“Agradezco -me dice Paco- los avisos, las recomendaciones y las prohibiciones que los sanitarios, los políticos, los periodistas y los policías me imponen para evitar que me contagie y me muera, pero les pido, por favor, que no me asusten tanto y me dejen que, al menos, me pueda mover”. Tras el análisis de los datos diarios de fallecimientos por coronavirus y de contagiados, y movidos por el laudable fin de tranquilizar a los niños, a los jóvenes y a los adultos, todos repiten a coro y con razón que el Covid-19 afecta sobre todo a las personas de avanzada edad; cuentan una y otra vez el número de los ancianos que han fallecido y remachan hasta la saciedad que no salgan de sus casas, que se queden “quitecitos sin moverse”.
Es posible que no tengan en cuenta que esta saturación de la información bienintencionada y parcial está golpeando sus mentes, debilitando sus esperanzas y agravando sus fragilidades. Hemos de reconocer que también los ancianos, para sobrevivir durante el breve espacio de tiempo que les quede, necesitan unas redes de seguridad con el fin de mantener vivas unas “ilusiones realistas” que les permitan aferrarse a la posibilidad de seguir repitiendo sus habituales actividades sin poner en peligro su bienestar físico o su equilibrio emocional.
Paco me ha contado cómo, tras aquel “dichoso ictus” que le dejó paralizada una pierna, su paseo diario con la ayuda del andador le hizo recuperar las ganas de vivir y de “seguir dando la lata”. Con viento, frío, calor o lluvia, recorría diariamente la Avenida, miraba los escaparates, observaba a la gente que corría y disfrutaba con tantas cosas buenas que ocurrían a su alrededor. Ahora ya lleva más de un mes sentado en una silla con la pena de que, quizás, cuando se lo permitan, ya no será capaz de andar. “¿Piensan las autoridades -me pregunta- que no soy suficientemente serio y formal para que, cubierto con una mascarilla, pueda darme un paseo “terapéutico” que me devuelva mis ganas de seguir viviendo?”
En mi opinión -querido Paco-, igual que están revisando el confinamiento de los niños, los expertos podrían valorar algunas fórmulas para que, de manera ordenada, las personas mayores puedan dar algún paseíto. Creo que los ancianos han demostrado que son capaces de ser disciplinados y de ejecutar las prescripciones correctamente. Busquen por favor -les pido a las autoridades- unas pautas que permitan a los ancianos cultivar la ilusión, ese motor que nos empuja para alcanzar el objetivo de la subsistencia y esa compañera de viaje que nos sirve para no rendirnos, para llenarnos de aliento y para empujarnos a, simplemente, vivir repitiendo aquellas actividades habituales que nos ayudan a vegetar y para que nuestra fisiología se ponga en marcha. Todos sabemos que mantener las rutinas diarias nos hace profundamente felices. Efectivamente, como tú me repites, necesitamos muy poco para hacer palpitar a estos corazones que aún no se han detenido. Estoy de acuerdo contigo cuando me dices que con muy poquitas cosas nos motivamos y nos ilusionarnos sin despegar mucho los pies del suelo. Permíteme que te diga que, dando pequeños pasos, irás logrando grandes avances para recuperar el aliento. Lo importante es ir sumando momentos para volver a tener esa esperanza que nos ayudará a volver a ilusionarnos o, al menos, a seguir sobreviviendo.
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