Vivimos tiempos de “recesión democrática”. El conjunto de lo que se ha dado en denominar la “civilización occidental”, identificada por un acervo de características perfectamente reconocibles (neoliberalismo económico, democracia y respeto a los derechos humanos), se ha visto sumido en una profunda crisis. Son muchas y muy diversas las causas que pueden explicar este inesperado estado de shock (objeto de múltiples e interesantes teorías al respecto); pero lo cierto es que, en estos momentos, el desconcierto y la incertidumbre, tan intensos como generalizados, han terminado cristalizando en un miedo (casi) sistémico.
El miedo es, probablemente, el sentimiento más determinante de la conducta humana. Y este ha sido el factor desencadenante de la fuerte irrupción de la extrema derecha en todos los países de nuestro entorno.
El miedo al futuro (a los efectos de la globalización, al impacto de la inteligencia artificial sobre nuestras vidas; y la pérdida de credibilidad y confianza en las instituciones democráticas), han provocado en amplias capas de la población una reacción de “repliegue identitario”, que viene a significar que “el pasado es el mejor refugio ante un futuro incierto plagado de peligros”. De este modo, ideas que parecían enterradas definitivamente en las catacumbas de la historia, han resucitado cuestionando los avances democráticos logrados durante las últimas décadas. Existen infinidad de ejemplos para entender la gravedad de esta situación. Baste con decir que, en estos momentos, un país de la talla democrática de Italia, está gobernada por una heredera y ferviente émula de Mussolini. Sólo oírla, provoca un estupor insoportable.
Este nuevo impulso político, extremadamente conservador, ha adquirido en España la forma de Vox. No es realmente un partido político (aunque lo parezca formalmente). Se trata en realidad de un movimiento cultural (y social), cuya finalidad es pervertir los valores democráticos para avanzar en nuevo diseño de Estados totalitarios del siglo XXI.
El ideario de Vox se inspira en la España de la sangrienta dictadura franquista. Preconizan el orden (eufemismo que significa supresión de las libertades); la moral católica “obligatoria” (excluyendo todas las ideas que se aparten de este credo religioso en su versión más primitiva y radical); centralismo político (supresión del reconocimiento de la diversidad del pueblo español); reafirmación del patriarcado como modelo básico de convivencia; perpetuación de la jerarquía de clases sociales impuesta por el poder; y, por supuesto, rotundo rechazo a cualquier cosa que sea, o parezca, “extranjera”. La España dura, hostil, salvaje, inhóspita, amarga y lúgubre que con tanto esfuerzo conseguimos cambiar Este horror es Vox. Este horror es la tercera fuerza política de España.
Vox no es un partido “como otro cualquiera”. Vox carece por completo de legitimidad democrática, porque rechaza, impugna y combate los valores sobre los que se sostiene la democracia. La democracia no es un juego aritmético de mayorías y minorías, la democracia es una forma de entender la vida en común, y no se puede entender (porque no existe) sin respetar escrupulosamente el derecho de cada individuo a forjar y desarrollar su propia vida en plena libertad según sus propias convicciones, sin sentirse vigilado, hostigado, acosado, perseguido o excluido.
Votar a Vox es votar contra la democracia. Nadie que asuma los valores democráticos, que crea en la igualdad, en la libertad, en el progreso, en la vocación solidaria de la especie humana, puede votar a Vox. Nadie que tenga un mínimo de conciencia moral puede votar a Vox.
Pero si esto es así de trágico con carácter general, en Ceuta adquiere una dimensión superior hasta convertirse en una auténtica aberración.
"No es realmente un partido político (aunque lo parezca formalmente). Se trata en realidad de un movimiento cultural (y social), cuya finalidad es pervertir los valores democráticos para avanzar en nuevo diseño de Estados totalitarios del siglo XXI"
Uno de los elementos esenciales de los que configuran el ideario de Vox es la islamofobia. El odio a la “religión enemiga” que quiere acabar con “nuestra cultura de fuerte raigambre católica”, es, consecuentemente, una de las divisas más características de este tifón antidemocrático. Esta forma de pensar es, en sí misma, repugnante (además de contraria a los valores constitucionales) en cualquier lugar del mundo; pero en Ceuta, es algo peor, es, sencillamente, un suicidio. La mitad de la población ceutí profesa el islam (en educación primaria, el setenta y cinco por ciento del alumnado pertenece a familias de este credo religioso). Reforzar con votos (aunque sea de manera involuntaria o inconsciente) a una organización, cuya razón de ser por excelencia es la aniquilación de la forma de vida de la mitad de la población (la cultura musulmana) es una temeridad.
El problema de Vox no es lo que sea capaz de “hacer”; porque su barbarie no tiene cabida en nuestro marco legal y nunca “hará” nada; pero la difusión masiva y constante de su hostilidad hacia el islam sí puede contribuir a legitimar socialmente un discurso racista que es el germen de la destrucción de Ceuta. La arquitectura social de Ceuta es tan sugerente y atractiva como frágil. Como ceutíes que amamos esta tierra, tenemos la obligación de protegerla, mimarla y fortalecerla. No se puede aspirar a una vida plena y satisfactoria si el ambiente en el que nos desenvolvemos, y en el que todos nos educamos permanentemente, está fuertemente contaminado por mensajes de odio de unos contra otros.
Por este motivo, y desde esta tribuna, queremos hacer un llamamiento a toda la ciudadanía en general, y a la comunidad educativa en particular, para apelar al sentido de la responsabilidad en el ejercicio del derecho al voto en las próximas elecciones del día veintiocho.
Entre muchos sectores del electorado ha calado la idea de que Vox es el voto que aglutina el descontento y la frustración. Es como una especie de vómito que sana, alivia o libera. Quienes están “hartos de todo” pueden pensar que el voto irreverente (en este caso el voto a Vox por ser el que critican todos los que pertenecen al sistema) es la mejor manera de expresar un sentimiento de rebeldía, a modo de revulsivo; y, guiados por esta confusa intención, pueden terminar votando a Vox sin pensar bien en las consecuencias. Todos los ciudadanos que se lo estén planteando deberían meditar sobre esta cuestión. Cuando las papeletas se recuentan, son todas iguales, en ellas no aparece escrito el motivo por el que cada cual la ha emitido.
Una persona puede votar a Vox pensando que con ello está “dando una bofetada al sistema que le ha defraudado”; pero la realidad es que lo que ha hecho es “darle una bofetada” a su vecino, a su compañero de trabajo, a su cliente, a quien le hace el pan, lo lleva en taxi, cuida a su familia o hace sus obras; además de zarandear muy peligrosamente esta hermosa tierra que tanto trabajo nos está costando cuidar. Nadie, en Ceuta, debe votar a Vox.
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