Opinión

Y ni siquiera es 14 de febrero

Ya el bazar asiático ha mutado las entretelas de las estanterías para poner rosas de pega y ositos ufanos. Es un clásico de estas fechas. El amor no, la estrategia de venta. A mi prima vilcheña, el novio le regaló el año pasado un oso enorme, y para más inri, se lo sentó al volante de su coche para que se llevara una sorpresa cuando lo viera.

Juro por lo más sagrado que a mí me aceleró el corazón nada más verlo allí sentadito con esos ojitos vidriosos en un coche sin arrancar. Pero en cambio a ella le encantó, deshaciéndose en elogios al intérprete de la faena. Así que redondo como el culillo del oso.

La cuestión es que estamos en fechas, los bazares sacan de cajas de cartón reliquias que empezarán a serlo y regalos que se eternizarán en estanterías cerca de la cama para sacudirse el polvo o que verán mejores días anunciados en wallapop. La vida es una puñetera y las rosas de pega una verdadera estafa. Prefiero cien veces la verdad de un cactus en maceta que una rosa enlatada. Una tostada con mantequilla que una orquídea azul chillón que se muere al primer ramalazo de sol esquivo o de brisa primaveral o de lo que sea porque la infeliz solo ha visto invernadero y sortilegios de ventas como las sopas de Mercadona.

No nos damos cuenta que nosotros mismos nos hemos convertido en producto, incluso yo que ocupo media página de algo que no trascenderá más que al reciclaje, pero que conlleva anuncios entreverados.

Todos hacemos algo en este puzle impresionante del que no vemos ni aristas -ni final- porque no lo tiene más que en velatorios y suspiros. O no, vayan ustedes a saber porque lo mismo el mas allá está saeteado de logotipos, eslóganes y puestos de venta para que no perdamos el hilo.

Los egipcios aventuraban con ello y hacían por llegar con riquezas y fortuna, con comida y agua suficiente o esclavos o caballos, pongamos el caso, para traspasar esa barrera al infinito y que no les cogiera con la mochila apagada como a Dora, la exploradora.

Hemos llegado a febrerillo loco con terremotos alegóricos y mucho covid, con rosas de papel que llevarse al corazón y más Isla de las tentaciones; Con vacunas soñadas en vez de loterías ni primitivas, con padres ancianos e hijos adolescentes, con responsabilidades que pesan pero no tributan- ni ingresan- erario en el calendario.

Vamos de duros pero nos quieren saldar por una peseta, porque nos arrugamos a cada paso sin que haya bendición que nos guarde, ni peana de santo que nos acoja para nuestra mayor tranquilidad. Estamos, pero no somos y mientras, miren qué descabello, mis gemelos se examinan de mates con el mismo profesor que es casi de la familia porque ya ha impartido verdad a cuatro, de mis cuatro hijos.

Creerán los que nos leen que somos algo, pero no somos mas que teclas alojadas en un espacio despedazado y de ojos vidriosos como el osito de mi prima que tiene ya un año y lucirá al lado de su cama, viéndolo todo sin sentir nada. Cogiendo partículas epiteliales diminutas para absorberlas en su pelaje falso para que después lo azoten, lo expriman o incluso lo metan en la lavadora para que salga fragante y espléndido como el día que iba a conducir sin que le llegaran los pies a los pedales.

Las cajas que desecha el asiático nos podrían contar mucho de la vida. Más seguramente que un profe de ética o de filosofía. Porque qué es la vida sino una sucesión de espacios marrones para ir de un lugar a otro hasta dejarte cegado por las viles bambalinas y luego de eso esconderte, plegarte y sucumbir al empuje de una lavadora. Ojos vidriosos que no ven al nacer, llorando porque se te acaba la vida. Con miles de sueños por cumplir, sin que nadie te dé vela para meterte en tu propio entierro.

El clásico de estas fechas me resbala por la piel de arpía. Me deja húmeda de pega. No me gustaba ni cuando lo tenía a él que me regalaba rosas verdaderas, pero sin espinas, masajes incandescentes y muchas horas de comprensión y respeto. Nunca me gustaron Calixto ni Melibea, empalagados. Ni la vieja bruja, embaucadora y roba monedas. Lo mío viene de ser duro sin una peseta

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