Quienes lo conocieron decían que Mohamed tenía algo especial. Estaba dotado de esa capacidad que algunos poseen de provocar cariño, de atraer a los que se tiene alrededor. Así, sin más. Por eso cuando se supo que Mohamed Ben Amghar era el joven hallado muerto en la madrugada del viernes al sábado en Calamocarro, en Ceuta, se extendió esa sensación de fracaso, esa sensación de no entender cómo quien en un mes iba a tener los papeles para poder marchar a la Península terminaba muerto en un intento de travesía clandestina. Ese ha sido el destino final de un joven cuyo fallecimiento era certificado primero por el 061 y verificado después por la médico forense ante la presencia de la Guardia Civil, en una madrugada dramática en la que volvía a evidenciarse la peligrosidad de esos pases constantes que no cesan y que forman parte de la crónica negra de esta ciudad, encuadrada en plena Frontera Sur.
Le decían ‘kinitri’ por proceder de Kenitra (Marruecos). La primera vez que ingresó en un centro de menores de Ceuta fue en el año 2018, pero duró poco porque era uno de esos chicos que terminaba fugándose. Así fue hasta enero de 2020 cuando su permanencia en ‘La Esperanza’ se estabilizó hasta pasar al centro de Piniers, en plena pandemia, con motivo de las obras que tenían que llevarse a cabo en el albergue de Hadú y su masificación. En ‘Piniers’ todos hablan maravillas de Mohamed. En ‘Piniers’ se ha sentido como un mazazo, como un auténtico jarro de agua fría, esta muerte inexplicable. Según la documentación que consta en Ceuta, había nacido el 12 de abril de 2003.
Es decir, en cuestión de semanas cumplía 18 años y por tanto podía marcharse a la Península sin problemas. El chico “agradable”, el chico “cariñoso” que ha generado una cascada de mensajes de duelo estaba a poco de poder subirse a un barco y llegar a la Península de forma segura. Él lo sabía, por eso resulta sorprendente que muriera de esta manera, que esa noche intentara llegar al otro lado del Estrecho sin esperar a hacerlo con todas las garantías. Encontrar sentido a lo acontecido es imposible. Ayer solo había dolor en abundancia tanto en el albergue de Piniers como en ‘La Esperanza’ o en las naves del Tarajal que tanto frecuentaba.
En la documentación marroquí consta que Mohamed ya había cumplido los 18 y que, en realidad, este 12 de abril cumpliría 19. Un cambio de un año respecto a los datos que obran a este lado de la frontera. Qué pasó esta pasada madrugada está siendo objeto de investigación por parte de la Policía Judicial de la Guardia Civil. Junto al fallecido estaba otro joven, residente en las naves, que fue quien pidió auxilio a una patrulla. Aunque se dio aviso al 061, cuando los sanitarios llegaron nada pudieron hacer. En sus pies portaba unas aletas pero no las usadas para hacer buceo, sino otras más pequeñas. También se encontró una tabla de las que se emplean de apoyo para aprender a nadar. Aunque en un principio parecía que vestía traje de neopreno, no era así. Mohamed llevaba ropa de calle: unos vaqueros y un abrigo. Así, de esta manera, pretendía salir al mar en una ruta suicida. Su cadáver era retirado por la Funeraria Al-Qadr ya de madrugada, después de la llegada de la médico forense. Tanto las patrullas como los GEAS se retiraban también del lugar, cerrándose un episodio duro de la inmigración pero también extraño. Nunca hay explicación razonable a estas salidas, pero en el caso de marras abunda la sorpresa.
Tan solo horas después de que ocurriera esta tragedia, se producían más intentos como los protagonizados en torno a las ocho de la mañana por un pequeño grupo de marroquíes que intentó entrar a la carrera, bordeando el espigón de Benzú. A la misma hora se producían intentos de pase por el vallado, como los que se estaban llevando a cabo la misma madrugada en la que Mohamed perdía la vida.
Su familia ya ha sido informada de la tragedia. Al otro lado de una frontera cerrada desde hace un año se llora también la muerte de este chico que se había ganado el cariño de todos los que le conocieron, y que deja un vacío profundo entre los educadores, psicólogos y demás profesionales que habían tratado con él durante estos años de estancia en la ciudad.
Como la de Mohamed son muchas las historias que se esconden tras estas tragedias de las que somos testigos en una ciudad de paso, en una ciudad que tan solo es vista como trampolín para el pase a la Península de quienes aspiran a tener una vida distinta.
La muerte de este joven ha congelado las aspiraciones de otros compatriotas por echarse al mar y cruzar el Estrecho. Pero no se sabe hasta cuándo durará esa sensación de que no todo vale por conseguirlo.
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