El desafortunado episodio del No Summit Sánchez/Biden, que abochornaría en su inocultable comicidad no ya a la triada de maestros Metternich, Talleyrand, y Castlereagh – siguiendo a Rojas Paz los menciono con frecuencia como modelos, por lo que se ve sin mucho éxito por estas latitudes – sino hasta el más probo y si se quiere semiprobo funcionario, amén de certificar de nuevo la discreta relevancia, la a veces levedad (Araceli Mangas escribe que “los fracasos exteriores de España son múltiples”) y todo lo que se quiera de la sufrida diplomacia hispánica, tan plagada de excelentes funcionarios como al parecer no así siempre de avisados, acertados directivos, y sin demasiada originalidad a los grandes balances nos remitimos, mostraría un cierto desconocimiento acerca de la franja funcional política interior y exterior, esa obviedad manifiesta pero en más de una ocasión invocable en cuanto medida cautelar ya que al ser la exterior bilateral, plurilateral, multilateral, no es propia sino que está en función de otros, de terceros. Vamos, que no se trata igual una crisis en Extremadura que con Marruecos. Que nuestros contenciosos diplomáticos, donde mi competencia está reconocida, dentro y fuera de España (mil disculpas por reiterarlo hasta la saciedad, pero es que al parecer todavía no se han enterado de manera cumplida ni en Moncloa ni en Santa Cruz) requieren lo que requieren.
En la crisis con Marruecos, que constituye el núcleo central de hoy (y de ayer y de antes de ayer y de seguir así las cosas y no se otean argumentos fundados en contrario, de mañana), los envíos de Atalayar me aportan dos datos de nivel para delinear la cuestión. Uno, “¿Ya no está considerada España como un guardián del Estrecho? Tradicionalmente los buques españoles escoltaban el paso en el Estrecho, con alguna excepción como la del portaaviones ruso Kusnetzov y su flotilla, acompañados por una fragata británica (sobre cuya cancelación de escala en Ceuta, la terminaron haciendo en Malta, aduje en defensa económica del puerto y la ciudad y del principio de relaciones diplomáticas universales salvo, por supuesto, las limitaciones que puntualmente procedan); ahora el portaaviones nuclear USS Harry Truman ha sido escoltado por una fragata marroquí, suplantando la función que hacía nuestra Armada”. Y dos, con motivo de la acreditación por Rabat de 36 embajadores, pero no ante España ni Alemania: “los esfuerzos de nuestro ministro de Exteriores tienen que ser más intensos si Madrid quiere reconducir las relaciones con un aliado histórico; es cierto que las ocasiones que ha tenido de entrevistarse con su colega marroquí han sido escasas por no decir inexistentes”. Aunque a fuer de fidedignos nosotros apostillaríamos en este segundo punto un matiz preocupante, sin que alcancemos a precisar si llega a la categoría de dato o no excede de la de subdato: el ministro español se ha esforzado, se esfuerza, pero por lo que se ve acaso sin jugar en grado suficiente con esta muy peculiar técnica, de manera que el hábil y activo marroquí se ha quitado de en medio, al menos en dos ocasiones en principio propicias por multilaterales, con el resultado de que ni siquiera se han dado todavía la mano…
Quizá pudiera decirse que la cosa queda clara y nos exonera de ulteriores comentarios, aunque seguimos facultados para insistir en dos claves mayores. Durante más de media centuria la gestión de los diferentes presidentes y ministros de Asuntos Exteriores no ha permitido apreciar avances en general, más bien retrocesos, en tan histórico, importante e irresuelto que no irresoluble asunto de las controversias territoriales, que arroja un déficit diplomático creciente en la globalidad. Ni siquiera en el plano “académico” se ha creado, como he pedido repetidas veces, una oficina para el correcto tratamiento coordinado de los tres grandes contenciosos, que están tan entrelazados como en una madeja sin cuenda donde al tirar del hilo de uno para desenrollarlo, surgen automática, inevitablemente los otros dos.
Se trataría de hacer las cosas bien, poniendo las bases desde el principio, lejos de la típica y socorrida por estos pagos improvisación y de la nociva dialéctica entre profesionales y aficionados. Sólo con Fernando Morán aquel ministro de Exteriores ridiculizado con chistes “generalmente de origen infantil” según De la Cierva, y despedido sin grandes miramientos, se esbozó un Comité del Estrecho, donde un reducido grupo de militares y diplomáticos, yo entre ellos, cubriríamos ambas orillas pero al parecer una filtración a un periódico de Melilla, el asunto era secreto, lo dejó en nonato. Luego durante largo tiempo, como he contado reiteradamente, propuse la creación de una oficina para los contenciosos, “con la ubicación, Presidencia o Exteriores, quizá por ese orden; el rango y el carácter que se estimaran oportunos”, e incluso, por mor de no incrementar el gasto, menor por lo demás, sugerí mi integración en la Oficina para Gibraltar, ampliada por unos optimistas en el 2002 convencidos de que aquello, Gibraltar, estaba hecho “para antes del verano” (década y media más tarde, se incurría en el ¿approach?: “pondré la bandera en el Peñón en cuatro meses”) En su momento, únicamente Curro Moratinos, que llevaba los asuntos de África y había estado destinado en Rabat y conocía el Sáhara, para mí inolvidable, con sus gentes, camellos, dunas, palmeras y leyendas, y digno de mejor suerte, se mostró receptivo y me dijo “lo haremos cuando yo sea ministro”. Pero tampoco: “es un tema con una gran sensibilidad por lo que resulta difícil de sacar adelante para cualquier político”.
En fin, hasta que como era tal vez previsible, con aquel tratamiento/no tratamiento de más de uno de nuestros diferendos, ha hecho eclosión la crisis con Marruecos. Desde abril del pasado 2020, en tres artículos y alguna conferencia, he mantenido la conveniencia, al irse precipitando los acontecimientos — con el affaire Gali y la invasión metamigratoria de Ceuta, recién llegado Sánchez a Ceuta, tres lustros después de otro presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, el 19 de mayo de este 2021, Rabat retiró a su embajadora, a cuya madre, granadina, conocí en Rabat– del recurso a la diplomacia regia, Instrumento excepcional, semiclave y subsidiario antes que complementario de la acción de gobierno, con el que cuenta y ha ejercido España, al que naturalmente a esos títulos se ha acudido en distintas ocasiones con el vecino del sur, con Don Juan y Juan Carlos I. Y aunque con protagonistas, circunstancias y posibilidades disímiles, el papel de Felipe VI se presume de altura bastante, cierto que con una interlocución más que cómoda, “pragmática”, tal que en alguna ocasión se la ha denominado en Rabat. Y si se califica a la diplomacia de las coronas de factor semiclave y no de clave, es sencillamente porque como se enfatiza antes, en política exterior la resolución no es privativa sino que, por definición, radica en el plano bilateral o plurilateral, depende de otro/s. Semiclave asimismo porque en primera instancia sólo procede en relación con determinadas controversias, como ya he explicitado en ocasión previa.
En una invariable estrategia, que se ha mostrado a la postre no acertada, Moncloa y Santa Cruz vienen habitualmente aplicando una táctica defensiva en tan proceloso tablero, ¿malcubriéndose? con las negras en lugar de priorizar cuando corresponda el avance con las blancas. Y siempre a remolque de París, el permanente valedor alauita, dato de mayor interés en el Sáhara porque en la UE, Francia es el único país que forma parte del Consejo de Seguridad. Fuertes, además, con la renovada alianza norteamericana, que arranca nada menos que de 1777, Palacio, como ya he escrito, impelido hacia el Gran Marruecos con el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara Occidental por la Casa Blanca, se siente, da la impresión, quizá por un más urgido Mohamed VI que su predecesor (recuerdo que a sus doce años asistió a los funerales de Franco y a la coronación de Juan Carlos I, por forzosa ausencia de su augusto padre inmerso en la Marcha Verde), facultado para una diplomacia de quemar etapas, para una táctica acelerada que pivota sobre solventar el Sáhara, lo que le abriría la marcha sobre Ceuta y Melilla, principio programático e imprescriptible del ideario alauita, siguiendo la estrategia de Hassan II, aunque a diferencia suya, controlando el manejo de los tiempos, a quien tanto escuché y leí en aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat.
Innecesario precisar que el alcance de la diplomacia regia, que en un primer momento, cuando comenzó la crisis a larvarse (enriquezcamos el léxico; además el “Perpetuo”, haciendo honor al apelativo, se está tomando su tiempo para responderme a la lista de vocablos en desuso que yo utilizo cuando están indicados a fin de contribuir a que su uso no se extinga como, por citar algo, “choz”, lo que más de uno experimentamos cuando se eligió a mi paisano abulense Suárez) el conflicto, hubiera sido preventiva, luego ya ascendía en la escala de operatividad ante la no reunión de alto nivel, sin la cual se antoja asaz enrevesado comenzar a salir del impasse, el papel de los tronos se limitaría al que corresponde, en este caso que se sienten los negociadores. Cualquier otra lectura ha de desestimarse de forma taxativa por no profesional, término que debería de figurar más en materia de contenciosos.
En esa línea sí parece pertinente, dada la al menos aparente impotencia de Madrid para desbloquear la situación, que prosigue agravándose, traer a colación, como ya he dejado escrito, “que será en verdad una operación de alta diplomacia, casi modélica, la que Moncloa, Santa Cruz et alii tendrán que implementar para compatibilizar el objetivo central de revitalizar, y antes de reconducir, los seculares lazos con Marruecos, en su polícroma globalidad, la de mayor complejidad de los países limítrofes, con la firmeza en los principios”.
P.S. No sólo soy el primer y único diplomático que se ocupó de los 335, luego 339, se me habían pasado cuatro y se impone honrar la estadística, el censo que realicé, compatriotas que quedaron en el Sáhara tiempo después de nuestra salida, en lo que he escrito que quizá fue una de las mayores operaciones de protección de españoles del siglo XX, sino que también soy uno de los europeos que en la mejor tradición de los viajeros del XIX, que se disfrazaban de árabes para conocer en profundidad los países musulmanes, como un distinguido sidi mudo, aunque sin disfraz, acompañado por amigos marroquíes, hace ya cuatro décadas y media, visité el catafalco de Mulay Idris, fundador de la primera gran dinastía de Marruecos.