Creo que todos, en situaciones límite, nos aferramos a una esperanza. Pensamos que las cosas, por muy torcidas que parezcan, pueden arreglarse. Con Mariam queríamos que así fuera.
Llevamos semanas contando el pesar de la familia Hayek desde el momento en el que se produjo el traslado de Mariam hasta su posterior evolución. Su imagen nos llegó a todos, los mensajes de su familia también.
Ayer, conocer su muerte, fue un mazazo no solo para los periodistas que han escrito sobre lo sucedido, sino para los ceutíes que habían seguido este caso con detenimiento.
Sobre la mesa queda en evidencia, de nuevo, la falta de empatía y sensibilidad de la administración. Somos personas, no somos números, pero esa administración llega como una apisonadora sin humanizar situaciones en las que tiene responsabilidad.
En este caso ha existido mucho dolor, demasiada indignación. Una familia imploraba justicia, lo sigue haciendo. No sé el recorrido judicial que tendrá este asunto, pero sí sé que me hubiera gustado tener unos gestores más cercanos, más humanos, más empáticos, más pendientes del sufrimiento, del hartazgo y pesar de estos familiares.
Unos gestores que hubieran compartido momentos extremos para entenderlos.
Me gusta pensar que el mundo no está perdido, aunque cuesta hacerlo. Quiero pensar que los elegidos para ocupar puestos de responsabilidad saben bajar a donde está el resto para hablar, consolar, debatir sobre lo ocurrido.
Pero aquí no ha pasado esto. Al margen del devenir judicial que este caso tenga, Ingesa ha preferido meterse en una burbuja, como lleva haciendo tantísimo tiempo. Sus máximos responsables no comparecen, no dan la cara, no ofrecen ruedas de prensa constantes y directas sobre una sanidad llevada al límite que exige de muchas explicaciones.
Con el caso de Mariam tampoco lo hicieron. No fueron cercanos, empáticos, próximos a su familia ni tampoco lo han sido con los ciudadanos.
A cambio, nos ha preparado una ensalada de declaraciones con una directora general que nos cuenta que todo está bien, que nos habla del caso de Mariam sin haberse sentado a hablar con sus familiares, que concluyen decisiones como si fueran máquinas.
Somos personas, no somos números. Mariam lo era, pero nunca hablaron de su historia como debieron hacerlo, con humanidad, con cercanía, con sensibilidad… con lo que en el fondo debe ser una administración gestora de nuestra sanidad, que es como decir de nuestras vidas.
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