Un par de minutos después la cabina azul de su camión asoma por el fondo de una de las calles de la zona portuaria. Un vehículo de dos ejes, 11 metros de largo y 2,55 de ancho dentro del cual Flor Martínez López se siente “como una reina”. Viste zapatillas deportivas, vaqueros elásticos, camiseta de flores y chaqueta gris. Una pinza morada recoge su rubia cabellera (esa que incluso llegó a pensar en teñirse de un color más oscuro para tratar de pasar desapercibida) y, a pesar de que su cara refleja bastante cansancio tras toda la noche conduciendo desde Madrid hasta Algeciras, unos toques de rímel negro acarician sus pestañas. Su mano derecha no suelta las llaves tras comprobar que ha cerrado correctamente. Para entonces Justino ya ha abierto la caja (parte trasera del camión). Como hace cada miércoles pasadas las 12.30 horas. El sábado se repite la operación. Al fondo, varias cajas de cartón con mercancía textil en su interior han de ser descargadas. “Hoy no son muchas, 19”, comenta Flor, “aunque luego me toca devoluciones de perchas y alarmas también”.
Natural de Ponferrada (León) pero gallega de adopción tras media vida viviendo en Vigo, Flor es madre de dos hijos. David, de 24, y Nerea, de 19. “Y Xoel, el novio de mi hija, que vive con nosotros y es un hijo más”, apunta. Ella tiene 42. Los tres últimos los ha vivido, casi en su totalidad, en la cabina de su camión. Primero cubriendo la ruta Vigo-Ceuta con otro chófer, y desde que la política de distribucción de la empresa textil que contrata sus servicios cambió y la mercancía comenzó a cogerse en Madrid, sola. “Llevo en el sector del transporte 15 años”, cuenta, “hubo un momento en que las exigencias se pusieron más difíciles y te obligaban a sacar el título de transportista, mi marido se puso y tras suspenderlo dos veces me propuso que probara yo... ¡y aprobé!”.
Es miércoles. Hace menos de 24 horas Flor abandonó su casa. “Salgo los martes, a media mañana. En coche. Paro a comer en Benavente y sigo para Madrid. Según a la hora que llegue descanso un poco, cargo el camión y, sobre las 21.00, pongo rumbo a Algeciras para coger el barco de las 11.00 de la mañana”, explica., “según el día me toca parar en Jaén o en Málaga, porque a veces tengo que dejar cajas que luego son enviadas en un barco para Melilla”. Unas horas en suelo norteafricano y de vuelta a la Península. Un poco de descanso en Algeciras y para Madrid. Toca volver a cargar... y otra vez rumbo al sur. “Desde que salgo el martes a media mañana no llego a mi casa hasta el domingo por la tarde-noche”, prosigue, “es decir, que solo estoy los lunes allí”. Flor se encoge de hombros cuando le preguntamos si tantas horas en la carretera, tanta soledad y tanto cansancio acumulado compensa. “¿Económicamente?”, interroga con su característico acento, “vamos a ver. Un chófer, por esta ruta, cobraría unos 1.700 ó 1.800 euros al mes, más 500 euros de la Seguridad Social, más pagas extras... ¿cuánto te sale? Pues eso, si yo me quedo en mi casa la empresa pierde 3.000 euros y tal y como está todo con tanta crisis...”.
Pero no es el bolsillo el único que prima a la hora de poner en una balanza el sacrificio y la recompensa. Como reza el eslogan de una conocida marca de coches, a Flor le gusta conducir... ¡camiones! “Dame nueve horas de conducción de camión y no me des dos de coche”, compara, “aparte de que te sientes más segura, vas más cómoda, con más visibilidad... cuando empecé pensé, ¿cómo voy a aparcar yo esto?, y de verdad que aunque no me creas se aparca mejor que un coche, ¿eh?”. Desde la altura Flor lo controla todo. Basta montarse en el asiento del copiloto para comprobarlo y confirmar que en el día a día del puerto caballa Flor es por todos conocida. En la gasolinera, en los almacenes, en la carretera... y en el bar en el que mientras, hace tiempo, disfruta de unas exquisitas coquinas y una Coca-Cola. Las come como si fueran pipas.
- ¿El volante le ha cambiado la alimentación?
- Bueno, ahora hago la dieta del camionero. Muchas pipas y mucho Red Bull -comenta-. Tienes que tener trucos. Desde que ayer paré en Benavente a comer no he comido nada más que pipas y un par de ‘piononos’ que me han regalado en Málaga. Y es que si comes siempre corres el riesgo de que te ataque el sueño...
Y, mientras pueda evitarlo, no quiere ver pingüinos. Sí, pingüinos. “¿Quieres una anécdota? Cuando en plena noche a los camioneros les entra el sueño todos dicen que empiezan a aparecerse árboles o barcos por la carretera, una especie de ilusión visual, ¿no? pues cuando a mí me pasa eso... ¡veo pingüinos!”, exclama, “un día iba fatal de sueño, cuando todavía no tenía adquirido el truco de comer pipas para entretenerme, y dije por la emisora ‘habladme por favor, es que veo pingüinos’. Desde entonces hay más de uno que me preguntan ‘¿qué? ¿hoy hay pingüinos o no?”.
Si algo ha recopilado en estos años de viajes solitarios son anécdotas. Como aquella vez que en una estación de servicio cerca de Guarromán (Jaén) tuvo que imponerse al escuchar cómo dos compañeros hablaban obscenidades sobre ella. Todo mientras se duchaba. “Quien me ve muchas veces piensa que soy la mujer de algún compañero y que le estoy acompañando. Pues un día me estoy enjabonando y, al ser duchas donde las separaciones no llegan hasta el techo, se colocaron dos compañeros en las duchas de mi lado y empezaron a hablar sobre mí”, relata, “después de oír varias barbaridades tuve que pedirles que se callaran... ¡y se quedaron mudos! Hasta que uno contestó, ¿de dónde sale esa voz? Y dije: Soy una compañera, estoy en el centro de vosotros y como a alguno se le ocurra asomar la cabeza por encima le tiro el bote de gel a la cabeza”.
Flor tiene carácter. Es necesario para moverse en un mundo en el que, si bien ya se ha ganado el respeto y el cariño de un buen puñado de compañeros, los comentarios “babosos” han sido habituales. Cuando en plena noche le toca hacer la obligada parada de descanso a veces ni siquiera baja del camión. Otras, cuando necesita ir al servicio o tomar un café, no le queda más remedio que torear incómodas miradas. “No es que sea un ‘bellezón’ pero algo agraciada sí que debo ser y, además, el pelo rubio siempre llama más la atención... ¿y qué haces en esos casos? O te enfadas, o los ignoras, o te enfrentas... Yo ni me corto ni me callo. Lo que no pienso hacer es perder mi feminidad por evitar esas situaciones, ¡faltaría más!”. Por fortuna en los sitios que más frecuenta todas las semanas ya todos la respetan y admiran. Es Flor o ‘la rubia’, como la han apodado. Cuando así la llaman no le suele molestar “porque se nota cuando te lo dicen con cariño y cuando es en plan despectivo”.
En Ceuta casi todos la conocen como Flor, o también ‘la gallega’. Aquí ha forjado buenas amistades. De esas que le invitan a ir a Marruecos, “porque todavía no lo conozco”, y que antes de que cruce el Estrecho ya están esperando su llegada vía mensajes de móvil. Es el teléfono su salvación para sobrellevar tantas horas de soledad. “Todo el día con el manos libres. Dos o tres horas hablando con mi madre, otras dos o tres con Carlos (su marido, que cubre rutas internacionales con otro camión), con mi hija...”, enumera. Hace unos días el viaje de vuelta desde Algeciras hasta Madrid se le hizo cortísimo. El periódico de su ciudad, ‘El Faro de Vigo’, publicó una entrevista contando su historia con motivo del Día de la Mujer. “El teléfono no paraba de sonar, siempre había alguna llamada en espera... ¡me llamó gente con la que no hablaba desde hacía cuatro años!”, recuerda.
Conocidos que se enteraron entonces de esta nueva profesión. Seguro que a pocos sorprendió. Flor antes ha sido de todo. Frutera, pescadera, cajera... “También fui la primera comercial de ternera gallega con denominación de origen”, rememora, “que el sector cárnico, aunque ahora cada vez hay más mujeres, también es eminentemente masculino y más hace 20 años”. Ahora ella ve su día a día con total normalidad. Es su rutina. Pero hay dos personas que no terminan de acostumbrarse. Su madre, quien continúa diciéndole que “esta no es una profesión para mujeres” y Nerea, su hija. “Me dice mamá, quédate en casa para hacerme ‘comidinas’, plancharme la ‘ropina’... y yo le digo... sí, hija, sí... que ya tienes 19 años”. Eso sí, si algo le inquieta es saber qué pasa en casa cuando ella no está: “Me gustaría poder verles por un agujerito”.
“Lo que más temo es que se metan inmigrantes”
MÁS DE UN INCIDENTE. “Hay que llevarlo, es el pan de cada día”. El mayor problema que Flor ve a la ruta que la conduce hasta Ceuta es la constante amenaza de la inmigración ilegal. Y, a su vez, es lo que más le preguntan los compañeros. Más de una vez ha tenido que meterse “debajo del camión para obligarles a salir, tirar de ellos...”. Cuenta que, pese a que desde hace cinco o seis meses los intentos de los subsaharianos han cesado, los episodios en que tres o cuatro inmigrantes trataban de despistarla para colarse eran frecuentes. Hasta el punto que en alguna ocasión se han dado fuertes discusiones con ellos. “Hubo un día en que uno me sacó de quicio y yo diciéndole que no me complicara la vida ni se la complicara él, que al final le iban a coger y encima llevaría palos...”, comenta. Eso sí, más de una vez ha llegado a Algeciras y, al encender las luces, no funcionaban. “Como se meten por debajo te estropean todos los cables”, explica, “y un sábado por la tarde-noche ponerte a llamar a un mecánico... te retrasa y fastidia toda la semana”.
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