Opinión

Un mundo perdido en el antiatlas, por Septem Nostra

Suelen llamar mucho la atención los títulos de películas que tratan temas sobre mundos antiguos poblados por grandes animales extinguidos. La industria cinematográfica sabe como llegar a la fibra del animal que llevamos dentro y provocar asombro y admiración, a la vez que terror, mostrando despiadadas criaturas que parece que no hacen otra cosa que masacrar a todas horas y devorar todo lo que ven, oyen u olfatean. No obstante, también existen territorios excepcionales que han conservado seres vivos de otros tiempos geológicos que, por diversos motivos ecológicos, proliferan todavía en entornos particulares. Por fortuna, los entornos naturales con especies antiguas existen y, sin ir más lejos, en las montañas de Gomara encontramos fósiles vivientes, como el majestuoso abeto rifeño. Por no hablar del macaco del norte de África, extendido antiguamente por Europa. Cambiando el escenario, en las islas atlánticas de la Macaronesia (como las Azores o las Canarias), podemos encontrar selvas húmedas, ya extintas en el sur de Europa y en el África continental, plenas de especies de lauráceas que forman altas bóvedas boscosas y acogen a diferentes especies de helechos de gran tamaño. Un paseo por uno de estos entornos de las islas verdes y montañosas de las Canarias, como por ejemplo en el norte de la Palma (la isla que posee una representación de los principales paisajes canarios), nos introduce en un túnel del tiempo en el que poder echar a volar la imaginación sobre el esplendor pasado de estos bellos ecosistemas que, en algunos puntos, también poblaban las costas y montañas de Marruecos. Además del bosque verde, también son notables las maquias que pueblan las zonas costeras de las islas atlánticas referidas, y donde reina un grupo de plantas que se denominan euforbiáceas, junto con las palmas o grupo de las palmeras y afines, entre las que se incluye el famoso Drago. Es una planta ornamental y elegante que ha sido muy esquilmada en Canarias, desde la edad media, para comerciar con su savia, “la sangre de Drago”, de color rojo bermellón. Se trata de un producto natural que, al parecer, es un eficaz bálsamo que acelera la cicatrización de las heridas y que se ha estado utilizando para muchas otras aplicaciones de carácter médico y farmacológico. A pesar de ser una planta emblemática y simbólica de Canarias, pues en cierta manera el drago fue venerado por las culturas aborígenes prehispánicas, y de tener constancia sobre la existencia de grandísimos especímenes, como el famoso Drago del valle de la Orotava, ya citado por Humboldt, tronchado y tumbado por un temporal de viento que afectó al norte de la isla de Tenerife, es difícil hallar lugares donde se puedan observar abundancia de ejemplares. En la isla de La Palma, en el municipio de Punta Gorda, en dirección hacia Garafía, se encuentra una buena representación de dragos en su piso climático correspondiente, entre 200 y 700 metros de altitud. A pesar de que las islas Canarias están bien exploradas en su medio emergido (cuestión diferente es el mar que no cesa de aportar novedades y nuevos registros científicos), todavía continúan sorprendiendo los nuevos descubrimientos que se hacen de especies vegetales, invertebrados e incluso reptiles. De hecho una nueva especie de Drago se ha descubierto hace relativamente poco tiempo en la isla de Gran Canaria. Pues bien, sirva toda esta introducción para comentar que la Macaronesia continental también existe y se encuentra en el sur de Marruecos, abarca a grandes rasgos desde el territorio de Essauira hacia el sur; siendo uno de las áreas más interesantes la región del Souss (Agadir-Sidi Ifni). Hace un par de décadas ya, que un equipo botánico franco-magrebí realizó un hallazgo científico sorprendente al registrar una gran población perdida de Dragos en unos desfiladeros vertiginosos del Antiatlas cercano a la población de Tiznit. Movidos por la experiencia y la pasión por las montañas y la atracción de la naturaleza salvaje, nos dirigimos hacia el sur en un periplo que tenía además el interés de sentir in situ la atmósfera de un bosque relicto con la influencia del litoral, tan alejadas de nuestro norte de Marruecos. También hemos tenido la oportunidad de añadir un poco más de información dentro del capítulo dedicado a los bosques y maquias litorales de un libro sobre el litoral marroquí que pronto verá la luz, y en el que llevamos trabajando varios años, juntos algunos amigos del museo del mar y de la asociación septem nostra. Ciertamente, no podíamos imaginar el paisaje tan bello y agreste con el que nos hemos encontrado a lo largo de las excursiones realizadas. Primero, en el bello pueblo de Agadir de Ashgal (que lleva el nombre en lengua shelja del propio drago) dónde se encuentra la cima más elevada de estas montañas con 1550 metros y se pueden apreciar las preciosas paredes rojizas que hacen temblar las piernas a los que tienen algo de aprensión a las alturas. Con su geología imponente y variada, el territorio nos muestra sus secretos pétreos más íntimos. Así, durante la ascensión, disfrutamos del enorme macizo de cuarcita con multitud de vetas de distintos colores y con algunos esquistos; alrededor del pueblo observamos las rocas ígneas más ligeras y con grandes cristalizaciones oscuras. Pero, sin duda, el premio gordo fueron las paredes cubiertas de una floresta mestiza con arbustivas genistas y plantas saharianas, que soportaban las calimas y los calores sofocantes propios del lugar, con otra de corte suculento como los bejeques o incluso los laureles. En los perfiles imposibles se divisaban los dragos de la Macaronesia continental que ha dado lugar a la creación de una nueva subespecie. Los crecimientos y la morfología que adquiere son únicos y, sobretodo, su forma de adaptación a las paredes, grietas y repisas de las que salen. Su estructura anatómica es todo un portento de la arquitectura botánica y muestran mucha fortaleza vital, que les ha permitido llegar desde el jurásico hasta nuestros días. Sin bien el drago se asemeja a una palmera, proviene de un tiempo con mayor humedad ambiental y, por lo tanto, sus requerimientos fisiológicos no le permiten colonizar ambientes puramente desérticos. Por ello, la geomorfología del macizo y el cauce del río Massa, con una corriente permanente de agua, favorece el ascenso de nieblas costeras que aportan la humedad necesaria para que se desarrollen estas únicas comunidades. Debo decir que son zonas de difícil acceso, pero que al acercarnos a las paredes lo suficiente para tenerlos a pocos metros, los agrupamientos boscosos que llegan a desarrollar, retrotraen en el tiempo y uno llega a imaginarse caminando entre gigantes naturales que han resistido y sucumbido a lo largo de las edades sin quejarse. Sin duda encontrar estas asociaciones vegetales con estas mezclas climáticas, e incluso los laureles vivos, ha sido un motivo más para inclinarme ante estos supervivientes del pasado. Por otra parte, la experiencia antropológica es inigualable, pues a la belleza de las construcciones de piedra se unen las conversaciones con lugareños que prácticamente solo se expresan en shelja y viven aisladísimos. Uno de ellos Ahmed habita una casita de piedra perdida en la ladera de una de estas paredes vertiginosas cuidando de su ganado y me enseñó los usos que hacía de las plantas y cuales eran sus nombres en la lengua bereber, apenas hablaba árabe y sonreía constantemente. Junto con otro familiar de la zona, me puso en contacto con los senderos que llevaban al dios vegetal que reina en el olimpo pétreo de sus macizos montañosos. Recordé las palabras de Thoureau vertidas en sus experiencias en los bosques de Maine y me alegré al contemplar que el hombre antiguo seguía vivo en estos lares y muchos otros más de nuestro amplio mundo.

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