A su vuelta de Marruecos, donde nació, me llama Fernando, un viejo amigo extremeño, compañero en la radio y la docencia. ¿Dónde nos vemos antes de que embarque?, me comenta. Pues en la puerta principal del Mercado Central, por ejemplo, por el que, según dices, quieres pasar, le respondo. Dicho y hecho.
A su salida del recinto, por unos momentos mi amigo y su esposa se sienten perdidos. La plaza de la Constitución les resulta irreconocible. Más aún cuando decidimos encaminarnos hacia la conocida cafetería del puente.
- Pero, ¿y la fuente? ¿Qué habéis hecho de tan hermosa y tan estratégicamente colocada fuente que tan magníficamente remataba uno de los puntos más conocidos de Ceuta, protagonista de tantísimas tarjetas postales? ¿Y esta plaza con esa subida y bajada peatonal al fondo? Y…
Preguntas y más preguntas cuyas respuestas nos distrajeron por un rato del recuerdo de pasadas vivencias y de nuestros respectivos entornos familiares. Preguntas que ahora, de nuevo, vuelven a aflorar en mi mente cuando decido recuperar de mi archivo una de esas postales que recogían tal realidad paisajística perdida para siempre, como la que hoy ilustra mi columna.
En este año 2014 se cumplirá medio siglo de la inauguración de la popular y desaparecida fontana que tanto valorábamos los ceutíes, carente la ciudad, hasta entonces, de tan emblemático exorno urbano. Era la guinda para aquella nueva y por entonces denominada plaza del General Galera, bautizada así en honor de uno de sus promotores, el que fuera primer Gobernador General de Ceuta y Melilla. Figura injustamente olvidada pese al cariño y su labor en pro de la ciudad a lo largo de su mandato. Que en la transición y conforme a su conciencia, Alfredo Galera Paniagua votara en contra de la Ley para la Reforma Política por su demostrada lealtad a Franco, lo que “no le impidió un cierto estilo liberal que le acompañó siempre”, a decir del profesor Manuel Ramírez, no justifica esa postergación en la que quedó su recuerdo. Remembranza que se quiso plasmar en una desaparecida placa con su busto y su nombre en el edificio Trujillo, identificando la bella y flamante plaza que dejaba en el álbum de los recuerdos a su antecesor y longevo Puente Almina.
A lo que íbamos. ¿Qué fue, efectivamente, de tan esbelta y hermosa fuente, icono inseparable, durante cuatro décadas, de tan estratégico punto con el que se abrieron las puertas a la modernidad urbanística de nuestra ciudad? ¿No pudo habérsela reubicado cuando se acometió la reciente reforma del lugar? Independientemente de la cuestión estética, somos muchos los que seguimos añorándola. Como la propia rotonda que perfilaba su circunferencia, la primera que se implantó de la ciudad, que permitía a los vehículos procedentes de la Marina dar la vuelta directamente o subir por Teniente Olmo. Función que ha pasado a desempeñar la actual de abajo, la de la estatua del Pescador, eso sí, a costa de un mayor rodeo.
En pocas palabras, que las transformaciones de la plaza debieron haber tenido en cuenta tan inolvidable fuente sin menoscabo de la conexión con la nueva avenida que discurre paralela al puerto deportivo. Todo en función de no perder un punto de identidad más como también ha sucedido con ese desconocido Paseo de las Palmeras, tan necesitado de un lazariano levántate y anda.
Por cierto y sin movernos de tan neurálgico y concurrido lugar, a uno se le viene también a la mente aquel viejo Puente Almina que quedó sepultado en cierto modo por la actual plaza de la Constitución, cada vez que paso por esa rampa peatonal que comunica la plaza con el citado Paseo de las Palmeras. “Hemos estado siglos trabajando para quitar el Puente Almina y ahora, cuando ya no lo teníamos y podíamos haber materializado una plaza preciosa, lo hemos vuelto a hacer”, solía decir el recordado Juan Orozco. Una opinión más que autorizada la del que fuera aparejador municipal y quien trabajó en proyectos importantes como el Parque Marítimo, el Caballa, la iglesia de San José o la Sinagoga, por ejemplo. Estaba claro que Juan no comulgaba con la reforma en cuestión.
Modernidades mal entendidas y quizá poco acertadas, así al menos nos parece a algunos entre los que me cuento. Como no menos desafortunada fue la iniciativa de las escaleras de acceso a la zona del Parque Marítimo y del Poblado Marinero en lugar de la pasarela peatonal que ahora se pretende construir coincidiendo con las próximas obras de la Marina.
Modernidad, tradición e identidad, tres factores difíciles de conjugar, al menos en esta Ceuta de nuestros amores.