Opinión

Y tú, ¿eres más de Motomami o de El Madrileño?

Una de las tesis más conocidas de Karl Marx es aquella que afirma que el motor de la historia es la lucha de clases. Tomando prestada su estructura sintáctica, podría decirse que, desde sus orígenes, el motor de la Historia de la Filosofía es la lucha entre los herederos de Parménides y la estirpe de Heráclito. Los defensores de cada uno de sus dos modelos de pensamiento sobre el modo en que el ser es funcionan como clases filosóficas antitéticas, desde estos dos primeros pensadores hasta nuestros días, y los protagonistas de este peculiar combate traspasan las fronteras de la práctica de nuestra disciplina a los rincones más insospechados de nuestras vidas y nuestras sociedades. Los artistas que comparten el título de este artículo con los inmortales nombres de la filosofía antigua son dos ejemplos actuales de la milenaria batalla por el alma del ser, contienda que no solo atañe al tratamiento más abstracto de la cuestión, sino que también baja al barro de las diferentes modalidades de ser humano.

Parménides reclama la permanencia como característica fundamental del ser. El cambio, en todo caso, es una apariencia que se presenta a nuestro pensar como fruto del engaño de los sentidos. El ser es estático. Las cosas, pues, son como son. Dicho de un modo que afecta a nuestra forma de relacionarnos con otras personas: la gente no cambia. C Tangana profundiza en su disco El Madrileño en esta manera de entenderse a sí mismo en particular y de comprender el ser en general. Su conflicto con lo dinámico del ser se hace evidente en su canción CAMBIA!, a pesar de que su intención parece ser la contraria según ha declarado en alguna ocasión. Entrando en el debate acerca del ser a través de la cuestión de los roles de género, el artista madrileño contrapone su educación y el proceso de construcción de su personalidad (“Crecí pensando que solo el billete me daría mi respeto / Que un hombre que no tiene pa’ gastar / No es un hombre, solo un muñeco”) con el modo de ser que ahora otras personas le piden. El cambio no le pertenece, y en todo caso viene impuesto por agentes externos con los cuales sugiere cierto malestar: “Ahora que vieron que andamos bateando me piden que cambie”.

Heráclito, por su parte, se abre a tomar el ser en su multiplicidad, en su carácter esencialmente “chispeante”. Después de todo, para describir el principio de todas las cosas usa el fuego como imagen. El ser es mutable, dinámico. Aquello de no poder bañarse dos veces en un mismo río funciona como ejemplo de este modelo de ser, cuya esencia (aquello que permanece) es el cambio. Rosalía es la última hoja de la rama artística del árbol genealógico que comienza con Heráclito. La primera canción de su disco Motomami es toda una declaración de intenciones. Saoko explica cómo su identidad, su ser, es la transformación: “Yo soy muy mía, yo me transformo / Una mariposa, yo me transformo”. O mejor aún: “Me contradigo, yo me transformo”. Al igual que C Tangana, entra en la disputa a través de la reflexión sobre los roles de género, como en su experimento de “escritura automática” Abcdefg, donde se describe como dinamita, emperatriz, patrona, titánica…

Rosalía es la última hoja de la rama artística del árbol genealógico que comienza con Heráclito

C Tangana y Rosalía, no hay duda de ello, son hijo e hija de nuestro tiempo. El mundo contemporáneo se encuentra en un estado líquido, tal y como Zygmunt Bauman advierte, caracterizado por una sucesión de nuevos y constantes comienzos y finales que agilizan el ritmo de vida a una velocidad proporcional a la rapidez con que la incertidumbre se confirma como la disposición afectiva fundamental. Esta es la principal semejanza entre el madrileño heredero de Parménides y la cantaora hija de Heráclito: su increíblemente lúcida conciencia del funcionamiento del mundo en que vivimos. A partir de ahí, ambos se separan y, como hemos dejado entrever, las posturas que adoptan ante el cambio como imperativo epocal son opuestas. Todo ello, además, en medio de la crisis de la masculinidad tradicional junto con los modelos patriarcales de comportamiento y la irrupción del feminismo con sus nuevos roles de género, de las cuales dan buena cuenta en sus brillantes obras.

Rosalía y C Tangana, en definitiva, expresan a través de su música, más experimental en el primer caso y vuelta hacia las raíces en el segundo, las respuestas que desde los roles femeninos en apogeo y masculinos en decadencia pueden darse a los problemas de nuestro tiempo, sobre todo a aquellas cuestiones de mayor interés para ella y él: la fama y las relaciones sexoafectivas. Mientras que la artista catalana muestra una posición de poder ante la fama al advertirse a sí misma de sus peligros (“Si quieres duerme con ella, pero nunca la vayas a casar”) pero manifestando su voluntad de mantener su relación con ella, C Tangana afirma que la ambición “por las mujeres, la pasta y los focos / le está quitando la vida, muy poquito a poco”. Como ocurría con el cambio, la fama y sus consecuencias son algo que no parecen pertenecer al cantante, habiendo sido llevado a esa posición por motivos ajenos a su voluntad como narra en Un veneno: “Yo he nacido bohemio, pero tu amor me ha cambiado / Y ahora quiero triunfar y ganar y salir en la tele y la radio”. Su relato decadente, por otro lado artísticamente extraordinario, se asimila a una tragedia, en la cual el protagonista es un juguete del destino que no puede controlar las consecuencias de sus acciones. En contraposición, Rosalía expone su intención de seguir manteniendo viva su incesante metamorfosis hecha arte en Bulerías: “Y aunque no tenga dinero, no tenga a nadie / Yo voy a seguir cantando, porque me nace.”

La primera canción de su disco Motomami es toda una declaración de intenciones. Saoko explica cómo su identidad, su ser, es la transformación

Sus piezas musicales sobre las relaciones sentimentales y sexuales ponen de manifiesto su ascendencia parmenídea y heraclítea y sus formas de afrontar la realidad siempre nueva y cambiante, también desde una perspectiva de género. Rosalía sentencia “Yo no soy ni voy a ser tu bizcochito”, mientras que C Tangana lamenta la condición incontrolable de las mujeres que le rodean en Ingobernable: “No me vale ni una escalera para poder alcanzarte / ni una pistola para poder gobernarte”. Su relación con el sexo es, según se desprende de Demasiadas mujeres, conflictiva, llena de inseguridades (“La miro pensando cuánto faltará para que empiece a odiar / La forma que tengo de amarla tan mal, mi manera de huir”) y sentimiento de culpa, calificando la música techno que sonaba en un encuentro sexual en una discoteca como “música del infierno que sonará el día de mi funeral”. Por el contrario, Rosalía exhibe en Hentai una relación con el sexo despreocupada y rebosante de placer, con versos con un tono incluso humorístico y desenfadado como “Te quiero ride como a mi bike” o “Yo la batí hasta que se montó”.

En conclusión, Parménides y Heráclito encuentran hoy sus herederos más reconocibles en la música mainstream. Como drama sobre la decadencia, la obra de C Tangana halla en la reivindicación de la música popular de los pueblos hispanoamericanos un genial medio de comunicación del clamor contra un mundo que ha perdido su naturaleza pacífica y estática. Como toda artista cuyo objetivo fundamental es la disrupción, Rosalía construye su visión del mundo desde la disidencia con el orden establecido: ella es “igual de cantaora con un chándal de Versace que vestidita de bailaora”.

¿Qué es ser? Elijan ustedes mismos: permanencia o cambio, Parménides o Heráclito…

Madrileño o Motomami.

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