Carcaño mira a la cámara y no tiene miedo, sus ojos no tiemblan, ni parpadean, cuando pasa la página, que los padres de Marta quieren que sea la definitiva.
Pero pasar página no es fácil cuando te asaltan tantas dudas, enormes, como africanos a las puertas de vallas antitrepa.
Los políticos nos distraen como los dibujitos a los niños, vemos sus vaivenes de marionetas guiadas y dejamos la vista fija, inalienable, a todo lo que no sea ellos y sus estúpidas ganar de trepar.
Vivimos para morir día a día, pero no nos damos cuenta de que nos oxidamos, como las vigas de metal, que conforman el esqueleto de los grandes edificios que no necesitamos, con sus toneladas de cemento y barro, de sudor y lagrimas hipotecarias que revender y cubrir coches de lujo y mansiones de gente, que luego irá a la cárcel o no, según las circunstancias.
Cristina no mira a la cámara, pero está -ahí -en la línea de sucesión, víctima de males menores, como es que te sienten en un banquillo por decisión popular y mediatizada por la justicia, que le da venia para ofenderse y no tener que esperar, pase VIP de ciudadana de primera, que no conoce las esperas, ni los tiempos judiciales, ni las citaciones -sin hora aproximada- de celebración del evento. Ella está como Carcaño en las portadas, como el que mató a su pareja y luego se suicidó, que ni nombre tienen, ni fecha en el calendario, porque se repite hasta la saciedad, como en el bucle de la película del día de la marmota.
Hemos venido porque nos han llamado, nos llamó la biología y la genética, esa que no abre la boca, pero habla por el color de nuestros ojos, por nuestros rizos o la sonrisa torcida y que no nos hace mejores o diferentes, sino iguales en nuestras especificaciones internas.
Saltamos todos los días vallas invisibles que se nos antojan a veces muy altas y segadoras de voluntades, segadoras de almas incipientes que llevamos amarradas al cuello , como los foulards de la Quirós, pero sin seda china , sino con esparto natural , cogido de los montes andaluces y convertido en corona de espinas , que terminan por ahogarnos en la inmundicia.
Hemos elegido el calvario de la independencia, la piel del salmón y el estómago voraz del oso, que se come a sí mismo al final del río, oso muerto que se despelleja y cae al lecho profundo , para que las huevas del pez, hagan festín con sus huesos.
La mirada de Carcaño no tiene fe, ni temor, ni piedad, ni ira, solo son ojos de pez, ojos de oso muerto en vida, de suicida sin soga en cuello, sin corbata de esparto, ni viga propia, pies que no nadan más que a juzgados y enfermería, pies de difunto en espera. La mirada de Cristina es baja, terciada porque adelgaza su cuerpo y mina su autoestima y la soltura que expuso ante flashes, el día de su cita más populista.
Ella no baila ya con dignatarios, ni comenta en su blog como la Echevarria, ella solo calla y espera, con la anuencia de estrategas, que miran por su dinastía. Es una vuelta más de tuerca, una vuelta más del boletus que nace en el lecho de la tierra, apulgarándose, húmedo y encorvado, pero aún así delicioso en su amargor, cadencioso de verdín húmedo y avejentado.
Es una vuelta, de voltereta acrobática, de querer no ver para seguir viviendo, de no asquearte, porque te comes tus propios vómitos y revientas, en un mundo hecho a la medida de nadie y sin embargo, necesario para seguir dándote cuerda, con que ahorcarte. Hay miradas que engrandecen, que inspiran fotos y poemas y otras que solo dan para mil palabras, lamentos de cabrón que se duerme en los laureles, que paga las consecuencias de no revelarse y en cambio aún agradece, el estar vivo y sin enfermedades graves y poder gozar el don de expresarse, aunque sea con lastres graves.
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