Categorías: Opinión

Nada viene de nada

Escribía Carmen –Carmen Echarri, por supuesto– el 18 de septiembre que la película de los subsaharianos comenzó a escribirse el pasado 26 de agosto y todavía faltan capítulos por estrenar. Entiendo que realmente  no es tan simple como eso. Si es cierto que la realidad tiene una razón que la impulsa en el pasado, entonces, para buscar  el comienzo de esta película, como la llama Carmen, tendríamos que remontarnos al último tercio de los años noventa y ahí encontraríamos el origen de todo lo que nos sucede y acontece con respecto de la inmigración. Pues “nada viene de nada”, como nos recuerda Pearl Bayley. Cuando en aquellos años, políticos de todo pelo, sindicalistas, ONGs, elementos varios de la iglesia y demás advenedizos creían que podríamos domeñar y encauzar el fenómeno migratorio con ideas a cual más peregrina sin siquiera echar un vistazo, aunque fuera de reojo, a lo que sucedía en Europa con la inmigración y tomar nota de ello para no repetir sus errores, ahí, exactamente ahí, empezó nuestra ruina. Creíamos que podíamos acoger a toda la miseria del mundo, creíamos que podíamos dar lecciones de acogida e integración de inmigrantes a países, como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Holanda, etcétera, que llevaban décadas recibiendo inmigrantes de todas partes del mundo y aún no habían sido capaces de darle una solución al problema inmigratorio, creíamos que podíamos asentar en nuestra sociedad a inmigrantes de cualquier religión, de cualquier área social, etcétera, y, al tiempo que se nos ha caído la venda de los ojos, hemos contemplado la realidad con verdadero horror, realidad que no es preciso describir de lo sabida que es.
Sostiene el profesor Reyes Mate que lo realmente llamativo en los tiempos que corren es el abismo entre lo que los hechos dan a entender y lo que les hacemos decir. En otras palabras, hay aquí dos guerras: la de los hechos y la de su interpretación. Por supuesto que cada uno tendrá su propia interpretación de este fenómeno. Lo cierto es que se nos han venido encima 5.7 millones de foráneos en quince años escasos. De esos cinco, algo más de tres millones, 3.4, procede de África, Asia y América Latina. En un principio, los movimientos de personas no tienen por qué ser perjudiciales para los países que reciben a esos inmigrantes, pero, eso sí, siempre y cuando todo se haga con orden y concierto. Que sepamos quienes entran y de donde vienen.  El error ha sido convertir la entrada ilegal de personas en nuestros países en una simple falta administrativa, en vez de ser un delito. Los ciudadanos de los países de acogida tienen derecho a saber con quienes se van a jugar los cuartos, tienen –tenemos– derecho a saber si esas personas vienen con ideas aviesas para desestabilizar nuestras sociedades, si esos grupos de personas vienen con la intención de suplantar nuestros valores culturales, que nos caracterizan, por los suyos, en muchos casos medievales, teocráticos, misóginos y, en general, extraños a nuestro países. He ahí el comienzo de nuestra debacle en el aspecto inmigratorio.
Ahora, cuando polemizamos sobre los efectos indeseables de esta inmigración desaforada que ha caído sobre nosotros como una maldición bíblica, ponemos el acento sobre las palabras en vez de sobre las ideas. Nos hallamos sumergidos en un océano de palabras –dice alguien– sobre un desierto de ideas. Manoseamos una y otra vez los hechos, como si fuéramos tan necios –lo escribe Homero en su Iliada– que sólo conocemos los hechos. Se nos olvida a menudo de qué manera esta invasión afectará al tejido social y al país en un futuro. Fatal olvido.
Volviendo a nuestra ciudad, el común de los ciudadanos quiere que se lleven a la Península a todos los inmigrantes del Ceti. Uno de ellos es el sindicalista ceutí Aróstegui: “Que el delegado se los lleve de Ceuta, o que se vaya él, que será lo propio”. He ahí una solución simple para un problema complejo. En otras palabras: desviste a un santo para vestir a otro. Aquí estos inmigrantes plantean unos problemas, allí, en ‘España’, plantearán otros: mafia, proxenetismo, prostitución, bandas, etcétera. Y lo dice un sindicalista que lidera una sindicato, CCOO, que en tiempos del gobierno de Aznar llamó a esconder a los ilegales y a incumplir la ley de Extranjería. ¿Cómo se llama esa figura? ¿Desfachatez? A propósito, ¿no echa de menos, amable lector, a la otra central sindical, UGT, en todo este asunto de los subsaharianos? No ha dicho ni pío. ¿Tendrá mala conciencia por haber llamado a esconder también en su día a los ilegales y a incumplir la ley de Extranjería? ¿Silencio culpable? Tal vez esté poniendo a trabajar a sus siniestros servicios jurídicos, pues no les gusta que el ciudadano tenga una opinión diferente a la de la central sindical. Ya se sabe, no les hace gracia la libertad de expresión ajena. Así son de sectarios.

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