Por desgracia, este refrán lo utiliza el Gobierno de nuestra ciudad con bastante asiduidad. Hace ya dos años que se enviaron varias solicitudes a la Presidencia de la Ciudad para que tomara medidas en la pista acrobática de patines y bicicletas que había en nuestro parque Juan Carlos I (la Marina). En esas solicitudes se les pedía que se vallaran esas instalaciones para evitar que los niños pequeños pudieran entrar en ellas accidentalmente y además se señalizara la zona para que los adultos supieran que entraban en una zona acrobática a la que debían acceder con las correspondientes protecciones.
Las medidas eran bastante sencillas y nada costosas, no era ni más ni menos que lo que vemos en ciudades civilizadas como Tánger. ¿Tánger? Sí, sí, hasta Tánger tiene una preciosa pista de patines vallada y señalizada para que los turistas vayamos allí a gastar nuestros euros.
Pero, ¿cuál fue la respuesta? Quitar la pista de patines. Se desmontó hace ya dos ferias, y aunque he hablado personalmente con nuestro presidente en tres ocasiones del tema, lo único conseguido han sido tres bonitos capotazos (qué bien torea nuestro presidente) y palabras que se lleva el viento.
Como siempre, se aplica la solución fácil... Muerto el perro, se acabó la rabia.