Este verano conocí a una persona de unos setenta años, más o menos, y muy interesante que me relató una historia muy bonita, simpática y anecdótica: “Hace muchos años, vivía yo en un pueblecito de Alicante llamado Elche, allí estuve hasta que me casé y me desplace por varias partes de la geografía española, debido al trabajo de mi querido esposo. Actualmente vivo aquí en este pueblo maravilloso llamado Ceuta. Tuve una experiencia muy desagradable allá por los años 60. Me encontraba dando una vuelta por las afueras del pueblo cuando de repente me sorprendió una lluvia torrencial. Me acordé de los consejos de mi padre “cuando llueva y haya relámpagos no te pongas debajo de los árboles ya que atrae a los rayos y puedes morir electrificada”.
Yo buscaba urgente un lugar para refugiarme, una casa, un cobertizo, o algo parecido pero nada y mira que creía que me sabía todos los rincones del pueblo, pero entre la desesperación, la desorientación, a parte del terreno como se puso en pocos minutos me fue imposible ponerme a cubierto. Maldije la hora en la cual se me ocurrió darme una vuelta por el campo para salir de la rutina. La verdad que había quedado al atardecer sobre las ocho y algo con unos amigos para hablar de nuestras cosas de amoríos. Yo era muy joven, tendría 16 años recién cumplidos. Ya había hecho esto muchas veces pero nunca con esta ‘mala pata’. En pocos instantes se convirtió todo en un río y bajaba con gran fuerza. Yo intenté salir de ese sitio tan infernal pero el camino era de tierra roja y lo único que hacía era hundirme en el barro y cada pisada era cada vez más pesada y me costaba una exageración poderme desplazar. Empecé a rezar todo lo que sabía. Me pegué incluso yo misma en la cara debido a mi desesperación e infortunio. Era una incauta y todo lo que estaba pasando era por mi mala cabeza, cosas de la adolescencia, la hormonas alteradas y todo eso que se dice. Me empezó a arrastrar el agua y yo, aunque intentaba nadar, no podía con la fuerte corriente. Estuve luchando muchos minutos hasta que desfallecí debido al cansancio que era lógico. En esos momentos fue cuando comprendí que me quedaba poco tiempo de vida. Vi pasar destellos de mi pasado reciente como la cara de mi padre diciéndome: “ten cuidado”, “te quiero”, de mi madre diciéndome: “mucho cuidado mi niña” y las caras de espanto de mis dos hermanos y mis tres hermanas diciéndome: “No te vayas. Aguanta”. Pero la que mas me conmovió es ver a mi abuela ofreciéndome su bastón y diciéndome: “Agarrate fuerte Mari yo te salvaré”. También se vino a mi cabeza unas escenas donde jugaba con mi perro y daba de comer a mis pajaritos. Yo prácticamente no daba un duro por mi vida. Y de repente noté que alguien me estaba haciendo daño en mi pecho. Empecé a vomitar parecía una mezcla de barro, agua y sangre. Y vi al lado mía a un chaval de unos 20 años, muy guapo por cierto, que vestía con ropa de Guardia Civil y me empezó a decir si estaba bien.
Yo la verdad que ni podía hablar debido a lo fatigosa que estaba y por ver a ese mozo tan guapo que tenía delante. Me metió, llevándome en brazos en un coche policial, recuerdo que le llamaban un cuatro latas, pero para mí era el billete a la vida, y me desplazó al hospital, donde los médicos me observaron y me dieron una lavativa, ropa de hospital seca, ya que estaba muerta de frío y lo principal una buena ducha de agua caliente.
Al poco tiempo llegaron mis padres y me llevaron a casa. Allí me echaron una buena “filipida” que se me olvidó todo cuando vino a visitarme el Guardia Civil que me salvó la vida. Yo estaba muy agradecida como toda mi familia por haberme salvado de una muerte segura. Pero yo pensaba en mis adentros que a parte de ser mi salvador era la persona más encantadora que nunca había visto. Me quedé prendada de él. A los pocos días lo vi por el pueblo y me invitó a un refresco y empezamos a hablar y que dar un día y otro y de aquellos escarceos vino el amor y quedarme junto a él toda una vida. Lo quiero muchísimo y aquí estoy junto a él y que Dios me lo conserve muchísimo más tiempo.