Morales como yo habíamos presentado ya hasta siete preguntas parlamentarias sobre el tema, denunciando la situación y solicitando soluciones. Y no hemos recibido más que contestaciones ambiguas”. Luego se produjo un curioso diálogo, que recoge el Diario de Sesiones:
“El señor presidente: senador Olivencia, muchas gracias, su tiempo concluyó.
El señor Olivencia Ruíz: Perdone, señor presidente...
El señor Presidente: señoría, tampoco está en la cuestión, que es la pregunta que formuló en su momento, pero concluya.
El señor Olivencia Ruíz: gracias, señor presidente, yo quiero terminar, lo que no quiero es que otros terminen con Ceuta.”
Me contestó el entonces Ministro de Justicia e Interior, Belloch, para decirme, entre otras lindezas, hasta qué punto sería “incorrecto” que yo pensara “que la solución es sitiar militarmente Ceuta o establecer una frontera acorazada...”, añadiendo, pese a no haber pedido nada extraordinario, que “las medidas que su señoría propone son francamente inconcebibles en el plano de lo teórico, irrealizables en el plano de lo práctico e irresponsables desde un punto de vista de nuestros compromisos internacionales”. ¡Qué pena no haber dispuesto de otro turno!
Lo cierto es que, unos más y otros menos, nadie escapa sin tener parte de culpa en lo que hay. Y conste que no me excluyo, porque lo intenté, pero a la vista está que poco conseguí.