Moussa Sylla, de casi 20 años, soñaba con dejar atrás su Guinea Conakry natal y tener “una vida mejor”. Saltó la valla, fue a parar al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Ceuta (CETI) y acabó ahorcándose a pocos metros de la puerta del establecimiento, cuyos usuarios describen como “una prisión”.
Reconstruyen los últimos meses de Sylla varios de los subsaharianos que compartieron residencia en el centro con él. Uno es su tocayo, también Moussa, pero en este caso senegalés.
Lo conoció “en el bosque antes de pasar la valla”. Dice que compartieron “algo de comida” y llegaron a hablar sobre los deseos que ambos tenían: “Trabajar en España y poder vivir aquí”.
Juntos llegaron al CETI y se hicieron amigos. “Era muy buen chaval, podía tener algunos problemas, pero aquí nunca tuvo roces con nadie”, explica.
Ousamane, otro de los jóvenes que conocía a Sylla, cuenta que era un tipo “agradable”. Su rutina en las instalaciones, sencilla, “simplemente intentaba sacarse unos euros y comprar algo para que comiéramos durante la tarde”.
Su objetivo “básicamente era trabajar aquí y tener alguna oportunidad”.
Pronto llegaron las expulsiones del centro. Djemba, otro de los residente de origen senegalés, -que lo primero que dice al ser preguntado por Moussa es, “era mi amigo”, con la voz quebrada- cuenta que su compañero tuvo varios forcejeos con la seguridad.
“Lo expulsaron por un mes y, desde entonces, siempre estaba aquí en la puerta, pidiendo que lo dejaran pasar, pero repetidamente lo echaban”, lamenta. Eso acabó llevándolo a la desesperación. “Estuvo varios días aquí fuera, bajo la lluvia y con el frío”.
Considera Djemba que aquello terminó por minar la vitalidad de un joven que dejó su país con esperanza: “Acabó muy mal mentalmente. Estaba destrozado”. Añora ahora el senegalés los momentos que pasó con Moussa. “Era una persona genial. Íbamos juntos a lavar coches para sacar algo de dinero, dos o tres euros, y con eso comprar algo para comer pasando el rato. Él solo quería trabajar y poder tener una vida mejor, ser feliz, pero esto es una prisión”.
No pudo ser, de hecho, según otros de los presentes en la tarde de este jueves a las puertas del CETI, Moussa habría tenido “problemas de consumo de alcohol y sustancias que le volvían agresivo”. Incluso aseguran que su expulsión se debe a que “le lesionó un dedo a un vigilante, que ahora está de baja”.
Sea como fuere, la de Sylla es la última de un largo historial de vidas perdidas en busca de un porvenir recurriendo a la vía migratoria. La del guineano acabó colgada de un árbol, a unos pocos kilómetros de la valla que cruzó el año pasado.
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