Hace unos días tuve la suerte de poder disfrutar de unos días en un país que en esas fechas celebraba su día nacional. El país en cuestión goza de una larga historia democrática y un enorme y preponderante peso en el avance de los derechos sociales del hombre.
Al final del día, cuando mis indisciplinados pies decían basta y se negaban a obedecerme dando un paso más, los descansaba viendo algún noticiario televisivo.
Las noticias se diferenciaban bastante de las que pudieran salir en nuestro país. Nada de crisis, nada de corrupción, nada de faisanes, nada de ETA, ni paro, ni… Resulta que la gran diatriba política del momento era si en el día nacional debía celebrarse un desfile militar o no. Todo esto mientras regresaban a su patria 4 heridos y los cuerpos sin vida de 2 militares fallecidos en la guerra que sostenemos en Afganistán, y a su vez transcurría un debate parlamentario sobre el apoyo a la guerra que también sostenemos contra el gobierno de Libia.
Los diputados nacionales del país intercambiaban declaraciones como púgiles sobre un asunto que la ciudadanía tenía más que claro, sólo había que observar como las tropas eran aplaudidas y vitoreadas por dondequiera que pasaban antes, durante y después del desfile, y como estas contestaban tocando el claxon de sus vehículos y alzando los brazos en forma de saludos y agradecimientos espontáneos.
Mientras tanto, era fácil asomarse a la calle constatando unas diferencias sociales abismales. En la calle convivían tantos “sin techo” y mendigos como coches de altísima gama, existían escaparates con chaquetas de 8.000 euros o relojes que superaban los 100.000 y, por otro lado, el necesario y diario pan triplicaba su precio respecto a España. Existía una carestía que hacía muy difícil una cierta calidad de vida pese a que el salario base multiplica, casi triplica, al nuestro. Este hecho, que al principio era una sospecha por el aspecto, usos y costumbres que observaba, fue constatado al interesarme con nativos. La afirmación común podría resumirse en “vivimos para trabajar y trabajamos para subsistir”. Es decir, toda una contradicción, la esclavitud voluntaria en pleno siglo XXI.
En mi opinión, creo que en España vamos camino de ello, o incluso ya hemos alcanzado tal grado de subdesarrollo social. Basta con echar un vistazo a vistazo al número de hogares españoles con dificultades para llegar a fin de mes, la factura de la lista de la compra de cualquier familia, o el horrendo dato de la enorme población en pobreza o en riesgo de pobreza. Los que tienen la suerte de trabajar lo hacen en régimen de subsistencia. Hay otros peores, no tienen ni siquiera la esperanza de encontrar empleo, y los hay aún en perores condiciones los que se encuentran en exclusión social. De eso sabe mucho Ceuta.
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