En aquella Ceuta de principios de los años treinta, intentaba salir de la dictadura de Primo de Rivera, el Ayuntamiento se regía por una Junta municipal cívico-militar, su primer presidente fue el comandante general, Agustín Gómez Morato, continuándole el coronel José García Benítez y ya entre 1928 a 1931, el Ingeniero del puerto José Rosende. La Delegación del Gobierno estaba regentada también por el estamento militar, dependiendo directamente del Alto Comisario. Tras la caída del general y por Real Decreto de 10 de abril de 1930, se restableció el régimen municipal, aunque la Junta Municipal siguió actuando hasta la celebración de las elecciones anunciadas para abril de 1931.
La sociedad progresista ceutí, atisba una cierta tibieza aperturista y parece salir de su largo letargo político, la izquierda comienza las primeras reuniones con socialistas y republicanos y también varios concejales de la Junta municipal y otras personas cercanas ideológicamente a ellos, dan los primeros pasos para crear un partido de tinte conservador y monárquico, formado por la burguesía empresarial ceutí, creando unos meses mas tarde el partido Agrupación Defensa de Ceuta.
Los más modestos estaban fuera de la órbita política y se centraban en su “Aguinaldo” de navidad. La población en Ceuta, en la década de los años veinte, aumentó de una forma a veces alarmante. Con la creciente intervención militar, económica y de infraestructuras de España en el protectorado, la ciudad se convirtió en tribuna, retaguardia y frente de esta aventura. Desde 1900 a 1910, aumento en 10.638 habitantes, de 1910 a 1920, el ritmo de crecimiento es aún mayor, 11.312 habitantes, son los años de la guerra de África, el comienzo de las obras portuarias, la inauguración de la línea férrea con Tetuán, hace que muchos jornaleros del sur peninsular vean la posibilidad de encontrar un futuro en Ceuta y en el protectorado. En el decenio 1920 a 1930, la población aumenta de forma vertiginosa en 15.395 personas.
En los albores de la proclamación de la II República, ya cuenta con unos 50.000 habitantes y una gran presión obrera en paro, son muchos los peninsulares que se trasladan al protectorado a trabajar, sirviendo Ceuta de base. La mayor pujanza obrera se puso de manifiesto en dos núcleos muy determinados.
En primer lugar, en las importantes concentraciones de asalariados en algunas obras (especialmente el puerto), en segundo lugar, entre aquellos trabajadores con un oficio, que resultaban muy necesarios en momentos de acrecedentada actividad constructora que abundaban en la ciudad.
Tras la finalización de la guerra de África, se originó la disminución de las tropas y obras en la zona, iniciándose una crisis muy fuerte en el protectorado, Ceuta la fue absorbiendo, aunque sin poder dar trabajo a tantos obreros. En los últimos albores de la dictadura de Primo de Rivera, la población obrera estaba pasando por momentos muy angustiosos, más de las dos quintas partes eran parados, incluso en un pleno, los concejales acordaron abonar el billete de regreso a la península, a quien así lo deseara. Uno de los pilares de aquella sociedad eran las fuerzas militares del norte de África, éstas desde 1930, estaban sufriendo grandes recortes. Al iniciarse 1931, contaban con 51.16 5 hombres, y un presupuesto de 174.304.433 pesetas. Una vez proclamada la República se continúa con la recesión y con motivo de estos recortes, el efectivo de fuerzas dependientes del Ministerio de la Guerra quedó reducido a 45.186 hombres, excluidas las fuerzas Jalifianas, que no sufrieron modificación hasta esta fecha. Con las nuevas plantillas, la partida del presupuesto del Ministerio de la Guerra, se redujo a 121.313.120 pesetas, con 52.991.313 pesetas menos.
Fueron los a aguinaldos una práctica costosa, arrancada al pobre por el rico, pues los clientes ofrecían aguinaldos a los protectores, los ciudadanos al príncipe y los discípulos a los maestros. La fuerza de la costumbre obligaba a algunos a dar lo que no tenían.
Contra la obligación de regalar escribieron los padres de la Iglesia para evitar que muchos cristianos se olvidaran de lo que eran. Por dichos autores sabemos no pocos detalles de los aguinaldos. Por ejemplo, la costumbre de mucha gente, sobre todo, de los habitantes del campo, de poner en las puertas de sus casas durante la noche anterior al 1º de enero mesas cargadas de toda clase de alimentos para que los consumieran los transeúntes.
En la Edad Media, los reyes, príncipes y magnates continuaron celebrando la fiesta de la entrada del año, especialmente en Navidad y en Pascua pues este día fue hasta el siglo XVI el primer día del año con cuyo motivo y ocasión se intercambiaban regalos. Pero esta costumbre cuando realmente surgió con igual fuerza que en la antigüedad fue en el Renacimiento.
En un mundo en el que las nuevas tecnologías dominan el día a día, debemos apostar por recuperar la esencia de las tradiciones, a través de los Villancicos. El gusto por sentarse al calor de unas coplas autóctonas de Ceuta, cantadas por nuestros mayores. Todo aquello que va de boca en boca y que se compone de pequeñas partes de la vida de sus protagonistas, de anécdotas. Muchos son los villancicos que se cantan en nuestra ciudad y proceden de autores locales a través de los tiempos. Tendríamos que intentar recuperar y sobretodo conservar este gran legajo para futuras generaciones, como muestran los cantados al hundimiento de varios barcos en los bajos del faro de Punta Almina, el de la coronación de la virgen de África en 1947, los pescadores… y tantos otros que escuchamos por nuestras calles en estos días. Esta asignatura pendiente se consiguió paliar con las coplas de carnaval, que ya están grabadas en soporte digital desde hace unos años.
Y es que todos sabemos contar historias, pero debemos estar dispuesto para la aventura de oír, y salir a la búsqueda y a la recuperación de la palabra, afincada, por esta vez, en el cuento de tradición oral. Palabra, memoria, imaginación, emoción, van y vienen de nuestros mayores, en un nítido empeño de implicar al ciudadano en su propia experiencia, de abrir interrogantes, de reclamar su participación. La palabra y su poder de convocar imágenes primordiales, construir ámbitos imaginativos, afectivos y literarios.
La palabra-voz, su huella sonora, traza la resonancia profunda en la literatura oral; una voz expresiva requiere abordar y ejercitar sus matices y cadencias. Visualizamos las líneas de entonación en sugerencias diversas. El origen de los villancicos se remonta al siglo XV. Son composiciones populares, canciones breves con estrofas y estribillo que solían tener un esquema métrico. La melodía principal del villancico estaba en todo más alto y solía ser cantado por un solista al que le acompañaban dos o tres instrumentos.
Hacia el siglo XVI la iglesia considera oportuno introducir en la liturgia composiciones en castellano como forma pedagógica de acercar al pueblo a los misterios de la fe católica. En el siglo XVII se comienzan a usar los villancicos en las oraciones de maitines de las principales fiestas litúrgicas como la Navidad, la Epifanía, la Asunción, el Hábeas Christi. En el renacimiento italiano los villancicos resurgen como canciones navideñas alegre, acercándose a lo que hoy conocemos por villancicos. Más allá de la debacle consumista o de la fiesta cristiana, la Navidad ha tenido y tiene en Ceuta muchos otros aspectos que conviene recordar en estos días. Al igual que otros pueblos peninsulares, nuestra tierra tiene sus propias manifestaciones culturales navideñas en las que se entrelaza la tradición cristiana con un sustrato cultural anterior pagano, así como con añadidos posteriores y creaciones modernas, dando lugar a tradiciones y costumbres propias de nuestro pueblo.
El repertorio de villancicos ceutíes es muy numeroso, tendríamos que realizar un trabajo de campo y recopilación, como en la recuperación y difusión de los mismos. La tradición oral es la forma de transmitir desde tiempos anteriores a la escritura, la cultura, la experiencia y las tradiciones de una sociedad a través de relatos, cantos, oraciones, leyendas, fábulas, conjuros, mitos, cuentos, etc. Se transmite de generación a generación, llegando hasta nuestros días, y tiene como función primordial la de conservar los conocimientos ancestrales a través de los tiempos. Es un fenómeno rico y complejo, que se convirtió en el medio más utilizado -a lo largo de los siglos- para transferir saberes y experiencias.
Sus múltiples definiciones coinciden en señalar que representa la suma del saber -codificado bajo forma oral- que una sociedad juzga esencial y que, por ende, retiene y reproduce a fin de facilitar la memorización, y a través de ella la difusión a las generaciones presentes y futuras. La denominación Villancico apareció en el siglo XV refiriéndose a una canción en lengua vulgar que se apoyaba en las formas estróficas responsoriales como el virelai, el zéjel, la ballata o las cantigas paralelísticas. Las primeras fuentes documentales en las que aparece la palabra “villancico” son el Cancionero de Stúñiga (1458) y el Chanssonier d’Herberay (1463), más posteriores son el Cancionero de la Colombina y el Cancionero musical de Palacio. Juan del Encina a finales del siglo XV fue el autor más representativo de este género, en sus composiciones utilizaba el tiempo binario y para aquellas obras que tenían una temática popular el ternario. El villancico en esta época ya consistía en una forma musical y poética que alternaba coplas con estribillo.
Partiendo de la teoría sobre educación musical más antigua y mejor fundamentada que “es la que defiende que los mayores son herederos de una serie de valores y de prácticas culturales que necesitan dominar, y, sobre ellas, acumular información para que formen parte en los temas musicales, la tarea del investigador de este legado musical consiste primordialmente en iniciarse en las tradiciones musicales reconocibles”.
Teniendo en cuenta esta cita deberíamos pensar que los niños y jóvenes, reconocen como suya la música popular de tradición oral, referida a la que nos han legado nuestros mayores, nuestros antepasados. Sin embargo no es así, los más jóvenes, los que se encuentran en centros escolares reglados, no reconocen este tipo de música como algo inherente a su cultura, a su edad y sí la que, siendo también transmitida por tradición oral, pero ya llamada “popular urbana”, viven en conciertos en directo o a través de medios de comunicación y de redes informáticas. El concepto común del villancico es el de un canto de Navidad, de cualquier clase de extensión, metro y rima.
Tan cierto es que se llega hasta prestar una música profana a un villancico navideño, ante la pobreza de inspiración de los compositores. Se trata de una canción sencilla, de versos cortos, sobre todo octosílabos y rima asonantada. Esta forma fundamental estribillo copla viaja a lo largo de los siglos como el vehículo de la lírica, evolucionando y originando otras formas ya en desuso. Es el estribillo el que lleva el tema reiterándolo a modo de una idea fija. Algunas de las melodías europeas de los villancicos formaron parte de los misterios y representaciones teatrales medievales del Ciclo de Navidad. Pero el villancico como tal es una forma musical que – se supone – surge en el Renacimiento español. La denominación de villancico no aparece hasta el siglo XV, aunque existen evidencias de que se cantaba en España desde el siglo XIV.
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