La actividad política en nuestra Ciudad ha caído en una profunda depresión. No hay nivel. Los grandes desafíos que embargan el futuro próximo son irresponsablemente soslayados por mor de una clamorosa falta de preparación (en todos los sentidos) Los debates se circunscriben al terreno de lo puramente anecdótico o la simpleza más intrascendente.
Inanición intelectual en estado puro. Hemos terminado por instaurar definitivamente el imperio de la mediocridad. Dice una sentencia muy conocida que “El político piensa en las próximas elecciones, y el estadista en las próximas generaciones”. En Ceuta hemos extremado este aforismo: “los político ceutíes sólo piensan en el próximo titular de prensa”. Los medios de comunicación se han convertido en los auténticos dirigentes de la política. Aquí se habla de lo que ellos quieren, cuando ellos deciden, y en los términos que ellos eligen. Una auténtica tergiversación de la democracia.
La clase política siente verdadero pavor a las reacciones de la opinión pública. Y por ello todas sus decisiones están mediatizadas por un cálculo previo del impacto que ocasionarán en un cuerpo social escasamente formado, dominado por los instintos más primarios, y remotamente distanciado de cualquier planteamiento noble. De este modo, una de las dimensiones primordiales de la política (acaso la más importante), como es la función pedagógica, se ha extinguido prácticamente. Es al revés. La masa embrutecida impone sus ridículos criterios a los partidos políticos que, temerosos de perder votos, terminan aceptando las consignas emanadas de la barbarie y acomodándolas a su agenda de trabajo. Oír los debates políticos en Ceuta, a cualquier nivel (ya sean en el pleno del ayuntamiento, en los medios de comunicación o en las tertulias privadas), provoca auténtica estupefacción.
Este fenómeno no se ha producido repentinamente, ni obedece a una sólo causa. Nunca sucede así. Desde hace algún tiempo las personas más valiosas rehúsan participar en la vida pública. La observan desde la distancia como si se tratara de una actividad apestada que emputece a quien la práctica y mancilla su dignidad. Muy pocas personas con una cierta autoestima se quieren ver involucrado en la ciénaga en que se ha convertido la política. La consecuencia es que a la política sólo de arrima la mediocridad, incapaz de destacar socialmente en nada; y que encuentra en la política poca competencia para ocupar una relevancia social que le estaría vedad en circunstancias normales. La política se percibe como una simple tarima para sobresalir, supliendo artificialmente el esfuerzo personal por la proyección mediática. De esta manera, las filas de los partidos políticos se han ido nutriendo de individuos sin ideas ni escrúpulos, cuyo único objetivo es la escalada permanente a cualquier precio hasta llegar lo más alto posible, aunque no se sepa muy bien para qué.
Un segundo factor que ha contribuido sobremanera al empobrecimiento de la vida política en nuestra Ciudad es fruto de una letal confusión. Se dice, habitualmente, que “todas las opiniones son respetables”. Esta afirmación, parcialmente cierta (quiere decir que todos los ciudadanos pueden expresar libremente sus opiniones) se ha confundido con que “todas las opiniones tiene el mismo valor”. Y esto, evidentemente, no es cierto. Todo el mundo tiene derecho a formar su propio criterio sobre cualquier asunto. Pero tiene la obligación moral de hacerlo con un mínimo rigor. En caso contrario su opinión no deja de ser una mamarrachada. Aquí cualquier bobada sin ningún aval intelectual adquiere la condición de opinión y se publica y difunde como si fuera respetable. No se exige lo más mínimo. La consecuencia es la extensión en amplitud y profundidad de la estupidez como principal argumento en el espacio político. Las mentes más raquíticas se sienten capaces de impartir doctrina sobre asuntos de gran calado y complejidad, sin sentir rubor alguno.
En estas condiciones es muy difícil reconducir la vida pública en nuestra Ciudad. La reflexión, y el contraste de ideas, siempre deseable, son hoy día en Ceuta tan necesarios como el aire que respiramos (parafraseando a Goytisolo). Y es precisamente en este momento cuando nos encontramos en peores condiciones para ello. Las infinitas tonterías en boca de una legión de mediocres, hacen tanto ruido, que no se puede oír ni una sólo idea.