El estanco del número 32 de la avenida Teniente Coronel Gautier cumple 59 años. Es el estanco más antiguo de todo Hadú, pero también el establecimiento que más años lleva en esta barriada de Ceuta. Miguel Sánchez Pérez forma parte de la segunda generación y lleva al frente del establecimiento otros 42 años, pero fue su tía Ana Pérez Palacios la que lo abrió.
“Este estanco se abrió en el año 1962 que lo cogió mi tía y luego lo cogí yo en el 79, o sea que llevo ya 42 años aquí. Mi tía empezó vendiendo lo mismo, como un estanco. Pero luego fue metiendo cosas de mercería, alguna ropa y cosas de playa porque entonces se podía vender de todo en el mismo comercio. No era como ahora que hay que tener permisos y pagar unos impuestos por cada cosa que se vende”, contaba a FaroTV Miguel Sánchez Pérez, propietario de la ‘Expendeduría nº 15’.
Miguel se hizo cargo del negocio con 26 años al jubilarse su tía, aunque llevaba toda la vida ayudándole y viendo cómo atendía a los clientes. Por eso, siempre quiso que la familia no perdiera el negocio y se quedó con él. “Mi tía se jubiló y yo ya se lo cogí a ella, pero vaya que después ya a partir de que lo cogí yo, solo me he dedicado a las cosas de estanco, prensa y cosas de esas, pero nada más. Aquí lo que más se vende es el tabaco y la prensa ahora mismo”, relata.
En la fachada de la expendeduría número 15 pueden verse sus productos: una amplia variedad de tabaco y productos para fumadores, pero también la prensa diaria y revistas, cromos, patatas fritas de bolsa, chocolates, chucherías y bebidas al estilo de los antiguos estancos. El paso del tiempo no ha hecho mella en este local, que se mantiene intacto desde que se abriera en el siglo pasado.
Pero con la llegada de la pandemia, Miguel decidió poner una cinta para mantener las distancias con los compradores. “Bueno a poco a poco vamos tirando porque el tabaco es así, el que fuma siempre tiene que fumar. Nos pasa un poco como a las farmacias, que siempre tienen gente que vaya a por las medicinas. Dentro de lo malo, lo nuestro no está tan malo como otros negocios que lo están pasando peor”, cuenta el propietario de este estanco.
En el confinamiento los estancos podían abrir porque “éramos consideramos productos esenciales”. “Yo abría por la mañana solamente y por la tarde no se abría porque ya no venía tanta gente”, recuerda Miguel Sánchez Pérez.
Miguel ha sido testigo de cómo ha ido cambiando Hadú con el paso de los años. El barrio no era nada cuando se abrió, solo estaban algunas tiendas y cafeterías que llevaban toda la vida. Ahora sus clientes de toda la vida dan paso a las nuevas generaciones. Acuden trabajadores y vecinos de la zona para comprar cigarrillos y mecheros o el periódico, y niños y jóvenes de los colegios e institutos cercanos para comprar chucherías y refrescos.
Sin embargo, tras media vida despachando detrás del mostrador del pequeño local de apenas unos metros cuadrados, a sus 68 años, Miguel no tiene intenciones de jubilarse. Su vida es el estanco.