Sociedad

Milagros y la Cárcel de Mujeres del Sarchal

Toda vez que se llegaba al piso de O´Odonell, las dos mujeres celebraban la visita de la hija y los nietos. Una -vestida de negro y siempre al fondo - en la distancia, dejando asomar apenas lo que se adivinaba como una sonrisa en el rostro arrugado de una anciana experimentada en el trabajo y los reveses de la vida. La otra, aún joven y hermosa, postrada por enfermedad en un sillón desde los cuarenta y dos años. Madre e hija que el destino unió para siempre en lo que solemos llamar vida en el recogimiento, sin más alegrías que aquellas visitas nuestras esporádicas que todos compartíamos con regocijo. Eran nuestras abuelas, porque la palabra bisabuela no era usual utilizarla en lo cotidiano.

Ella era simplemente la abuela Milagros, afanada siempre en la intendencia del núcleo familiar del piso de O´Odonell. Nunca la oí hablar, excepto con el ditero y frente al televisor para responder con un buenas noches al otro lado de la pantalla, porque su educación y prudencia no tenían límites. Milagros no había nacido en Ceuta, pero ambas unieron sus vidas durante gran parte del siglo pasado en los vaivenes de sus biografías.

Era gaditana, de San Fernando, y cruzó el Estrecho en 1914, de la mano de un enamorado marinero ceutí que se buscaría la vida en el Práctico del puerto. Ambos venían con su primer hijo, Paquito, que, en el mes de agosto de ese mismo año, se vería acompañado de una hermana, Mariquita, nacida ya en Ceuta, en la calle Daoiz, junto a la Plaza Ruiz. De un día para otro, Milagros enviudó de un marido en plena juventud, que le truncó la vida afectiva y el sustento cotidiano. Acostumbrada al trabajo, bregó con lo que pudo para sacar adelante a sus hijos, sin más ayuda que la de unos familiares que la cobijaron en su casa. Y el tiempo pasó entreverado en los acontecimientos históricos de sus años de existencia, convirtiéndose en testigo de los numerosos sucesos que sobrevinieron desde su nacimiento, en 1883, hasta su fallecimiento, en 1971. Ochenta y ocho años de vida por los que pasaron tantos y diversos sucesos, entre ellos las monarquías de Alfonso XII y XIII, el Protectorado en Marruecos, el Desastre de Annual (1921), la dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la II República (1931), la sublevación franquista, la guerra civil, la dictadura de Franco… Grandes episodios que se cruzaron en la vida de Milagros, y por los que ella pasó afanada para sobrevivir en una vida laboriosa y llena del silencio habitual que siempre la acompañaba.

No acostumbraba a meterse en nada, prudente y cabal, no daba un ruido, como se suele decir, ni una voz más alta que otra. Una mujer de su tiempo, plegada al marido cuando lo tuvo, y volcada en los hijos y la soledad en su viudez temprana. La proclamación de la II República tuvo una gran repercusión en Ceuta.

Al día siguiente de anunciarse, el 15 de abril, la plaza de África se colmó de ceutíes con la bandera tricolor dando la bienvenida al nuevo tiempo que se abría lleno de esperanzas para los más desfavorecidos; se designa a Sánchez-Prado presidente del Ayuntamiento de Ceuta (1). Durante estos años republicanos, en 1935, Milagros casó a su hija Mariquita, mientras su hijo Paquito cumplía el servicio militar en la Marina.

En marzo de 1936, Milagros conocería a su primera nieta, Isabelita, que la colmó de felicidad. Eran días alegres en lo que cabía. Pero las cosas cambiaron rápidamente. La sublevación franquista en julio del 36 se dejó sentir en Ceuta de inmediato, y la represión cayó de forma fulminante sobre la población militar y civil (2). La “limpieza” política y sindical se inició rápidamente. También los masones ceutíes fueron víctimas de la locura franquista (3), y la Falange cobró un enorme protagonismo en todo ello.

No se salvaba nadie. La vida pendía de un hilo. Cualquiera aparentemente sospechoso a los ojos mortíferos de los golpistas, podía perder la vida en plena calle, ir a prisión para no salir de allí vivos, o pasar un largo e interminable tiempo en ella. De repente, la vida se volvió del revés.

El miedo fue calando entre los ceutíes absortos ante la barbarie indiscriminada a la que solo cabía aceptar y agachar la cabeza. Era el inicio de la represión y la inmediata guerra civil a la que dio paso. Y también el comienzo de los bombardeos republicanos sobre Ceuta, por mar y aire, a fin de defender la ciudad de los sublevados.

Como tantos otros cercanos a sus viviendas, Milagros y su familia buscaron refugio en los bajos de la imprenta Olimpia; también en el Negrito, en Castillejos, a donde las familias acudían mediante el transporte del que podían disponer. Eran los preliminares de lo que se avecinaba. Porque en noviembre del 37, llamaron a la puerta de Milagros con orden de prisión.

Su hijo Paquito, recién acabado el servicio militar en la Marina, fue movilizado por el ejército franquista en el 36 y ascendido a cabo de inmediato, y lo encontramos incorporado al regimiento de infantería en Burgos, el 26 de junio de 1937, según certificaciones del archivo familiar. En ese mismo año, envía una pequeña foto desde Cervera (Lérida), con una dedicatoria: “A mi querida madre en prueba de cariño, tu hijo Paco”.

No se muestra ni el día ni el mes. De modo que algo ocurrió o se traspapeló entre junio, aproximadamente, y noviembre del mismo año 37, porque al no dar el ejército con él en la unidad a la que servía, por motivos aún desconocidos, encarcelaron a su madre. Nadie daba crédito a lo que estaba ocurriendo.

Aquella mujer de 55 años, de luto permanente y en eterna lucha con la vida, testigo siempre silencioso de penas y alegrías, salía del patio de vecinos en el que vivía escoltada por aquellos dos militares que la condujeron al Sarchal, a la Cárcel de Mujeres. Allí se encontraría Milagros con otras muchas mujeres, víctimas como ella de la cruenta represión que en el 37 se producía.

Habría coincidido meses antes con Antonia Céspedes Gallego, la Latera, miembro activo de la CNT y luchadora infatigable por los derechos de la mujer trabajadora; y tal vez hubiera sido Milagros testigo de la madrugada del 21 de enero del 37, en que la sacaran de la cárcel del Sarchal para ser ejecutada a sus 46 años de edad (4).

Pero Milagros llegó meses más tarde al Sarchal y no se encontraron allí, aunque sí con otras cenetistas con las que vivió alguna que otra sorpresa, como aquella que nos llega por recuerdos familiares, y en las que estas mujeres luchadoras dejan mostrar su valentía y conciencia de clase. Y me cuentan que cada una de las presas tenía un pequeño banco en el que sentarse, y que entraron algunas presas en discusión por uno de ellos hasta el punto de organizarse un ruidoso alboroto que hizo acudir al director de la cárcel a poner orden.

Una vez aclarado el motivo del desorden, aquel dictaminó que cada una de las presas pusiera el nombre en su banco a fin de no producirse más confusiones, y que al día siguiente pasaría revista. Y así ocurrió. A la mañana siguiente, los bancos aparecieron con los nombres de cada presa (Carmen, Dolores…), y el director de la cárcel los iba revisando detenidamente hasta que lanzó su mirada a uno de ellos con las letras CNT.

Ante la sorpresa, ordenó que saliera la presa que había firmado con estas letras, y se adelantó aquella mujer valerosa que sin rastro de miedo, dijo: “Yo soy la que ha escrito eso. Las iniciales de mi nombre, Concepción Nogales Torres (CNT)”. Tal vez esta curiosa anécdota, que ha atravesado el tiempo de nuestra memoria familiar, podría haber ocurrido en otros contextos de la guerra civil en Ceuta, pero encaja bien en este de la cárcel de mujeres, en la que Milagros debió vivir aquello con tremendo miedo dada la naturaleza de su carácter.

Porque ella, a decir de su hija Mariquita cuando la visitaba durante aquellos seis meses de encarcelamiento, solo se empleaba en llorar de continuo por la desaparición de su hijo Paco, al que suponía muerto en la permanente incertidumbre de su paradero. Las presas trataban de consolar siempre a aquella buena mujer callada, paciente y silenciosa, y solían tener con ella el gesto solidario de confortar su tristeza.

Una de aquellas presas, se le acercó un día para decirle: “No temas, tu hijo está vivo, hay con él alguien que lo protege…”. Era una de aquella “espiritistas” sobre las que también cayó la represión y la cárcel. No tardó mucho el director de la prisión en reprender a Milagros, amenazándola de incomunicarla si la veía hablar de nuevo con aquella presa. Su buen comportamiento tal vez la libró de males mayores.

Pero no solo pasaba el tiempo Milagros llorando por su hijo. También la emplearon durante su encarcelamiento en coser la ropa del ejército franquista con aquellas buenas manos para la costura que siempre tuvo. Seis meses pasó Milagros en el Sarchal, hasta que el 23 de mayo de 1938 la pusieron en libertad, según consta en la “orden del Sr. Tte. Coronel Jefe de E.E. Acctal…”; orden que la firma el “Comandante de E.M., jefe de la Sección de Justicia del Cuartel General” (5). El motivo de su puesta en libertad tampoco lo sabemos.

La memoria familiar nos dice que, al parecer, los militares encontraron a su hijo Paco en la misma unidad a la que había sido destinado. Tal vez un error del mismo ejército. En el archivo militar de Ceuta no existen documentos que lo clarifique, tampoco se localiza el registro de la entrada en prisión de Milagros donde se especifiquen los motivos del encierro y si tuvo algún tipo de juicio previo.

Hasta ahora, solo nos consta que pasó seis meses en prisión sin motivo alguno, sin saber si su hijo estaba vivo o muerto, sin vislumbrar qué podía pasar con ella si aquel hijo no aparecía…Y todo ello en el temblor del miedo permanente y sin vislumbrar esperanza alguna, como todas ellas, como todas aquellas mujeres presas en la Cárcel de Mujeres del Sarchal víctimas de la represión franquista en Ceuta.

Milagros también fue testigo de la muerte de su hija Mariquita, a los 53 años, en 1968, tras la que compartió sus días con su hijo Paco, hasta su muerte en 1971, a sus 88 años edad. Notas 1. Francisco Sánchez Montoya. Ceuta y el Norte de África. República, Guerra y Represión. Ed. Natívola, Granada, 2004, pp. 40-41. 2. Idem, p. 355 y ss. 3. Francisco Sánchez Montoya. Masonería en Ceuta. Origen, Guerra Civil y represión, 1821- 1936. Ed. edicioneslibrosdeceuta.com, Ceuta, 2018. 4. Francisco Sánchez Montoya. Ceuta y el Norte de África. República, Guerra y Represión. Ed. Natívola, Granada, 2004, p.420. 5. Certificado militar obtenido en el Archivo Intermedio Militar de Ceuta, al que agradezco desde aquí su colaboración.

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