El fallecimiento de Franco, en noviembre de 1975, abrió un periodo de incertidumbre respecto del sistema político que habría de regir en España.
Frente al “todo atado y bien atado” surgían, cada vez con mayor fuerza, corrientes de carácter democrático. Se cumplió la Ley de Sucesión, y Juan Carlos ascendió al trono de España. Su primer ejecutivo, que presidió Carlos Arias, pareció dar signos de continuismo, pero ya en 1976 se produjo un sorprendente relevo en la Presidencia del Gobierno, al decidir el Rey que la ocupara Adolfo Suárez, nada menos que el Ministro Secretario General del Movimiento. Para quienes no conocían las ideas del nuevo Presidente, aquella decisión provocó una reacción contraria, plasmada en un célebre artículo de Ricardo de la Cierva, publicado en “El País”, cuyo título era bien elocuente; “¡Qué error, que inmenso error!”.
Cuando ya quedó clara la vocación democrática de Adolfo Suárez, acudí en Madrid al primer Congreso del partido centrista fundado por Pío Cabanillas Gallas, curiosamente denominado “Partido Popular”, cuya presentación en Ceuta, en el Hotel La Muralla y ante unas cuarenta personas, llevó a cabo hace ya treinta y ocho años cierto prometedor dirigente, José Manuel García Margallo, actual Ministro de Asuntos Exteriores.
Por aquel entonces, un muy joven Abogado del Estado ejercía dicho cargo en Ceuta. Se llamaba -y se sigue llamando- Miguel Arias Cañete. Transcurridos unos meses, cuando ya resultaba claro que con Suárez se iba a afrontar una transición hacia la democracia que podría ser difícil, un grupo de amigos interesados en la política nos reuníamos en el Bar Niza, situado en la Plaza de los Reyes, tras los antiguos quioscos allí existentes y cerquita de la sede de Falange, para tomar café y, sobre todo, para hacer tertulia. Los más asiduos éramos Francisco Lería, recién elegido Senador por Ceuta en la legislatura constituyente, Ramón María Ferrer Peña, Secretario General de la Delegación del Gobierno y cristiano-demócrata declarado, Miguel Arias –cuyas inquietudes no habían cristalizado aún en una militancia concreta, aunque hablaba entonces con afecto de cierto líder jerezano- y el autor de estas líneas, que una vez integrado el PP de Pío Cabanillas en la “Unión de Centro Democrático” (UCD) presidida por Suárez, pasé a ser Secretario Provincial de dicha conjunción.
En aquella tertulia, las charlas resultaban ciertamente interesantes, y las intervenciones de Miguel Arias daban ya una clara idea de su gran talento y de su buen talante. A ninguno se nos ocurría jamás llamarlo por su segundo apellido, Cañete. La periodista Lucía Méndez, en un artículo recientemente publicado en “El Mundo”, dice que “toda la vida fue Miguel Arias –así es como lo llaman todos sus conocidos- y ahora es Cañete”, término “sonoro, campechano y que se presta a bromas”. Según la opinión de la citada articulista, “son los medios, las redes sociales y los nuevos tiempos –tan propicios a los chistes y al pitorreo- quienes han convertido a Miguel Arias en Cañete” Yo añadiría que también la oposición, que utiliza una y otra vez ese apellido con evidentes ganas de fastidiar.
Cañete es un apellido respetable, que en España lo llevan siete mil personas en primer lugar, y, además, el nombre de tres poblaciones: la Cañete de Cuenca, con casi mil habitantes, donde nació Álvaro de Luna, Condestable de Castilla, Cañete de las Torres, en Córdoba, con más de tres mil, y Cañete la Real, en Málaga, con dos mil. Pero sin tener en sí ningún carácter peyorativo, es evidente que muchos de los que están empleando esa palabra para designar a Miguel Arias lo hacen con la intención de minusvalorarlo.
Estoy plenamente seguro de que eso, a Miguel Arias, no le afecta en lo más mínimo. Faltaría más, siendo el apellido de su madre. Cuando dejó la abogacía del Estado en nuestra ciudad, Miguel Arias siguió manteniendo vínculos con ella. Pertenece al Ilte. Colegio de Abogados de Ceuta, y posee un importante paquete de acciones de “Petrolífera Ducar, S.A.”, entidad de la que ha sido Presidente. Ahora, quienes no tienen ni idea sobre la materia, le acusan de “tener negocios con la Administración Pública”, porque Ducar es titular de una concesión en zona portuaria. Me pregunto cómo una empresa dedicada a suministrar combustible a buques en este puerto podría cargar y descargar sus productos si no tuviese, por ejemplo, sus tuberías instaladas a lo largo de los muelles, para lo cual ha de poseer necesariamente una concesión otorgada por la Autoridad Portuaria. Se mire como se mire, ser titular de una concesión en terrenos del puerto no será jamás “tener un negocio con la Administración”, a la cual Ducar le abonará puntualmente el correspondiente canon.
Candidato número uno del PP para las elecciones al Parlamento Europeo, (donde ya posee una experiencia contrastada) habiendo dejado por ello el cargo de Ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, me permito desear a Miguel Arias –culto, inteligente, afable, políglota y “bon vivant”- la mejor de las suertes en las urnas.
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