Opinión

No se le pueden poner puertas al campo

Cómo que poner puertas al campo? La propuesta ya nos parece una exageración, pero su contenido, el mensaje, es producto del refranero popular y el refranero, como siempre, recoge la sabiduría popular, que por ser popular debe ser inmensa, casi universal, y así se confirman sus certezas.
El origen del argumento es primigenio y se sostiene desde que se manifestó en el humano la exigencia de su natural necesidad a la que le impulsan sus instintos y que poco a poco se ha ido transformando en deseos, es decir en una pseudonecesidad, que casi siempre es inconsciente en el humano pero que puede ser controlada, atemperada y aplazada. Así el deseo no siempre es producto del instinto como sí lo es la necesidad, sino que lo es de la mente, que a veces confundida o retorcida, lo puede hacer insaciable, incluso hasta doblegar la voluntad del sujeto … El deseo siempre está ahí y forma parte fundamental del egoísmo; egoísmo que propicia la desigualdad y ésta nos lleva al sentido de la posesión y al sentido de la propiedad.
Al principio, todo era de todos hasta que hubo un hombre que cercando un terreno se le ocurrió decir: “esto es mío”, y halló gentes lo bastante simples para creerle, y ese hombre se puede decir que fue el fundador de la sociedad civil”. Así nació la diferencia social …. a un lado el que tiene propiedad (la que sea) y en el otro el que no la tiene.
¡Cuántos crímenes y guerras, cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca: “no escuchar a este impostor”! (ROUSSEAU).
Y es esa ambición manifiesta en los deseos la que nos lleva a la ciega inclinación por la posesión, por supuesto que desprovista de todo sentimiento del corazón.
El profundo mensaje es que no se puede evitar lo inevitable; el hombre no es capaz de ir en contra de lo que crea su propia naturaleza. No se puede cerrar lo que por propia naturaleza tiene la condición de abierto, y así la libertad, como máximo exponente de su condición de humano, para bien o para mal, es imparable; y si no fuese así, estaríamos todavía viviendo entre los monos y en los árboles.
La sociedad guiada por ese carácter egoísta construyó el concepto de “puerta”, que es algo que abre, pero también que cierra. Una puerta abierta franquea el paso hacia otro lugar, pero si está cerrada se convierte en un muro, sobre todo si se coloca allí donde no la había y la puerta tiene llave y la llave tiene dueño; y si alguien quiere la llave tiene que pedírsela y si se le niega, inevitablemente tiene que conquistarla.

"Parece que se nos haya olvidado la necesidad de reparar el error y el daño infringido, y sobre todo poner en práctica esas virtudes de tolerancia y generosidad”

Como cada día a primera hora, me asomo a mi ventana, y en la placeta, entre el trajín de coches que se aparcan y el constante pulular de la gente aparece puntual el chaval …. Apenas tiene veinte años: apariencia fuerte y ágil, y siempre, dispuesto y solícito. Su piel negra betún y muy brillante. Se “adorna” con un chaleco reflectante pensando que así sale del anonimato haciéndose notar y quizás también pensando que se reviste de “cierta autoridad”; una llamativa gorrilla roja que apenas cubre su “cabello afro” y unas zapatillas verdes completan el abigarrado atuendo de este singular personaje. No me quedan dudas de quién es, pues, no es el primero que se afana en prestar “tan valioso servicio multiuso” en la placeta: colabora en la carga y descarga de los pequeños comercios, ayuda a los aparcamientos, a los mayores al traslado de los paquetes de la compra y a lo que se le mande. Es uno de tantos, ya de miles o millones que desesperados y desesperanzados y lejos de sus países de origen buscan un futuro, al menos digno, para el devenir de sus vidas, y para eso, según vemos, también tristemente, les tiene que asistir la característica de un medio payaso y a la vez la de un campeón: el de mi placeta es camerunés, humilde de condición pero lleno de ilusiones. Cuando me cruzo con él, me paro, y en mi chapurreado francés mantengo algún que otro corto diálogo: le saludo, le doy la mano que acepta encantado con una amplia sonrisa, creo que de agradecimiento a pesar de la simpleza de mi gesto. Para mí es un momento de gran satisfacción.
Esta situación, en nuestra ciudad, se ha hecho tan cotidiana, tan generalizada que ya no tiene ni siquiera el rango de anécdota y por lo tanto casi desaparece de nuestra atención, de nuestro interés y de nuestra inquietud. Pero creo que nos debe llevar a una profunda reflexión en forma de pregunta: ¿A pesar de que ya nos parezca trivial, debemos cerrar los ojos ante semejantes imágenes?. Creo que no, ni tampoco la sociedad total debiera hacerlo sino afrontar y superar la barrera de nuestra idiosincrasia cultural y atrevernos a investigar y solucionar el motivo de la situación, y hacerlo con rigor.
Los motivos o los argumentos creo que están bastante claros: Los vestigios nos llegan, incluso, desde la prehistoria, desde los mitos y las leyendas y desde la historia misma, y nos revelan los fatales desenlaces humanos junto con los archivos que dan fe a través de la arqueología de los incontables campos de batalla diseminados a lo largo y ancho del mundo; todos ellos demostración de la derrota del hombre porque éste no ha sabido o no ha querido entenderse con los Otros. Su diversidad lo convierte en un tema infinito y la premisa es: “Todo el mundo puede vivir como le dé la gana, pero bien lejos de mí si esa gente no pertenece a mi raza, a mi religión y a mi cultura“. Los miembros de cada comunidad siempre han entendido que sólo ellos son seres humanos coherentes y que todos los demás, infrahombres o cualquier cosa, menos criaturas semejantes.
Ya en la Grecia antigua, en la época de las creencias antropomórficas cuando los dioses podían adoptar el aspecto humano y comportarse como personas; en aquellos tiempos, nunca se sabía si era un hombre o si era un dios el viajero o el peregrino que se acercaba. Esta inseguridad, esta intrigante ambivalencia constituyó la CULTURA DE LA HOSPITALIDAD que exigía un trato magnánimo al visitante, cuya naturaleza no acababa de ser reconocible. Esa circunstancia ya hace muchos siglos que fue superada, pero aún quedan reminiscencias parecidas de desconfianza, aunque no ya (menos mal) de la posible divinidad del sujeto.
A veces parece que se nos hubiera olvidado, pero debemos ser conscientes de que el individuo no se forma completamente si no es mediante un proceso de relación: el ser humano necesita a otro ser humano y lo busca porque sabe que no puede vivir sin Otros, aunque en ciertas circunstancias resulte, al primer contacto, inseguro y desconfiado. En definitiva los Otros son el espejo en que nos reflejamos y que nos debe hacer conscientes de quienes somos. Si no hacemos el esfuerzo de prestarles atención y no manifestamos el deseo de dialogar con ellos, si nos cruzamos indiferentes, fríos, insensibles sin expresión y sin alma, estaremos cometiendo un error si no reconocemos esos rostros, porque estamos desconociéndonos nosotros mismos.
Si no aceptamos al Otro aunque sea diferente también cometemos el error de no reconocer que precisamente en esa diferencia, en esa alteridad está el valor y la riqueza de nuestra especie; porque debemos entender que ese Otro también soy yo.

"¿Creo que nos puede llevar a una profunda reflexión en forma de pregunta: ¿a pesar de que ya nos parezca trivial, debemos cerrar los ojos?"

En la Sociedad Occidental, en siglos pasados y no tan lejos de nosotros se cometió el error de la diferenciación hasta extremos escalofriantes: durante el periodo del Medioevo lo fue principalmente por motivos religiosos, por creer diferente, como fueron las Santas Cruzadas, y la persecución, la tortura y la hoguera por la supuesta herejía castigada en los “autos de fe” ordenados por los tribunales de la llamada Santa Inquisición (un horrendo crimen); y todo ello son sombras y borrones indelebles de la Iglesia. Y como paradoja y durante el elogiado Renacimiento y a pesar de su supuesta inspiración humanista, se produjeron los mayores desacatos hacia aquellos considerados diferentes llegando a las más tremendas humillaciones: en España y Portugal, expulsiones y ostracismo de árabes y judíos, y más aún el atropello que significó la época de las conquistas: el intento de la transformación de la conciencia de los nativos… la transfiguración de sus creencias e ideologías, y más grave si cabe, la explotación salvaje de millones de indígenas africanos llevados a las los territorios “conquistados” bajo la más execrable esclavitud, la de la dominación y la explotación del hombre por el hombre…. Y todo ello ejecutado por el país (España) que se erigió como baluarte defensor y símbolo de la Fe y de la Cruz. Y más reciente, casi en nuestros días, al final del siglo XIX, todos los países europeos, conferenciados (España, Italia, Francia, Reino Unido, Alemania, Portugal y Bélgica se afanaron, otra vez, en la colonización de los países africanos y asiáticos para la explotación de hombres y recursos que proporcionaran materias primas y mercado. Todo gran país pretendía tener un Imperio Colonial.
Para Europa, esa gesta, esa circunstancia, de la que se vanagloria, se tilda de descubrimiento sublime …. de un gran esfuerzo de ayuda y sobre todo de salvación de las almas; pero América, Asia y África ya estaban descubiertas, allí ya vivían desde siempre personas con parecidas o idénticas vicisitudes que las nuestras.
Hoy, y desde hace algún tiempo, esa ecuación de “europeos” igual al conjunto de todos los valores, lo ha puesto en tela de juicio el cambio inexorable de la Historia; y esos cambios han resucitado, despertado y empezado a exigir, con toda justicia, un lugar para todos, en las mismas condiciones, en torno a la mesa del Mundo.
Pero en pleno siglo XXI, en la misma actitud hipócrita, seguimos poniendo vallas, fosos, limes y muros tal como hicieron los griegos en sus ciudades y los romanos en su antiguo Imperio. Ahora tenemos miles de refugiados junto a las fronteras clamando por un pedazo de pan, muertos al pie de las alambradas, náufragos en la más horribles de las derivas y ahogados en nuestras playas y en los mares que nos circundan, y nosotros impasibles y prepotentes nos permitimos permanecer en esa dimensión burguesa y capitalista refugiados en “YOES” privados y egoístas, en herméticos círculos estancos (nacionalismos) donde poder dar rienda suelta a los impulsos del deseo y del capricho.
De momento parece que no somos capaces de resolver esas dificultades que nos quita el reposado sueño y que nos enfrenta con el encuentro de esos Otros, y sin embargo ese encuentro y la convivencia total en el planeta, al que por nuestros intereses hemos globalizado, resultan inevitables...
Parece que se nos haya olvidado la necesidad de reparar el error y el daño infringido, y sobre todo poner en práctica esas virtudes de tolerancia y generosidad de las que hipócritamente hacemos gala…

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