El PP es la pieza clave de la vida política de Ceuta. No en vano gestiona todas las instituciones, controla todos los resortes de poder y tutela todos los vectores de influencia. Son muy pocos los que escapan a tan abrumador dominio. Esta situación no es fruto del azar, sino la consecuencia de una obstinada voluntad popular (han ganado las últimas cuatro elecciones municipales por mayoría absoluta, y ganan las elecciones generales con holgura desde hace más de veinte años), desde la que han ido tramado un auténtico régimen, ante la deserción efectiva (nunca alcanzó la masa crítica suficiente) de un contrapeso ideológico siempre débil, dividido, desorientado y carente de ambición. Los motivos que nos han conducido hasta aquí, están más que expuestos y debatidos. Pero lo cierto es que, hoy, no es posible hacer un análisis político de lo que sucede en Ceuta que no esté condicionado por la posición del PP. Y esto es lo preocupante. El PP ha entrado en una dinámica autodestructiva que amenaza con el descarrilamiento de la propia Ciudad.
La vida pública se ha emponzoñado hasta extremos alarmantes. La extensa fauna de alimañas que cohabita en nuestra malhadada Ciudad ha percibido una especie de “apertura de la veda” que los estimula para saldar todas sus cuentas pendientes, o buscar el mejor acomodo posible en un nuevo escenario que se intuye próximo ante la intensa y multiforme precariedad en la que ven atrapado a Juan Vivas. Se han evaporado todos los principios y escrúpulos. Imperan las leyes de la mafia (el fin, por espurio que sea, justifica todos los medios).
Los movimientos sociales, llamados a desempeñar un rol de reorientación de las políticas públicas, están sumidos en un denso y escalofriante silencio, explicado por la dependencia de las subvenciones (el movimiento vecinal es un obsceno mercadillo en el que se pugna por la prebenda sin la menor conciencia reivindicativa). Los sindicatos deambulan por su universo particular sin que nadie les preste excesiva atención, no consiguen recuperar la credibilidad (sobre todo entre los más jóvenes) para influir en las decisiones políticas. No digamos ya las asociaciones empresariales (zombis).
La oposición se ha transformado en un extravagante elenco de partidos que centran su actividad en competir entre ellos, incapaces de plantear a la sociedad un proyecto alternativo, esperando cada uno que el desgaste natural de los partidos rivales “libere” una cantidad de votos más o menos suculenta de la que nutrirse en las próximas elecciones. Libran una feroz (y patética) batalla por liderar la irrelevancia. Cada pleno se traviste en una miscelánea de ocurrencias variopintas que se discuten y votan desde la más absoluta convicción unánime de que aquello carece por completo de utilidad. Los comunicados y ruedas de prensa, cansinos a fuerza de rutinarios, plagados de nimiedades, y sin más finalidad que justificar la presencia en los medios de sus emisores, sólo consiguen llamar la atención de la clase política y sus aledaños.
El PP, y con él el Gobierno de la Ciudad y la Delegación del Gobierno, han entrado en un estado de profunda catalepsia que los mantiene inmovilizados e inutilizados. La administración local es una voluminosa maquinaria, averiada y obsoleta, que funciona de manera anárquica, lenta y errática, alejada de más elemental vocación de servicio público. Nadie se siente concernido por las gestiones que se le encomiendan. La incesante acumulación de causas judiciales, que convierten la peregrinación a los juzgados en una tarea cotidiana, tiene al gobierno sobrecogido y atemorizado. Cada mañana se levantan pensando ¿Cuál será la causa de hoy? ¿A quién le habrá tocado la imputación de la semana? Los esfuerzos del Presidente para recomponer la figura, aparentar normalidad, anunciar optimismo y convencer a la ciudadanía de que “aquí no pasa nada”, “a pesar de algunos problemillas que se van solventando, todo funciona como siempre”, apenas duran un instante. Son baldíos. Nadie lo cree. Para colmo, el juego sucio en las cloacas del PP, no cesa. Entre la ferviente actividad de los que quieren tumbar a Vivas, y las intrigas de los que lo quieren suceder, nadie encuentra un momento para pensar en la Ciudad.
Ante esta situación de inesperada, pero indisimulable crisis, la reacción del PP ha sido el atrincheramiento. Se han parapetado tras su mayoría absoluta, blandiendo la fuerza de la aritmética como único argumento, para reafirmarse ciegamente en sus postulados a pesar de la constatación empírica de su error. Han dinamitado, de hecho, todos los cauces de negociación (fingen cínicamente estar abiertos al diálogo, pero en realidad no escuchan a nadie). Y se han conjurado para “recuperar” el segmento de su electorado que sienten ahora más distante (el más radical).
Así que este es el panorama de Ceuta. Un Gobierno (y su prolongación en la Delegación del Gobierno) aislado, superado y noqueado; una oposición irresponsable e inútil, un sepulcral silencio social, y una gigantesca ciénaga de corrupción en ebullición. Y con ello, tenemos que hacer frente a la mayor pléyade de conflictos y problemas sociales que ha conocido nunca esta Ciudad (y probablemente ninguna otra). No damos más de sí.
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