Es tan evidente que Ceuta es un enfermo de pronóstico reservado como que los axiomas no necesitan demostración. Nuestra ciudad lleva años columpiándose al borde del abismo mientras quienes han sido, y son, los llamados a encontrar soluciones a nuestros gravísimos problemas de todo tipo han mirado, y miran, para otro lado. Hemos dejado de tal manera que los problemas se pudran y devengan prácticamente irresolubles a nuestro favor que nuestra tozudez se ha convertido en clara estupidez. Nuestra pereza, nuestra indolencia y nuestra falta de reacción ante unos hechos claros que se desarrollan ante nuestras propias narices nos están empujando a una situación peligrosa, peligrosa para los ceutíes y peligrosa para nuestra ciudad. El aturdimiento de las conciencias ha sido tal que los ciudadanos han ignorado lo que sucedía delante de ellos. Como no era posible suprimir la realidad parece como si se hubiera llegado a un pacto con ella, mediante ciertas componendas, para que resultara menos dolorosa. Pero, al final, todos los problemas se están manifestando en todo su esplendor, uno detrás de otro, ante nuestro estupor, nuestro asombro, de que tales hechos puedan suceder en nuestra ciudad.
Digámoslo ya, todos nuestros problemas vienen desde el mismo sitio: del hecho de ser frontera con un país tercermundista, cuya renta per cápita es varias veces inferior a la nuestra. Pero eso no es todo. Hay países que son limítrofes con otros cuyas rentas son inferiores y sin embargo no sienten peligrar su futuro, tal y como sucede con Ceuta. Desde que en los años ochenta se empezó a conceder la nacionalidad a los arabo-bereberes que tenían la tarjeta de estadística, se inició el asentamiento en nuestra ciudad de ciudadanos marroquíes que venían al olor de la concesión de dicha nacionalidad. Ese asentamiento ilegal y el correspondiente desmesurado aumento vegetativo de la población –de la autóctona y de la que se instaló ilegalmente–, nos ha conducido, andando el tiempo, a unos problemas tales como una población actual por encima de los 84.000 habitantes, con una densidad de escalofrío, de más de 4.500 habitantes por km2, saturación de los servicios públicos, un paro astronómico –más de 12.000 ciudadanos–, fracaso escolar del 50%, un índice de pobreza del 35%, una cifra astronómica de construcciones y ocupaciones ilegales de parcelas y, en fin, la huella ecológica que dejamos impresa en el medio ambiente por el mero hecho de vivir en estos escasos 20 km2 es de las que meten miedo.
Pero hay un hecho que no es posible soslayar, y es que sobre Ceuta pende la peligrosa espada de Damocles, debido a las continuas reivindicaciones de Marruecos sobre nuestra ciudad. Ello produce periódicas tensiones con nuestro vecino reino marroquí para recordarnos que de algún modo ‘nos permiten vivir en los presidios’ hasta que llegue el momento de pasar definitivamente a la acción. ¿Cuándo? Pues cuando Marruecos crea que ya nos ‘ha invadido’ suficiente y convenientemente a través de los MENA, de los empadronamientos de marroquíes, de los asentamientos ilegales de ciudadanos procedentes del vecino país, de los españoles que se casan con marroquíes –sobre todo, del Marruecos profundo–, de las paridoras marroquíes que se dan cita en nuestro flamante hospital –paridoras que suponen el 50% de los partos, y el 50% más de gastos–, la inscripción de esos niños marroquíes en el Registro Civil, con el peligro que ello supone para el futuro español de nuestra ciudad, y, por qué no, la falta de lealtad de no pocos ciudadanos arabo-bereberes para con la ciudad, para con el país y para con el resto de los ciudadanos españoles que formamos comunidad con ellos. Asimismo se constata un clamorosa falta de lealtad de aquellos musulmanes cercanos al Tabligh, pues, según su dirigente Maateis, existe la disyuntiva de si para integrarse en el tejido social español hay que dejar de practicar su religión. Y a este respecto he aquí una duda: ¿las trabajadoras transfronterizas devengarán derechos adquiridos en un futuro para su empadronamiento y, por ende, para la adquisición de la nacionalidad española?
Los hay quienes en su ingenuidad abogan por exigir reciprocidad a Marruecos como mejor método para resolver conflictos. Ya se ve cómo actúa el vecino reino respecto de los ceutíes que sufren un percance de salud o accidente allí, en territorio marroquí: han de pagar a precio de oro hasta las tiritas. Hay que ser muy ruin o ser descendiente de aquel villano llamado don Julián para estar tan jodidamente ciego respecto de las infames intenciones de un país como Marruecos. Luego nos subiremos por las paredes cuando el periodista gallego Vixande pretende que España venda Ceuta y Melilla a Marruecos, ¿no la estaremos vendiendo ya desde hace bastantes años? Lo cierto es que Ceuta se está disolviendo como un azucarillo en agua. No, decididamente no me gusta la cara de este enfermo.