Si hemos de establecer una base que soporte todo el andamiaje de la salud mental, y su normalización social, esta debe ser el principio de no generalización.
A falta de una acción positiva y consciente, que transforme la imagen que se tiene de una persona con problemas de salud mental, pervive en la conciencia colectiva una visión negativa.
Según esta, somos personas impredecibles, problemáticas, con poca fiabilidad para el ejercicio de una obligación; y esto nos aboca a un severo riesgo de exclusión.
Pero, ¿de dónde sale esta percepción?
Poco ayudan los medios de comunicación al identificar explícitamente un suceso violento con la coletilla “…el homicida padecía un trastorno psiquiátrico”.
Al no haber circuitos de información alternativos que aborden en profundidad nuestra realidad, se impone el mensaje de desconfianza.
Por tanto, la generalización es nuestra condena. A lo que yo respondo: no hay mayor indignidad para la condición humana que la condena a un inocente, que la negación de la individualidad. Bastaría una sola exclusión en falso para que se revolviesen todas las estructuras del sistema.
Si recurrimos a la ciencia estadística diremos que solo el 4% de las personas con problemas de salud mental han mostrado una actitud violenta; porcentaje mucho menor que el que demuestran las personas sin diagnóstico.
Entonces, ¿es justo aislar preventivamente a todo el colectivo bajo el temor a una respuesta violenta?
Convivo a diario con personas afectadas, y puedo decir que no he visto tanto espíritu tranquilo, y con ganas de tener un hueco en el futuro. ¿Acaso no merecemos que se nos juzgue según nuestra individualidad?
Si hemos de hablar de una sociedad inclusiva, ¿no se deberían explorar individualmente nuestras capacidades?
Es un desajuste social, es un juicio a priori, que nos corta de raíz la expectativa de un desarrollo vital, y más allá la esperanza de un tiempo mejor.
Todo el mundo guarda en sus adentros un potencial con que enriquecer la sociedad, y solo desde un ambicioso proceso de normalización, podremos hacer que el bienestar nos alcance a todos y todas.
Para que el binomio salud mental y bienestar tenga aliento de realidad habrá que movilizar generosos recursos, y regular con ajustes razonables los mecanismos de acceso a la plenitud que supone un proyecto de vida independiente.
Será un sacrificio, pero al final, el logro despertará una nueva ilusión, y nos devolverá a un sentido de la justicia nunca antes experimentado.
La injusticia tiende a perpetuarse en la inacción; al contrario, para lograr la transformación, el desempeño de la individualidad, es necesaria la acción positiva y consciente.