Ayer vi un resumen de noticias, de hechos acaecidos durante bastante años. Fue una visión muy rápida pero lo suficiente como para que pudiera volver aquella imagen que muchos de ustedes recordarán con verdadera tristeza: En un campo miserable un gran buitre esperaba el momento adecuado para atacar a un niño negro, totalmente desnutrido, que se arrastraba a muy poca distancia de aquél.
No he podido olvidar esa horrible escena de deshumanización, como no la podrá olvidar cualquiera otra persona que haya tenido ocasión de verla, pero podemos preguntarnos –sin duda alguna– por lo que hemos hecho para evitar que se puedan dar casos semejantes al descrito o cualquiera otro en el que se aprecie esa extraordinaria falta de lealtad con lo más humano que hay en nuestro ser.
Tal vez se haya incrementado en la memoria de millones de seres humanos la sensación de horror, de lo que éste puede llegar a ser en muchas lugares del mundo e incluso hechos de mayor magnitud porque afectan directamente a muchas personas, miles de ellas que se ven obligadas a huir ante el peligro que supone una invasión armada que arrasa cuanto encuentra en su camino. Atila ha vuelto a enseñorearse del mundo con su barbarie y lo que era un relato para los jóvenes escolares, una narración que pudiéramos llamar clásica y e fácil memorización, vuelve a ser realidad en nuestros días con una gran profusión en extensas zonas del mundo sin que se reaccione adecuadamente a tan grande salvajismo. ¿Donde está nuestro amor a la lealtad del ser humano?
Ayer, en la portada de un periódico de amplia difusión nacional se mostraban a dos hombres bien armados que no podían ocultar su carácter militar, Para confirmarlo una nota indicaba: “Paramilitares profusos velan armas ante la alcaldía de Slaviansk”. ¿Donde está la lealtad a la soberanía de las naciones? Parece que nos encontramos en una época favorable a invocar pretendidos derechos nacionalistas para hacer uso de la fuerza y apoderarse de toda aquella zona geográfica que interese ocupar, apoyándose en una fuerza militar de gran peso y en la falta de oposición similar por parte de otros países, incluido el invadido. No es esa la forma de actuar de personas con sentido de lealtad humana. Algunos parecen buitres ansiosos de hacerse con la presa fácil.
Vivimos, en nuestro país y otros muchos, en un ambiente de desigualdad creado por la falta de interés de llevar las cosas a su justo término y por el camino de la lealtad hacia la verdad. Abunda el estilo de vida personalista, ese que deja al lado a toda otra persona que no le interesa y vuelve a aparecer la escena del pobre niño depauperado y arrastrándose por un suelo áspero con el espanto reflejado en su rostro por la presencia del buitre que acabará con su vida. ¿Cuántos buitres hay en nuestro entorno? La vida del hombre -y de la mujer claro está- necesita un respeto tremendo por parte de cualquier otra persona. Y no sólo del respeto sino de la obligación inexcusable de ocuparse de su bienestar. ¿Hay esa lealtad humana que tanto se necesita?
Estamos viviendo la Semana Santa y hay Cofradías que nos muestran el esmero que han puesto, a lo largo de todo un año, para proporcionar mayor esplendor a sus imágenes titulares. Sin duda alguna mueven a la devoción, pero no olvidemos nunca que esa llamada al Amor de Dios ha de traducirse inmediatamente en amor a la lealtad humana, a esa lealtad que en el fondo es Amor de Dios. Necesitamos ser más leales; basta que contemples con fijeza cualquier escena de la Pasión del Señor que nos ofrece . Y exige . el Amor de Dios.