Entramos en un territorio muy delicado, que solo puede abordarse desde el respeto, y pues responde a la más íntima confesión.
Se trata de nuestra relación con una conciencia superior, o realidad subjetiva, que nos trasciende y que permanece en actitud observante.
El reconocimiento de esa realidad nos introduce en una doble perspectiva, y abre una amplia área de conocimiento.
Por un lado, la obra suprema de la creación, con sus leyes, es tal, y tiene una autoría. Por otro lado, las fuerzas del bien y del mal están desatadas, y el cumplimiento de todo aquello que tiene que ver con la dignidad humana tendrá premio; el sufrimiento terrenal tendrá fin. El ser humano puede elegir, en conciencia y libertad, el signo de sus actos.
Incluso en esta sociedad del materialismo y la desmesura, lo religioso, la fe, convive con la idea de que solo existe lo que ven los sentidos. A fin de cuentas, ¿dónde está el alma?
El misticismo, pues, es solo una opción, una forma de fundirse con el entorno, una fuente de energía interior, un suplemento para superar los baches, el consentimiento de una voz amiga siempre dispuesta a enseñar. Ahora bien, es necesaria una gran cautela si elegimos vivir en presencia de un ser creador, arquitecto de los paisajes, ya que la sobre exposición al misterio, o misticismo compulsivo, puede ocasionar un cisma en los adentros e interpretarse como un fallo en la función mental.
Recuerdo los últimos años en la convalecencia de mi padre. Era de misa diaria, y allí que lo acompañaba yo, unos para reencontrarnos en el silencio, otros para establecer contacto con la deidad a través de la oración.
No era extraño allí coincidir con mi médico psiquiatra y gentes de gran solvencia mental. A buen seguro todos, para poner orden y juicio en sus almas piadosas.
Sin embargo, si uno exhibe un mesianismo desenfrenado, y se cree llamado por la providencia para zanjar graves agravios, estaremos tensionando los límites de la razón establecida.
Esto me pasó a mí, hasta que haciendo estudio de mi circunstancia, descubrí que efectivamente fui llamado, fui llamado a encontrar un sitio en esta sociedad y a tener un proyecto de vida, ¿cabe mayor causa? Antes de emprender batallas ajenas y desfacer entuertos, debemos salvarnos nosotros mismos. Dado que la misma ciencia admite su propia insuficiencia para explicar la existencia de la materia, todos tenemos derecho a encontrar salud en el misticismo, a vivir la relación con un ser anterior, guardián de los secretos de la creación y de la transformación.
Vivir intentando la pulcritud del alma es una opción, completamente compatible con la ética clásica.