Habéis oído hablar de la muerte de Sócrates? Así comencé esta semana las clases de valores éticos en el ágora del Instituto Camoens. El padre de la Filosofía fue acusado ante los jueces de corromper a la juventud. Todos sabían de la inocencia del filósofo llamado el “Tábano” Por incomodar a sus discípulos y a los que acudían a hablar con él con preguntas que dejaban a sus interlocutores sin argumentos abocándoles a reconocer su propia ignorancia.
El maestro utilizó la dialéctica, el discurso y la ironía para derrocar prejuicios y buscar la verdad y el consenso en una sociedad que comenzaba a diseñar la democracia que hemos heredado como sistema político.
Su condena fue injusta. Acusado de corromper a la juventud, su sentencia fue la pena capital “ La muerte”.
Eran las normas y las leyes. El Filósofo defendió su inocencia pero acató las leyes argumentando la obligación de cumplirlas pero luchando por cambiarlas bajo el argumento de buscar el bien colectivo.
Esta semana, en las puertas del instituto muchos alumnos no pudieron entrar por la impuntualidad mostrada día tras día. La Dirección del Centro había recordado esta medida recogida en las normas más elementales de la dinámica docente.
El respeto por las normas y las consecuencias de “saltárselas a la torera” fue una lección que aprendieron los chicos y las chicas; eso sí, no les quedó más remedio y se negaron a reflexionar sobre el sentido que fundamentaba dicha decisión.
Discutimos en el aula aludiendo a Sócrates, a la justicia, al bien común, a construir espacios que protejan nuestros derechos diseñando nuestros deberes.
La sociedad actual no es un buen ejemplo del cumplimiento de la justicia y la legalidad. Se prefiere el uso egoísta e insolidario de hacer lo que nos conviene individualmente aunque los demás tengamos que pagar las consecuencias.
Ayer se aprobó la reforma laboral por el error de un Diputado. La oposición acusó de tongo y pucherazo a la Presidenta del Congreso por cumplir las normas.
Y así justificamos todas las corrupciones y los tejemanejes de los que estamos hartos de ser testigos.
El comportamiento del Rey Emérito, la impunidad de los poderosos, los que defraudan al fisco, los dictadores corrompidos que llaman justicia a lo que les beneficia. Todos son capaces de recitar una retahíla de razones para ocultar sus auténticos propósitos.
¿Cómo plantear a los chicos y chicas que las leyes nos hacen libres y que tenemos el derecho a cambiarla mejorándolas con propuestas enriquecedoras?
Valga un ejemplo: el parque de perros se ha cerrado por un caso de rabia. El protocolo ordena la cancelación durante seis meses. Todas las noches paseamos a nuestras mascotas sin entender el protocolo que ordena la Consejería de Sanidad. Nunca hemos pensado en amotinarnos y romper la cancela, todo lo contrario, discutimos sobre la posibilidad de cambiar la normativa con propuestas de toda índole albergando la esperanza de ser escuchados.
Seguro que nuestros perros beberían la cicuta que le sobró a Sócrates.
Quedémonos con esta frase lapidaria de Heráclito: “El pueblo debe luchar por las leyes como el aristócrata lucha por sus murallas”