Miserables. Miserables los bastardos que ponen bombas en trenes o atropellan y matan a inocentes en nombre del odio, la religión, la patria o cualquier otro delirio absurdo en el que puedan creer o soñar. Miserables sin ningún atenuante, sin ninguna justificación, sin ninguna retórica buenista o histórica que desvíe la menor parte de responsabilidad hacia otro lado, ni a un pasado poco glorioso ni a dirigentes mundiales no menos miserables. Ni a la miserable condición humana, esa poética excusa maldita que tan bien se acomoda para acabar poniendo a todos en el mismo saco. Miserables, sin más.
Miserables. Miserables los que identifican, con más perversidad que ignorancia, a los hombres y mujeres de credo musulmán con criminales y alimañas, sabiendo que la mayoría de sus fieles son al menos tan decentes y honestos como nosotros. O tan indecentes y deshonestos, pero no más. Ni todos los musulmanes son terroristas ni todos los terroristas son musulmanes. En España hemos padecido una banda de miserables terroristas que ha despedazado a inocentes -hombres, mujeres y niños- que tenían poco de musulmanes. Es más, algunos eran profundamente “católicos”. Y a estos últimos, algunos de nuestros electos próceres de reciente hornada les hacen homenajes y les califican de hombres de paz. Miserables, también estos últimos.
Miserables. Miserables los que amalgaman con despiadada vileza a los fanáticos asesinos de La Rambla o de Cambrils con los refugiados sirios o de otros lugares que padecen con mucha mayor intensidad que nosotros y con frecuencia diaria la maldición del terrorismo y de la guerra, la destrucción de sus hogares y entierran muertos a diario. Familias decentes y pobres que buscan un lugar para rehacer sus vidas, una tierra de asilo para empezar de nuevo desde cero, como hicieron en su día muchos de nuestros compatriotas en otros lados del mundo. Qué corta y selectiva es la memoria. No os confundáis, miserables.
Miserables. Miserables los que con calculada maledicencia y aviesa crueldad confunden a los deleznables asesinos de Barcelona con los famélicos hombres subsaharianos que atraviesan nuestras fronteras de Ceuta o Melilla con los cuerpos desgarrados por el alambre de las concertinas, o con las andrajosas familias que arriesgan sus vidas hacinadas en ruinosas barcazas o pateras huyendo del hambre y la extrema pobreza. No, no son los mismos, no seáis miserables.
Miserables. Miserables los políticos del régimen totalitario del gobierno de Cataluña que han intentado rentabilizar la masacre terrorista para buscar la propaganda que no han sido capaces de conseguir gastando millones de euros de los contribuyentes en viajar por todo el mundo recitando sin ningún éxito sus soflamas separatistas y mantras sectarios. Miserables los que por soberbia han impedido la investigación e intervención de unas fuerzas de seguridad del Estado mucho mejor preparadas para así intentar dar la imagen de una ridícula autosuficiencia con una policía regional sin la menor experiencia en la lucha antiterrorista. Qué nadie se entere que la opresora España mete sus sucias manos para algo que no sea robar en la república de los Països Catalans, han pensado. La propaganda ante todo. Miserable el consejero de Interior del gobierno regional de Cataluña que hace distinción entre muertos españoles y catalanes en un repugnante alarde de indisimulada xenofobia. Miserable el responsable del gobierno catalán que pidió a los países de todo el mundo que no se mostrara solidaridad con las víctimas utilizando la bandera de España, sino solo la catalana, mientras que toda España se llenaba de senyeras con crespón negro en señal de fraternidad con nuestra querida Barcelona. Miserable.
Cuánto miserable que añade odio al odio, dolor al dolor, estupidez a la estupidez y miseria a la miseria.