Amediados de esta semana el Real Instituto Elcano, con la presencia del Ministro de Defensa, presentó su informe “Mirando al sur: del Mediterráneo al Sahel”.
Al mirar hacia el continente africano han detenido sus ojos en Ceuta y Melilla, como no podía ser menos. Ambas ciudades españolas en el norte de África llevan tiempo reclamando la atención de analistas nacionales e internacionales, así como de las fuerzas de Seguridad del Estado. Apenas hay un día en que el nombre de Ceuta o Melilla no aparezca en algún artículo periodístico que aborde la cuestión del islamismo radical y la presencia de ceutíes y melillenses entre los combatientes yihadistas que actúan en Siria o Irak. En esta ocasión, los investigadores del Real Instituto Elcano han abierto algo más el foco para hacer un diagnóstico del presente de Ceuta y Melilla, advertir sobre las tendencias que ellos observan en ambas ciudades y sugerir algunas líneas de actuación que permitan corregir las amenazas que ellos detectan.
A nosotros nos ha llamado la atención, de manera positiva, que por primera vez se sitúe la dimensión demográfica en el eje de la argumentación expuesta por el Real Instituto Elcano. Sin pretender ser presuntuosos, nosotros fuimos los primeros en llamar la atención sobre los peligros de la sobrepoblación para el futuro de Ceuta. Empezamos a decirlo en el año 2006, cuando de este asunto nadie hablaba y todavía el problema no se había manifestado con la virulencia con que lo ha hecho en los últimos años. Entonces se podrían haber adoptado algunas medidas que frenaran este desorbitado crecimiento poblacional. Unas decisiones que al final han debido tomar las administraciones, como el reforzamiento del control en la concesión del empadronamiento en Ceuta. El mérito político de esta medida, acordada según nuestro parecer de manera tardía, corresponde al actual Delegado del Gobierno, el Sr. González Pérez, a quien desde aquí le deseamos una pronta y completa recuperación. Él ha sido el responsable de la puesta en marcha de un plan para controlar los asentamientos tanto humanos como físicos en Ceuta que incluye la lucha contra las construcciones ilegales en el territorio ceutí.
Parece evidente que el Estado central tiene claro la dimensión del problema demográfico al que nos enfrentamos en Ceuta y Melilla. Incluso la administración local, hasta hace poco reticente a hablar de este asunto en público, ha introducido en su argumentario conceptos habituales en esta columna de opinión como el de “los límites de la ciudad” o la sostenibilidad del actual modelo de crecimiento poblacional. Nosotros nos congratulamos de este cambio de actitud y de mentalidad. No obstante, tenemos que advertir que el Estado, tanto en su forma central como local, sigue obviando un factor en la ecuación de la sostenibilidad: el territorio. No dudan a la hora de expresar su preocupación por las consecuencias económicas y sociales de la sobrepoblación que afecta a Ceuta y Melilla, pero olvidan o ignoran la dimensión ambiental. Los tres pilares de la sostenibilidad, -el ambiental, el económico y el social-, son importantes para el correcto sostenimiento de una comunidad humana. Cuando uno de estos pilares falla, el peligro del derrumbamiento se incrementa de manera notable.
Los aludidos tres factores de la sostenibilidad están completamente interrelacionados, tanto en el cálculo vital como en el social. En el primero de ellos, la fórmula es bien conocida por los biólogos y naturalistas: medioambiente, función y organismo. Una fórmula que los que nos dedicamos al campo de las ciencias sociales hemos traducido como lugar, trabajo y gente, con sus disciplinas correspondientes, -geografía, economía y sociología. Estas dos últimas dimensiones, la económica y la social, son las que centran la atención de las administraciones.
Pero, ¿Y el lugar? ¿A quién le importa el territorio? En este mundo globalizado se ha perdido casi completamente la dimensión territorial. Cada día son más abundantes los “no lugares” de los que habla el antropólogo Marc Augé. En nuestro tiempo se habla mucho de economía y sociedad, pero poco del espacio geográfico. Vivimos en una especie de ilusión ageográfica apoyada en la inquebrantable creencia en el mito de la máquina. Esta ilusión comenzó a gestarse hace unos doscientos años con la Revolución Industrial y su posterior aceleración con la utilización de los combustibles fósiles como principal fuente de energía. Hasta entonces la economía dependía de manera casi exclusiva de las condiciones naturales del lugar, tanto para el propio sustento de la población local, como para su sostenimiento económico. El propio tamaño poblacional dependía de estos mismos condicionamientos naturales. El equilibrio entre demografía y territorio se establecía de una manera natural, como sucede en cualquier ecosistema y en cualquier población animal. Con la aceleración del desarrollo tecnológico este equilibrio se rompió. Las máquinas, como las que se utilizan en la Planta Desalinizadora de Ceuta, permiten suministrar agua a una población que ya supera las 80.000 personas. Tampoco necesitamos acudir en la actualidad a los montes cercanos a recoger leña para preparar los alimentos o calentar nuestros hogares; ni extraer rocas de nuestras montañas para construir nuestros edificios públicos y privados; ni depender de las tierras fértiles cercanas para cultivar los alimentos básicos de nuestra dieta.
La industria alimentaria, eléctrica o química, entre otras, han conseguido sustituir muchas de las materias primas que permitían el desenvolvimiento de la vida en un pasado no tan lejano como algunos piensan, dada su ignorancia histórica. Pero todo este desarrollo tecnológico, y su consiguiente crecimiento económico y demográfico, tienen un elevado coste ambiental. Hemos alterado de manera irreversible los paisajes y las ventajas naturales del lugar en el que habitamos, afectando al clima, a la provisión de agua, a los suelos productivos, a la biodiversidad, a las pesquerías fluviales y marítimas y al acceso a la naturaleza. Y hemos olvidado que, como ya dijo Aristóteles, todos los organismos tienen un límite mínimo y un máximo de crecimiento más allá del cual la vida se extingue o no llega a desarrollarse.
La tecnología no tiene la capacidad de resarcir todo el daño provocado. No puede recuperar las colinas arrasadas por las máquinas excavadoras, los arroyos colmatados, las especies extinguidas o los suelos fértiles para el cultivo agrícola, pero esto no debe impedirnos intentar reparar mucho de lo que en otro tiempo y en el presente fue groseramente violado a causa de la ignorancia o la codicia. Para ello es requisito indispensable un reequilibrio del binomio población y territorio que permita un recultivo de los paisajes y una reprovisión de los ingredientes naturales fundamentales para una vida humana plena y rica. Un tipo de existencia que no puede obviar el delicado equilibrio entre el lugar, el trabajo y la gente. Necesitamos actualizar esta ecuación, analizarla en profundidad y captar el espíritu de nuestra ciudad. A partir de ahí deberemos emprender la reconstrucción de nuestro maltrecho territorio siguiendo los planos de nuestra particular eutopía o ciudad ideal. Una ciudad habitada por seres amantes y defensores de la vida. Unos ceutíes con una vida interior activa y continuamente enriquecida con la intensa luz que disfrutamos en esta ciudad, con los sonidos de las aves que habitan nuestro cielo, con el olor a mar que impregna nuestras glándulas olfativas, con el sabor de los productos marinos y con el tacto amable de nuestra flora, como también lo es de los propios ceutíes, gentes hospitalarias y simpáticas. Es necesario desterrar del corazón de nuestros jóvenes ideales contrarios a la bondad e impedir la propagación de ideas doctrinarias y fanatizadas contrarias a la verdad y la libertad. Hay que educar a los jóvenes, como dice Marc Augé, “no como consumidores, sino como creadores”. Creadores, añadimos nosotros, de esta eutopía ceutí, cuyo primer esbozo es fruto de la imaginación de hombres y mujeres considerados, por muchos, como pocos prácticos. Y en verdad lo somos, sin que ello suponga ningún demerito para nosotros. Todo lo contrario, este es uno de los periodos históricos en que sólo los soñadores somos hombres y mujeres prácticos. Conocemos el punto de partida, pues llevamos nuestros años estudiando y analizando la realidad ceutí, y también nuestra meta que no es otra que la defensa, potenciación y renovación de la vida, así como el fortalecimiento de una vida interior que contribuya al noble esfuerzo de que todas las personas tengan la oportunidad de una vida digna, plena y rica. Una vida que merezca ser vivida. Y sabemos que esta vida no es posible en territorios gravemente alterados y sobrepoblados, como es el caso de Ceuta. Las administraciones ya se han enterado. Ha llegado el momento de tomar decisiones y actuar.