Mi hija me está mirando casi todo el día. Mira mis manos, cómo me arreglo, mira hasta cuando duermo, porque hay veces que me la encuentro a pie de cama, vigilándome con sus pequeño cuerpecillo, en la semioscuridad de las persianas bajadas… ¿Qué haces, ya levantada?- le digo, aún somnolienta- si hoy no hay colegio. Pero los niñ@s nos miran a todas horas, queramos o no, imitan lo que hacemos, se desvelan con nuestros miedos y asumen nuestras pesadillas. Mi niña es segura, camina sin miedos por la calle y la tengo que prevenir, porque la vida no es un jardín de rosas , sin espinas. Pero es tan difícil hacerle ver lo que sus ojos no han visto, como quitar el miedo de aquellos otros que lo han sufrido. Viendo a mis niñ@s por la calle tranquil@s , paseando de mi mano, siempre me vienen a la mente aquellos otros cri@s que conviven con la violencia, a ritmo de colacaos y vida cotidiana, sufriendo la visión de su madre golpeada y asustada , sin recibir ellos , o recibiendo, porque recibir en una casa donde hay odios , gritos o desprecios, ya se recibe, aunque solo sea los malos halos, las penas, las lagrimas sofocadas o los temores, esos, tan reales, de que esa mala bestia, que convive con nosotros o nos acecha, un mal día se levante con el pie izquierdo y nos haga una guarrada.
La niña de Reus sabe bien de lo que hablo, porque ha visto a su madre, en el suelo, ensangrentada y con un cuchillo clavado en la espalda, como plato amargo de desayuno, que no podrá quitarse de la mente, ni del cuerpo, en toda su vida.
Le espera ausencia de madre perpetua y suerte tendrá , porque el agresor no es su padre, si no se queda acogida por los servicios sociales, encima como si ella tuviera la culpa, de todo lo malo que ha pasado, desalojada de cariño y afecto de familia, doblada condena e injusta, porque no hay más victima en la violencia de género esa que muere asesinada y deja abandonad@s a sus cri@s.
Prácticamente tiene la edad de mi hija, pero es lista y valiente, no lloró, no se noqueó, no se quedó sentada esperando que llegara lo que fuera, sino que se fue al colegio, y allí dijo textualmente: "Mi madre está muerta, la ha matado su pareja". No quiero pensar en que mi hija tuviera que ir sola hasta su colegio , seguramente con una distancia muy parecida a la de esa niña, no creo que hubiese podido superar su miedo y seguramente habría corrido- como hace siempre que ve algo que la asusta o la sorprende- a la compañía de su gemelo o de sus hermanos mayores o de su padre. Pero esa niña no tenía a nadie, solo la referencia a su colegio, y allí se fue, a buscar cobijo y encontrar a alguien que recibió la notica como el mazazo que es, que nos rompan el cristal de la fantasía en que vivimos, de que la violencia está en otra parte, en otro lado, en los telediarios y las noticias de prensa, no en nuestra calle o en la puerta de al lado de nuestro edificio. Esa niña podría haber sido la nuestra, podría ser la mía, la de mi mejor amiga, la de cualquiera y el asesino está fugado y ha desaparecido y la madre está en el depósito y la niña en manos extrañas, que nunca serán las de su madre, ni las de sus caricias. Ya no se levantará a media noche, para meterse con ella en la cama y oler su cabello y sentir el calor de su cuerpo, ni su abrazo, aún dormida, envolviéndola, porque alguien pensó que estaría mejor, que sin él, muerta. Son los hij@s de las mujeres asesinadas por la violencia de género-definitivamente- los más ofendid@s, los más dañad@s y los más herid@s, porque les arrebatan el amor , la estabilidad, esa cotidianeidad, que a mis hij@s les hace decir..!qué aburrimiento, siempre lo mismo! .Y la vida cambia –drásticamente- sin que ellos lo quieran y después de saborear el miedo, el dolor o el daño , reflejado en los ojos de la que más quieren, vienen la soledad y el abandono forzado, el traspaso a otras manos, las dudas, las inseguridades y las incertidumbres y un futuro en el que quizás el que la mató ,vuelva con derechos legales , exigiendo volverles a ver y encima lo consiga , el muy desgraciado.
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