Hasta hace algunos años era relativamente corriente tener una modista de confianza a quien poder encargar ciertos trajes para bodas, bautizos y comuniones. Las madres y abuelas compraban las revistas de moda, luego intentaban comprar telas muy parecidas (por no decir prácticamente iguales) e imitar esos trajes de ensueño.
El oficio de las costureras hoy parece cosa del pasado. Manos que con cariño sobrehilaban cada pliegue y cosían con esmero cada detalle y que ahora han sido sustituidas por las máquinas y las grandes cadenas de la llamada moda rápida. Y más olvidadas aún han sido las sastras, que siempre permanecieron en la sombra en un mundo de hombres.
A sus 90 años, Mercedes Cózar Ferrer aún recuerda sus inicios como sastra en la mítica sastrería ‘El Abuelo’. La caballa era una chiquilla que se vio obligada a comenzar a trabajar con solo 12 años. Al principio solo sobrehilaba, hacía los cuellos o las mangas hasta que poco a poco fue aprendiendo y ya confeccionaba trajes de caballero ella sola.
“Cuando yo entré con doce años en ‘El Abuelo’ ya sabía un poquito, algo que el maestro no me quería admitir; pero cuando me vio coser, me preguntó dónde había cosido antes y le dije que en ningún lado, solo lo que me había enseñado mi madre. Las aprendizas lo que hacíamos era encender la plancha que era de carbón, sobrehilar, pasar de hilo y poco a poco nos daban las mangas, los cuellos o las solapas”, relata.
Con diez años dejaría la escuela porque “en casa hacía falta” y se puso a coser con su madre, que también era sastra. “La costura del hombre es muy trabajada, pero poco a poco fui aprendiendo. Aprendí pronto”, continuó.
Pero la historia de Mercedes Cózar Ferrer comienza mucho antes. Nació en Ceuta el 15 de enero de 1930 en una casa “muy vieja” en la calle Galea, en el centro, que “temblaba” cuando bombardeaban la ciudad durante la Guerra Civil. Hija de un barbero de Linares, Emilio Cózar Sile, y de un ama de casa, África Ferrer Casado, que tuvo que buscarse las habichuelas para sacarles adelante.
Tendría tan solo seis años cuando la “verdadera” guerra, la Guerra Civil española, comenzó el 17 de julio de 1936 cuando los generales Emilio Mola y Francisco Franco iniciaron una sublevación para derrocar a la República elegida democráticamente.
La ceutí recuerda que “había mucho jaleo”, pero, como tantos que vivieron esa época, no son recuerdos de los que le guste hablar. “Tenía seis años y yo escuchaba a los mayores y tenía miedo. Cuando sentía un avión, si estaba en la calle salía corriendo y me metía debajo de la cama y mi madre cuando ya pasaba me decía que saliera porque era de los nuestros. Pero yo no sabía lo que significaba eso”, contó.
A pesar de todo, Mercedes creció feliz en Ceuta junto a sus hermanos Pepe, Maruja, Emilia y ‘Afriquita’. Ahora se siente sola porque es la única que vive. Pero recuerda con cariño cuando un año en mayo vistió a su hermana África de comunión casi todos los días para conseguir la limosna que por aquel entonces daban como ofrenda a los niños que hacían la comunión. Aunque solo lo hacía cuando veía a su madre muy apurada de dinero.
Años más tarde moriría su padre, a los 38, “de cosa mala”. Una tía suya se llevó a su hermana Maruja para ayudar a su madre.
Con 10 años hizo la comunión, un día que rememora con cariño, pero económicamente la cosa no estaba bien. En el 44, Cupido hizo de las suyas y conocería al hombre de su vida, su marido, Eduardo Bencandil Jiménez, con el que estaría ocho años “hablando” de novios, como se decía por entonces. Un romance que recuerda con cariño y un hombre al que, a pesar de que falleció hace algunos años, no olvida. Está presente en cada rincón de su casa y de su vida.
Cuando se casó la situación económica no era mejor. Como a muchas de su época una vecina le prestó su vestido de novia para una de las fechas más importantes de su vida: el 19 de marzo de 1952.
Ser soltera le permitió conservar su trabajo como sastra durante diez años, pues las casadas, en aquellos años, solían dejar de trabajar nada más pasar por el altar. Su marido valía para todo. Entró como cocinero en el Hospital Militar con 17 años y trabajó allí durante 47. Pero por si fuera poco hacía las veces de fontanero, carpintero y montaba una caseta en la feria. “A todo echaba mano”.
Pero al poco tiempo de casados la vida les daba un duro revés, de esos que no se olvidan. Al año de casarse tuvo a su primer hijo, Francisco, “su Paquito”, que falleció con seis años. “Con 18 meses le dio la polio (enfermedad que afecta a la médula espinal causando debilidad muscular) en una pierna”, explicó. Movió cielo y tierra hasta que encontró un médico en Barcelona para operarle, pero ocho días después su niño se murió. “Lo que tenía era leucemia y aquello no se curaba entonces. No tenía remedio y se me fue. Lo enterré el mismo día de su santo, el día de San Francisco”, comenta Mercedes con los ojos llorosos.
Aunque su marido falleció hace algunos años, Mercedes no ha dejado de quererle y confiesa que perderle fue “más duro” que los años de la Guerra. Pero está orgullosa de que juntos formaron una familia muy grande. La ceutí de 90 años tiene cinco hijos: su Paquito, al que siempre contará y sus cuatro hijas: África, Mercedes, Lourdes, con la que vive, y Cristina. Además, de ocho nietos, aunque hace poco tiempo perdió a una, y seis biznietos.
Pero es una mujer fuerte que ha sabido sobreponerse a todos los reveses de la vida. Si hay algo que Mercedes nunca ha dejado de hacer es coser. Además ha cosido de todo y para toda su familia: desde que empezase con su propia ropa y los trajes de chaqueta de su marido hasta trajes de bodas de sus hijas, de comuniones de sus nietas, vestidos de fiesta para bodas o Nochevieja y, cómo no, Carnavales. En su familia siempre han sido muy carnavaleros también y Mercedes hacía siempre los trajes de todos, incluso por encargo de muchas comparsas ceutíes.
Devota de la Virgen de África y del Carmen, aún tiene cuerda (o hilo) para rato. Parece que el confinamiento lo está llevando ahora mejor ya que se puede salir, porque los primeros días reconoce que tuvo miedo “porque esto ha afectado sobre todo a los mayores y son muchos los que han muerto”. Pero esta situación jamás podría compararse con una guerra.
La diversión de su marido, además del baile, era hacer fotos y ese ahora es su mayor tesoro: sus recuerdos. Pero si pudiera retroceder en el tiempo, volvería a esos bailes con su marido o a esas comidas y celebraciones familiares.
Mercedes es la cara de la generación de la guerra y posguerra, a la que está castigando más este maldito bicho, el coronavirus. Una generación que se sacrificó por las libertades y que marcó el camino a las siguientes.
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