Le decía a Myriam que había leído por casualidad una frase del Talmud (Taanit 5ª), que afirma:”Dios no entra en la Jerusalem Celestial sin haber entrado antes en la Jerusalem Terrestre”, y que la tradición reconoce que todo lo que se hace en la Ciudad Santa encontrará eco en la Jerusalem Celeste”. No quisiera de ningún modo ser una entrometida, pero considero que Jesús ya cumplió con estos requisitos. Vemos el fuerte vínculo que existe entre Dios y la Ciudad Santa, a la que se le considera madre de todos los pueblos. Todo ello complementa lo que dice el Talmud, como lo expresa muchas veces el Antiguo Testamento. Recordemos al Patriarca Jacob, que vio una escalera que unía las dos Ciudades, y por la que los ángeles subían y bajaban, (Gén.28,10)… Ella me ha escuchado con atención, pero tenía preparada otra conversación, por lo que hemos pasado a ello de inmediato. Me ha comentado el mérito de los franciscanos con los que contacta frecuentemente en aquella zona. Su labor es altruista, intensa y callada, justo lo contrario que ocurre hoy en nuestra sociedad, con tanto robo y tantísima corrupción, pues está todo podrido. Ellos están presentes en Siria desde mil doscientos treinta y nueve. Su historia está impregnada de testimonio y martirio. De mil seiscientos setenta a mil setecientos sesenta, una decena de frailes murieron en Damasco, en el convento de Bab Tumá, cuando atendían a los enfermos de peste, por lo que fueron verdaderos mártires de la caridad. En mil ochocientos los otomanos en Oriente Medio también martirizaron a ocho frailes. Siempre toparon con el terrorismo islamista, y siempre ocurrieron muertes de inocentes entre ellos, que son los que nada piden a cambio de su trabajo y no abren su boca para reivindicar nada… Al día siguiente hace una mañana espléndida, parece como si la naturaleza diese las gracias a Su Creador por la belleza que le ha regalado, para que todos los judíos de Palestina puedan contemplar tanta hermosura. Se ven flores por doquier y árboles en flor sobre un precioso manto verde. Un perfume muy agradable se extiende por los campos. Y el colorido de todo el conjunto lo realza un sol brillante. Desde las alturas se observa el correr inquieto del Jordán, y el pacífico Mar de Galilea.
Una gran afluencia de gente está subiendo la difícil montaña, sólo atareada en llegar para encontrarse con el Maestro. Niños con sus padres, ricos, mendigos, enfermos, ancianos, que ya van viendo a los Apóstoles y que les ayudan en sus diferentes dificultades hasta llegar al sitio previsto. Jesús está en la cima, sonriente, contemplando el escenario grandioso e imponente. “Comenzamos enseguida para que todo el mundo alegre su corazón, y los que están enfermos puedan sanar. Traedlos cerca de Mí”. Es Tomás, que tiene una voz fuerte, quien llama desde un peñasco a todos los enfermos. Le ayuda Iscariote, que también puede gritar con contundencia. Y poco a poco se va ordenando al gentío entre enfermos, pobres y deseosos de escuchar al Señor. Pedro bromea con los niños y les pide que estén calladitos, que luego les dará un regalo. A Bartolomé se le ve ahora algo más anciano, con seriedad en su rostro. Mateo y Felipe ayudan a uno que no puede subir solo. Los primos de Jesús, Santiago y Judas Tadeo cogen a uno del brazo, que está casi ciego, y a una pobre anciana que llora, le dan la mano. Santiago Zebedeo lleva a una niña en brazos, que no puede andar, y con ello ayuda a su mamá, pues no podía más. Juan y Andrés siguen al final de la comitiva guiando a la gente para que no se despiste. Los enfermos que llegaron primero ante Jesús, saltan y gritan, porque se sienten curados. Una mujer apenada quiere hablar con el Rabbí, aunque aclara entre sollozos que no es pobre, ni está enferma. Andrés decide contárselo al Maestro, que está curando al impedido, el que no puede andar. El Maestro dice a Andrés que la atenderá enseguida, en cuanto sane a la niña, a la que trata con gran cariño. “¿Tú crees que Yo te puedo curar? ¿Y quién soy Yo?” – “Tú eres el Mesías y me sanarás”, responde la pequeña muy segura de lo que dice. La pobrecita tenía la espina dorsal dañada y enseguida se siente bien, pues sale corriendo ante la conmoción de todos. Se oyen gritos: “Hijo de David y gloria nuestra”. Es la mamá de la pequeña, expresando su felicidad sin cortapisas. Detrás del tenducho que hizo Pedro esperan tres desconsolados. El Señor pide a la mujer que Le cuente su historia. Su marido la quiere abandonar por una prostituta. “Tengo cinco hijos, y el menor con dos años. ¡Me siento muy sola, Señor mío!”. Él la conforta, le dice que su marido no se casará con la mujer, y que volverá a amarla como su esposa. Ella se inclina ante el Rabbí y Le besa una mano antes de marcharse feliz. Luego Jesús pregunta a uno de los hombres que esperan, cual es su problema. “Tengo una hija que fue a Tiberíades con sus amigas y se enamoró de un griego. “Quiero maldecirla, pues su madre se muere de dolor”. Jesús se compadece de él. Le dice que la joven volverá y pedirá perdón. “El demonio la dejará tranquila y los tres seréis felices”.
Cuando concluye con él, se dirige al tercero. El joven le cuenta que su padre murió, y él era el primogénito. Ni él ni sus hermanos encuentran el dinero, pero los otros creen que él lo ha robado. “Cuando murió abrimos el cofrecito y no había nada”. Jesús sonríe. Le dice al joven que el padre lo tenía escondido por temor a que lo robasen. “Es costumbre de los viejos temer a los robos. Pero tu hermano pequeño lo ha encontrado y se arrepienten todos de haberte culpado”. Cuando ya ha solucionado todos los problemas, el Maestro se dirige al gentío y comienza a hablar. “La paz sea con vosotros. Cuando os digo que sigáis el camino del Señor, es porque es el camino que sigue a la Verdad. No podéis seguir el camino que va a la derecha y el que va a la izquierda al mismo tiempo. En uno está el mundo y el demonio. En el otro está Dios, que os espera con amor de Padre. Debéis tener fe y fortaleza de espíritu, para resistir a las tentaciones de Satanás, porque si las acciones buenas se mezclan con las malas, os llevarían directamente a los brazos del enemigo. No podéis servir a dos patrones de ideas distintas. No podéis ser de Dios y del demonio, pues uno santifica y otro corrompe y anula la fuerza. ¿Sabéis cómo se corrompió Eva y ella corrompió a Adán? Satanás besó los ojos de la mujer y la hechizó y le despertó una curiosidad extraña. Escuchó palabras del mal, que venían del diablo, de forma que en Eva todo se corrompió. Ella fue al hombre, lo persuadió para gustar del nuevo fruto, hermoso a la vista, pero prohibido, donde estaba Satanás. A Adán le apeteció, lo mordió junto a Eva, y cayó en el fango desde la enorme altura en que se encontraba.
El que se corrompe arrastra al otro, si éste no es un santo. Cuidado con vuestra mirada, que si se contamina, todo será oscuro y falto de pureza. La luz de Dios desciende para iluminar al hombre, pero si éste se halla en tinieblas, Dios no entrará en ellas. Por eso, cuidado con las tentaciones. No es un mal el ser tentado, pero tendréis que luchar para no ser vencidos por ellas. Sé que al defenderos os debilitáis. Mas, ¿querríais perder la eternidad de Dios, por una hora de placer? Si lo rechazáis, seréis fuertes y tendréis todo. Cuando vencéis el orgullo o la avaricia, sois más felices, y de lo contrario, tendréis el descontento, la intranquilidad… Pero si encontráis a uno que sucumbió, tened misericordia con él, mostradles el sendero de Dios y luego el Padre Celestial os dará el ciento por uno”. Todos contemplan a Jesús pensando en Sus Palabras. Encima de unas peñas, Él está en plena majestad. Su voz es la de un cantante de ópera, y toda la Creación que Le rodea, aparece más bella. Abajo se ve el Mar de Galilea o Lago de Genezaret, iluminado por el sol. El Cielo muestra un azul nítido, sin nubes, y en la hierba se ven aún las gotas de rocío de las primeras horas. Los Apóstoles transitan por donde está la gente, pues algunos quieren comentar con ellos situaciones personales. Jesús, después de un respiro, les dice que si hacen lo que Él les recomienda, tendrán un gran Premio del Padre Celestial. Llegan unos romanos llevando a una hermosa joven en una silla de rico, y todo el mundo dirige su mirada hacia ellos. Jesús deja de hablar, serio, con los brazos en el pecho. Expectante ante la nueva situación.”¡Dejad pasar a la belleza que llega!” Son cuatro que transportan a María Magdalena, hermosa, desafiante, vestida con lujo, sin mangas e impúdica, con la cara pintada. Parece una diosa. “¡Esta es la nueva Venus blanca de Roma, y Él es el Apolo que ella quiere conocer!”. Está triunfante. Es una flor impura, una modelo de pintor. Una escultura preciosa en mármol. Jesús la mira fijamente, sin quitar Su vista de ella. Serio. María a su vez lo mira con descaro y desdén, y con palabras insinuantes.
Los cuatro que la acompañan se ríen con desprecio. Entonces Jesús se vuelve de nuevo a la multitud para retomar Su discurso con más fuerza, y ya no mira a la joven. “Os dije que hay que ser fiel a la Ley y amar no sólo a los hermanos de sangre, sino a todo ser humano. Os dije que perdonar es mejor que guardar rencor; que la compasión es más que la intransigencia. Y aún os digo más: no condenéis, pues vosotros no estáis tampoco exentos de pecado. No condenéis al hermano, como los escribas y fariseos, que no perdonan a los demás, pero sí son magnánimos con ellos mismos. Dios no está con los impuros, porque la impureza corrompe el alma, que es de Dios. Más aún, si son niños, Mis ángeles sobre la Tierra. Los que dañan el alma inocente son bestias endemoniadas. ¡Pobre de ellos!, mejor sería que muriesen consumidos por un rayo. ¡Y pobre de vosotros!, si vivís en la impureza, insaciables entre el ocio y el dinero, pues un día tendréis un hambre terrible, y para siempre. Probaréis una pobreza atroz para la eternidad. Ahora os creéis triunfadores entre adulterio o corrupción de jovencitas, usando el libertinaje como diversión, y siendo adúlteros, de los que no se ocupan de la familia, ni educan a sus hijos como buenos padres. “Se os dijo:”No cometerás adulterio”, pues un alma se debe unir a otra siendo fiel, y sin mentiras. ¡No causéis repugnancia al Cielo! María estaba muy atenta a las palabras del Maestro, luego adopta un gesto de contrariedad y altanería, pues comprende que todo lo que Él dice se refiere a ella. Pero Jesús no la mira, aunque la multitud la escudriña. Ella no puede aguantar más, se baja de la silla y echa a correr montaña abajo, enganchando su precioso ropaje entre espinas de cardos. Y Jesús continúa:”tenéis que ser más perfectos, pues vuestro Creador es Perfecto. El Maligno os tienta sin parar, pero él no crea nada, sólo destruye”. Ha terminado. Les dice a todos que se vayan a comer. El sol quema y los que bajan por la ladera se resguardan entre las sombras que encuentran. El Rabbí dice a Pedro que desmonte la tienda, se van de allí. Es por Magdalena, no quiere que se entere Lázaro para no entristecerlo. “Y Pedro, no seas impulsivo, aprende a callar”.
Todos ayudan, excepto Iscariote, que se ha apartado a pensar. Jesús le invita a que se una al grupo para comer algo. “No tengo hambre, Maestro, pero estoy cansado”. Jesús lo anima:”Vamos hacia el Lago y luego a Judea, con tu madre, como te prometí. Y quiéreme mucho Judas, que deseo protegerte de todos los males”. El joven comenta que Judea estará hermosa, con flores y con frutos. ¡Mi madre, tan buena, se alegrará mucho al vernos!” Jesús le dice que Su Madre también es muy buena. “Un día se conocerán y se amarán”. Contento Judas se une al grupo para comer con ellos pan y aceitunas. EL Señor lo contempla triste y compasivo, con Rostro de una gravedad absoluta. Pedro, con total ternura, le acerca al Maestro un huevo y algo más de comida. “Estás pálido, Señor. Y flaco. Comes menos que los demás y hablas mucho.”. Jesús le obedece sin replicar. Bartolomé se acerca al Rabbí, le dice que es viernes y que la gente no encontrará comida a esas horas. “Dios proveerá, que está atento a todo”… Y comienza de nuevo a hablar ante la multitud recién llegada. “Recordad que se dijo en la Antigüedad: ”No cometerás adulterio”. El adúltero peca con su cómplice, induce a la mujer a que peque, de forma que el marido de ésta puede llegar al crimen. Y no sólo hay pecado cuando se ha consumado el hecho, sino que también hay deseo consumado”. Porque adulterio es desear con ansias a aquel o aquella que no es vuestro o vuestra. Se peca primero con el deseo, luego la seducción y después se consuma el acto. La mirada impura ve lo que está escondido, así entra la sed, el hambre y la fiebre carnal. Con todo ello, empieza el delirio pecaminoso. Pero si el otro es una persona honesta que no secunda al vicioso, puede llegar a ser calumniado por venganza. Si la persona es también deshonesta, ambos cometen adulterio. Yo os digo:”si tu ojo derecho es causa de escándalo, sácatelo y arrójalo lejos de ti”. Es mejor tener un ojo menos que irte con los dos a las tinieblas profundas para siempre. “Y si tu mano derecha ha pecado, córtatela y tírala lejos… Está escrito que los deformes no pueden servir en el Templo, pero después en el Cielo serán hermosos como Ángeles, verán a Dios y lo servirán. Se habló del divorcio, sin embargo ésto no viene de Dios. Adán tenía una inteligencia superior, perfecta, sin pecado. Cuando vio a Eva, dijo: “He aquí al hueso de mis huesos, la carne de mi carne… Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y los dos formarán un solo ser. Ellos se convirtieron en la primera Ley que no puede abolirse. No obstante, a causa del duro corazón humano se introdujo una ley que habló del repudio.
Cuando se despide a una mujer que no ha sido adúltera, el hombre la expone al adulterio, pues al pasar a unas segundas nupcias hay que amar con espíritu recto y santo, para no caer en lujuria, arrojando a la pobre mujer al camino de la perdición. Comete adulterio quien la rechaza y quien se casa después con ella. El matrimonio se rompe con la muerte. Si vuestra elección fue infeliz, soportad las consecuencias como una cruz, no hagáis más infelices a los hijos inocentes. Y si uno de los dos muere, habrá que amar dos veces a los hijos como padre y madre, pues sentirían ver a otro en el lugar sagrado de la madre o del padre. Hijos Míos, ya acabo. El sol declina. Grabad Mis Palabras en vuestros corazones, meditadlas y leedlas con frecuencia, que os sirvan de guía. Sed buenos con los débiles. No juzguéis para no ser juzgados. La Caridad es ya una absolución. Subid la escalera de la perfección y tended la mano a los cansados, ignorantes o desilusionados. ¡No seáis hipócritas! ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, si antes no te sacas la viga que está en el tuyo? Y no seáis imprudentes al revelar verdades eternas a los infectados de satanismo, ya que fingen ser profetas, corrompen a los sencillos y ensucian con sacrilegios las cosas de Dios. El verdadero discípulo, que se dispone a dar ejemplo, debe servir a Dios con absoluto respeto, saber hablar, saber callar y reflexionar, para después actuar correctamente. Sois inteligentes y debéis ser justos también. Las verdades eternas son semejantes a las perlas. No echéis margaritas a los cerdos, que prefieren las bellotas y el lodo, pues no aprecian las perlas preciosas, y podrían desgarraros. No deis nunca cosas santas a los cerdos. Escuchad Mis palabras y ponedlas en práctica, como un hombre reflexivo, como el que para construir su casa eligió unas rocas, trabajó mucho con el martillo y el cincel, e hizo una buena casa sólida, que cuando vinieron los vientos, el aguacero lo resistió todo. Por el contrario, el que construye su casa sobre arena y de prisa, cuando llegan los temporales, la casa se convierte en escombros y ruinera”. Jesús ha terminado. “Os bendigo en nombre de Dios Uno y Trino. Mi paz sea con vosotros”. Él se dirige con Sus Apóstoles en dirección al Lago por la parte del monte que va a Cafarnaún. Todos deciden seguirlo. “Nadie habla, Señor, como Tú”, Le susurra Pedro.