La semana pasada vivimos una experiencia− ciertamente debida a causas naturales− que, por alcanzar una extensión e intensidad no usuales, causó cierta expectación e incluso en algunos casos cierta alarma. Las ciudades se tiñeron de una niebla de color amarillo anaranjado que disminuyó la visibilidad, el azul celeste se tornó ocre y las inusuales coloraciones, daban al paisaje un aspecto parecido a los que se representan en muchas películas de ciencia ficción. Al caer la lluvia, se arrastraron las partículas en suspensión y cubrieron los suelos y los vehículos de un barro amarillento.
Incluso aparecieron falsas noticias sobre conspiraciones para causar el envenenamiento con metales pesados, por fumigación desde aviones o con tractores emitiéndolos al aire por chimeneas a presión. Había quienes lo confirmaban porque aseguraban que, acercando un imán al polvo depositado, estos metales eran atraídos y se adherían al mismo. No faltan catastrofistas que, bien patológicamente o por falta de información, sufren angustia y la transmiten difundiendo apocalípticas noticias y datos inexactos.
Quizá por ello sea necesario− como en el fenómeno que nos ocupa− buscar la información correcta para su conocimiento real y promover las medidas de protección que deben tomarse para futuras incidencias.
El término “calima” procede de su antecesora “calina”, aunque en la actualidad esta denominación ha ocupado de forma mayoritaria− para profesionales de meteorología y divulgación general− su lugar y ambas tienen su origen en el latín calinigem, acusativo de caligo caliginis. Su significado era niebla o bruma, caracterizada por espesa y opaca atmósfera, ocasionada por la suspensión de vapor de agua en el aire. Hay antiguas referencias literarias−ligadas al nombre y su original concepto− como en el medieval Gonzalo de Berceo, genuino representante del mester de clerecía : “ Non lis farán embargo … nin nieblas, nin calinas” o en Fernán Caballero, en el siglo XIX :”Aquel indefinido paisaje que se oculta con su calina, como una mujer con su diáfano velo”.
En el diccionario de la Real Academia, el término calima se define como: “Accidente atmosférico consistente en partículas de polvo o arena en suspensión, cuya densidad dificulta la visibilidad.”, excluyendo el vapor de agua propio de las brumas o nieblas. Sin embargo, también recoge una acepción de su uso en el lenguaje marinero: “Conjunto de corchos enfilados a modo de rosario y que en algunas partes sirve de boya”.
En un lenguaje más especializado, la Agencia Estatal de Meteorología define y precisa la calima como: “Suspensión en la atmósfera de partículas secas extremadamente pequeñas, invisibles al ojo humano, pero lo suficientemente numerosas para darle al cielo una apariencia opalescente. El término calima se usa cuando coinciden una visibilidad reducida y una humedad relativa menor del 70 %”.
Se distinguen dos tipos de calima. La de tipo A o “calima natural” constituida por transporte de arena, sales procedentes del agua, como el sodio, u otros elementos que estén presentes habitualmente en el ambiente. La del tipo B se originan por los llamados “efectos especiales,” motivados por los incendios forestales o la contaminación de tráfico, calefacción y otros elementos contaminantes. Si la calima está originada fundamentalmente por polvo del desierto, también suele denominarse “polvo en suspensión”.
Debido al contraste de temperaturas entre el suelo y la atmósfera, se produce un levantamiento de masas de aire y polvo hacia niveles superiores. Las partículas de mayor peso pueden caer en zonas próximas, pero algunas de ellas y sobre todo las más tenues− cuando existen fuertes vientos− pueden trasladarse a largas distancias. Se estima en unos 5.000 millones de toneladas al año el polvo mineral, procedente de los desiertos, arrastradas por el viento. Son muy usuales las tormentas de arena.
Las causas de la reciente calima, tienen su origen en la bautizada borrasca Celia, un área de bajas presiones, que estuvo centrada en el Golfo de Cádiz. Fue el instrumento para impulso de los intensos vientos que llegaban del desierto del Sahara.
Otros tipos de calimas A, se producen por el ascenso de vapor de agua procedentes de las aguas del mar, cuando contienen partículas con sales, como sodio. Entre las de tipo B, se encuentran las generadas por el humo y las cenizas que producen los incendios forestales. La ocasionada en las ciudades por la inmovilización de los contaminantes del tráfico, se origina en situaciones de mucha estabilidad atmosférica, cuando no existen vientos, ni lluvias. Contribuye igualmente la inversión térmica.
Afortunadamente, estos episodios solo duran unos días y desaparecen cuando hay un cambio meteorológico, con más vientos y lluvias, que depositan o disipan las partículas en suspensión. Sin embargo, aunque la calima del desierto se ha catalogado desde muchos años, es de prever que sean más intensas y frecuentes en el próximo futuro. Será debido, en parte, a los cambios climáticos que están originando más frecuentes e intensas borrascas y al mayor potencial cuantitativo de partículas factibles ser arrastradas, al haber aumentado la superficie del desierto del Sahara.
Para realizar la caracterización de las partículas minerales contenidas en la calima, se establece la concentración en masa de las mismas, con diámetros entre las 10 y las 2,5 micras −denominadas PM10 y PM2,5− que, debido a su tamaño, permanecen largo tiempo suspendidas en el aire. Precisamente, la incidencia de la luz sobre ellas, origina esa coloración anaranjada que adquiere el paisaje.
Los análisis, tanto de la Sociedad Geológica de España (SGE), como del Instituto de Geociencias (IGEO), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC-UCM), coinciden en la variada composición de las partículas arcillosas procedentes del Sahara. Fundamentalmente se encuentra: cuarzo, casi en un 60%, en forma de sílice u óxido de silicio; carbonatos de calcio y magnesio −calcita y dolomita−, feldespatos, filosilicatos como illitas o esmectitas, óxidos de hierro y pequeñas cantidades de manganeso, titanio, vanadio y cromo.
En efecto, el material presente en el polvo de la calima contiene elementos metálicos− componentes de forma natural, en las rocas y arenas del desierto− aunque en muy pequeña concentración. Sin embargo, dando la razón a algunos alarmistas, sí es factible que los mismos y fundamentalmente la magnetita y la hematita, que constituyen los óxidos de hierro, sean adheridos al acercar un imán. Es una explicación lógica y en nada coincidente con la interpretación catastrofista y conspiratoria.
No obstante, hay que puntualizar que el polvo procedente de Libia y Argelia, puede contener trazas de azufre y plomo originado en las explotaciones mineras o actividades industriales en dichas zonas, las cuales sí son muy perjudiciales para la salud. A modo de curiosidad, en Francia se había detectado en el polvo muy pequeñas cantidades de radioactividad, posiblemente generadas por las pruebas nucleares realizadas por Francia en el desierto argelino, hace la friolera de más de cincuenta años.
Es cierto que calimas y lluvias de barro, están registradas desde hace muchos años, pero quizá esta última ha supuesto una llegada de polvo sahariano de más intensidad y duración. Dependiendo de las zonas se han registrado concentraciones de 5 a 500 microgramos por metro cubico, en muchas de ellas rebasando peligrosamente en demasía, los niveles de riesgo establecidos por la OMS: 50 microgramos por metro cúbico (µg/m3) en PM10.
Fundamentalmente, por la proximidad al desierto, las Islas Canarias −en especial Lanzarote y Fuerteventura−es la región más afectada por la calima, habitualmente en invierno. Se detecta una media del 31 % de los días del año, con intrusión de polvo. Menor incidencia se registra en el sureste peninsular y en el oeste de Andalucía y Comunidad Valenciana, con del 22 al 24 % de los días, en el centro de España se cifró en un 18% y en el noroeste de la península un 10% de días.
Evidentemente, la presencia del polvo en el aire afecta de modo sustancial a la calidad del mismo. En la última calima se ha cuadriplicado el nivel recomendable de partículas en suspensión. Una de las consecuencias, aunque quizá la menos grave, es la perdida de visibilidad, pero hay otras que pueden afectar significativamente a la salud. Las pequeñas partículas inferiores a PM10 e incluso a PM2,5 al ser respiradas, pueden penetrar en bronquios y pulmones, ocasionando daños.
Si la exposición no es muy larga y se trata de personas sanas, es posible que aparezcan síntomas leves como son picor en los ojos, irritación de mucosas, obstrucción nasal o tos. Si la intensidad de la calima es alta y la permanencia en su respiración larga y crónica, pueden presentarse episodios de angustia, dificultades respiratorias, incluso dolor en el tórax, asma, conjuntivitis, traqueítis, neumonía, rinitis alérgica y silicosis. La Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) ha clasificado las partículas en suspensión como cancerígenas. Sin embargo, la mortalidad no alcanza grado significativo− aunque depende la concentración, de la situación de salud de las personas y de la edad−alrededor del 1%.
"Al tratarse de un fenómeno natural, con sus pros y sus contras, deben recogerse los aspectos favorables, entre ellos lúdicamente, la oportunidad artística de conseguir fotografías insólitas o esquiar sobre nieve dorada. Todo ello sin olvidar, por supuesto, las medidas de protección para evitar o corregir los efectos negativos sobre la salud"
Recientes investigaciones han detectado que, adherido a los granos de polvo del desierto, se encuentra un variopinto conjunto de microorganismos como: bacterias, virus, hongos y arqueas, biológicamente activos. Se calcula que cada uno de estos granos, alberga unas 10.000 bacterias que son aerotransportadas a enormes distancias. Es muy probable que enfermedades causadas por ellas, se transmitan con las tormentas de polvo. Incluso en algunos recientes estudios, se han encontrado genes de resistencia a antibióticos en polvo aerotransportado.
Los niños y los ancianos, además de las personas que padezcan enfermedades respiratorias o cardiacas, son la más afectadas en su salud por la exposición al polvo atmosférico. Deben de tomar adecuadas protecciones durante la calima, que pueden hacerse extensibles a las personas sanas.
De modo general, debe restringirse salir a la calle y si es necesario hacerlo, utilizar mascarillas FFP2. Evitar realizar ejercicio o deporte al aire libre y beber agua con frecuencia. En domicilio o locales cerrados, no abrir puertas y ventanas para evitar la entrada del polvo y humedecer el aire si es posible.
Para no incrementar el efecto insano de la contaminación en el aire, una medida de tipo general para la población urbana es reducir el tráfico rodado. En este aspecto− aunque no relacionado directamente con la salud− pero si a nivel práctico de utilidad, conviene seguir consejos de expertos, para los millares de usuarios que, después de la lluvia de barro, se encuentra sus vehículos cubiertos por una considerable capa terrosa. Debe evitarse emplear el cepillo, ya que las partículas minerales del polvo pueden rayar la carrocería. Puede utilizarse una manguera o pistola de aire para retirarlas y limpiar las superficies después. Los filtros de aire han podido quedar afectados y conviene revisarlos, ya que pueden afectar a la vida útil e incluso aumentar el consumo de combustible. Asimismo, no se deben accionar los limpiaparabrisas si no se ha retirado la tierra y también limpiar los vierteaguas.
Contemplando el fenómeno de la calima, con una visión positiva, deberíamos valorar que la misma aporta algunos elementos beneficiosos. Las arcillas del Sahara y por tanto el polvo que transporta la calima, contiene micronutrientes como el fósforo y el hierro. En consecuencia, y más en esta época de encarecimiento, su deposición sobre los campos aporta un fertilizante gratuito para los suelos. Paralelamente, esta fertilización colabora a la acción de sumidero de dióxido de carbono− causante del efecto invernadero− de la tierra.
Por otra parte, la calima también es un poderoso micronutriente para los mares. Los minerales, solubles en el agua, contribuyen a la creación de fitoplancton, que alimenta a la fauna marina y favorece la biodiversidad, aumentando la producción de biomasa oceánica. Paralelamente, el fitoplancton actúa como fijador y sumidero de CO2.
No obstante, tampoco deben obviarse algunas repercusiones negativas. Su deposición sobre los cultivos, puede disminuir la actividad fotosintética, asimismo reducir la calidad del agua en ríos y arroyos, obturación de canales de riego e incluso afectar a la captación de energía solar de los paneles con placas fotovoltaicas.
Confirmando las previsiones de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), está apareciendo una nueva borrasca en el sudeste de la península, acompañada con vientos cálidos del sur, que transportarán polvo del desierto africano y traerán nueva calima y lluvias de barro.
Al tratarse de un fenómeno natural, con sus pros y sus contras, deben recogerse los aspectos favorables, entre ellos lúdicamente, la oportunidad artística de conseguir fotografías insólitas o esquiar sobre nieve dorada. Todo ello sin olvidar, por supuesto, las medidas de protección para evitar o corregir los efectos negativos sobre la salud.
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